Asistí al encuentro anual de excombatientes. Es hermoso encontrarse con los viejos compañeros (los que quedan, pues por desgracia ya vamos siendo menos a causa de dolencias inhabilitantes o fallecimientos). Nos abrazamos, cantamos el himno, nos sentamos a la mesa. Hubo su brindis por los ausentes y por la gloria eterna de la 3ª compañía del 7º batallón: nosotros.

            En medio del segundo plato mi compañero de al lado, Federico Senegales, recordó nuestra participación en la campaña del cerro Portolés, cuando alcanzamos la cota a tiro limpio. Sin embargo, Eustasio Loroño, que se sentaba enfrente, negó que hubiéramos combatido allí, aseguró que la cota tomada fue la loma Solórzano. Senegales le contestó que esa cota había sido conseguida dos días antes por la 2ª compañía, no la nuestra; pero Loroño replicó que no, que esos estaban en la llanura de Cascojena. Yo, por supuesto, apoyé a Senegales; dije que a las órdenes del capitán Núñez, ascendimos por el lado norte del cerro. Pero mi compañero quiso corregirme y repuso que de ninguna manera, nos dirigía el comandante Estapeña. Yo desmentí su afirmación; él insistió. Loroño se puso de mi parte, yo le agradecí su buena memoria aunque se hubiera equivocado con el nombre del objetivo. Federico, que tiene muy mal genio, no estaba dispuesto a torcer el brazo y aseguró que poseía una comunicación firmada por Manuel Estapeña de puño y letra; yo le dije que sería de otro lugar y fecha. Él porfió ya rojo del enfado y prometió traerla en el próximo encuentro. Para calmarlo, se me ocurrió que pasásemos entonces a rememorar otra operación en la que hubiéramos intervenido y no ofreciera dudas. Y elegí la gloriosa (y celebérrima) carga del páramo de Traslasaguas. Se me humedecieron los ojos nada más pronunciar ese nombre. Fue una victoria resonante a pesar de las bajas sufridas. Apenas podía ver, cuando escuché la estentórea voz de nuestro camarada Sañudo diciendo que no, que hasta ese páramo no llegamos, que nos detuvimos bastante antes, en las laderas de los Montes de Juménez. Senegales le dio la razón al momento; yo lo negué, fue en el páramo, bajo la guía, de nuevo, de Juan Carlos de los Santos Núñez. Loroño, aunque en voz baja, murmuraba que Núñez, por desgracia, había caído herido de mortero en la escaramuza del desfiladero de Ramplán. ¡Núñez estaba a mi lado en Traslasaguas!, grité yo. Sería en los Montes de Juménez, porfiaron Sañudo y Federico Senegales al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo. Y en Ramplán, tampoco participamos, anotó Senegales mirando de soslayo a Loroño. Eso es verdad, coincidí yo; pero nadie me negará que luchamos y vencimos en el páramo de Traslasguas, que lo he visitado hará unos pocos años y sigue como entonces. Imposible, se atrevió a contradecirme Sañudo, incluso subiendo el tono. Sentí la ola de furia desde lo más hondo hasta la cabeza. ¡Estuvimos en el páramo Tralasguas, perdí a mi compañero Victorino Urraco, que cayó a mi lado! ¡¡Pero si Urraco está vivo!!, me contradijo ahora Loroño. Me quedé estupefacto. Si vive en la residencia La Aurora de Castrogallo, en Mieres. Todos me miraron como si hubiera perdido el juicio. Yo callé un segundo también, antes de estallar: ¡Eso es incierto, Loroño! ¡Llámalo a ver si es verdad! No tengo su teléfono, me replicó. No iba a dejarlo así como así. Victorino cayó abatido y fui el confidente de sus últimas palabras, que no puedo repetir aquí, dirigidas a su novia de Sanlúcar. Debieron quedarse imaginando a la señorita, por cierto, muy bella, porque no me contestaron. Pero como vi que no me creían, me levanté la camisa, la camiseta y mostré mi cicatriz del vientre. ¡Esta! ¡Esta!, los desafié señalándosela con un dedo, aunque se ve ya muy poco, esta me la hicieron aquellos desgraciados en la batalla del páramo, que seguí yo avanzando contra ellos, sangrando y con media tripa por fuera. ¡Cómo puedo yo olvidar Traslasaguas bajo la dirección del capitán Núñez! ¿Esa herida?, dijo Senegales, si te la hiciste al caer del tejado de un pajar en unas maniobras, hombre.

            Aquello fue peor que una cuchillada. Lo hubiera matado de un tiro si tengo un arma en la cintura. Sentí ganas de darle un guantazo y no pude más que llamarlo cobarde, mentiroso, hijo de tal. Senegales se puso de pie, cabeza con cabeza y nos embestimos. Loroño y Sañudo nos contuvieron, pero seguimos llamándonos de todo y amenazándonos. Los demás compañeros también se acercaron para detener la pelea, se formó un corro que tuvo la virtud de tranquilizarnos, pero que dio lugar a los pocos minutos a un nuevo cruce de discusiones. Al explicarles la discordia nuestra por Portolés y por Ramnplán y por el páramo Traslasaguas se enzarzaron varios de ellos. Y no digamos al mentar al difunto Victorino Urraco. Uno aseguró que estuvo en su sepelio junto a sus familiares y otro camarada que había jugado con él a las cartas en la residencia El Crepúsculo Dorado de Santa María del Olivar, provincia de Cáceres. Volvieron las malas palabras, los empujones y de un puñetazo uno de los nuestros derribó a otro. Fue lamentable.

            Me volví a casa caminando junto a Loroño, que suele despistarse y le cuesta encontrar el número de su calle. Le di las gracias por su apoyo, aunque no en todos los puntos habíamos coincidido, y le dije que no volvería a la cena de la compañía salvo que Senegales me ofreciese una disculpa pública (lo que ya temía que no sucedería…). Bueno, le dije ya en el portal, lo que no va a borrarse es que luchamos por la patria contra los insurrectos. ¿Insurrectos?, se quedó mirándome como un loco Loroño; insurrectos no, ¡eran invasores!

 

            No podía dormir, así que me quedé navegando por internet. Busqué a Núñez y encontré unas pocas líneas. Busqué la toma del cerro de Portolés, en vano, no hallé ni la menor referencia; luego, por casualidad, el desfiladero de Ramplán, del que no aparecía sino una referencia geográfica. Por último, contrariado, triste, acariciándome la vieja herida del vientre, tecleé con la otra mano el páramo de Traslasaguas, batalla, y hallé una página que mencionaba que hubo allí una confrontación bélica, de la que, por desgracia, no se mencionaba el nombre de ningún combatiente. Confieso que ni siquiera tuve fuerzas para desesperarme y lo comprendí todo. Tampoco era capaz de sentir el borde de la cicatriz entre los pelillos debajo del ombligo. Y bueno, aunque no encontré ninguna información sobre la residencia El Crepúsculo Dorado en Santa María del Olivar, Cáceres, donde el compañero había situado a Urraco, existe otra llamada La Aurora; de hecho, había mucha publicidad y te ofrecían un cálculo de los costes por persona y mes si estabas interesado.