Con los años se van acumulando lecturas y experiencias. Hasta ahí todo normal. Pero en mi caso creo que las últimas, esas experiencias vividas, van condicionando mis gustos y preferencias por aquellas otras, mis lecturas.

Tengo muy claro qué me gusta y qué no, en literatura. Por eso, cuando hace tiempo asistí a una charla de Marta Sanz sobre creación literaria, disfruté tanto porque estoy de acuerdo en el noventa y nueve por ciento de lo que dijo. Por ejemplo, su afirmación de que no le gusta tratar a sus lectores como clientes ni los libros que hacen esas concesiones; y la de que, si bien, toda novela o relato cuenta una historia, lo más importante es cómo se hace, la voz con la que se cuenta. Igualmente su idea de que hay que exigir a los lectores un esfuerzo, sacarlos de su zona de confort, incomodarlos, provocarles emociones. Mirad si me gusta esta forma de pensamiento sobre la literatura que compartí en Facebook una foto de la página del libro de Marta Sanz, Clavícula, en la que subrayo el siguiente párrafo: “A mí, sin embargo, me gustan los libros que producen orzuelos. Los que abren estigmas en las palmas de las manos. Los que aprietan la garganta y nos cortan la respiración”. Por eso compartí también en Facebook este artículo de Mónica Ojeda titulado “Sodomizar la escritura”

https://elpais.com/.../06/28/babelia/1530201263_968588.html

Como lector, me gusta que los libros que leo me aprieten las tuercas, me golpeen la cabeza y el estómago. Disfruto de los que me suponen un reto, aquellos que, cuando consigo cogerles el ritmo, descubrir la voz que los anima, ya no puedo dejar, aquellos libros que saboreo a tragos largos, no importa que tengan cien o mil páginas.

No soporto aquellos otros en los que descubro un autor que, intencionadamente o dirigido por su editor, quiere venderme un producto con obsolescencia cultural programada. Huyo de ellos como del fuego, me queman, se me caen de las manos. ¡Ojo! No digo que a esos se les tenga que quemar. Digo que no son libros para mí.

Por eso me gustan tanto Marta Sanz o Mónica Ojeda o Pilar Adón o Ginés Sánchez o Diego Sánchez Aguilar… y tantos otros. Motivo también por el que disfruté tanto Anatomía de la memoria de Eduardo Ruiz Sosa, editado por Candaya, otro libro de casi seiscientas páginas, complejo, exigente, pero una maravilla en cada página.

Comprendo, en parte, al crítico literario, el garante del Canon, cuando al terminar de leer Mujeres en la oscuridad, queda con la boca abierta, incapaz de reaccionar, preguntándose qué es eso que ha leído, sin saber cómo cogerlo, qué decir. Sabiendo que probablemente es uno de los mejores libros que ha leído en los últimos tiempos, pero no atreviéndose a decirlo. Comprendo, por tanto, su vértigo. Porque le ha resultado complejo, porque retuerce el lenguaje, incluso la sintaxis creando una voz propia, personal. Quizá ahí vea el crítico el problema, en esa voz tan personal ¿demasiado personal tal vez?, piensa.

“Uno la va leyendo con el doble sentimiento de admitir que se encuentra ante una obra importante, pero también preguntándose cómo no se ha dado cuenta, o nadie le ha dicho, que un estilo como el suyo, que tiende a la salmodia oral, que va proporcionando ribetes de genialidad en muchos momentos de su entrecortado fraseo, es muy difícil de sostener para cualquier lector, si acaso no se ve asistido por una historia y un juego de tramas que apoyen ese despliegue”.«Mujeres en la oscuridad»: Ginés Sánchez, alegoría del mal. Pozuelo Yvancos. ABC 13/10/2018

 Denostar un libro aludiendo a su complejidad para el lector es menospreciar a este y rebajar la crítica literaria a un nivel muy bajo. Mejor no decir nada. ¿O no sabemos todos que la peor crítica, la que más duele, es el silencio? Ese juego retorcido de dosificar alguna frase elogiosa sobre el autor, pero arrojar el libro a los perros por su complejidad o su extensión es innecesario y carente de valor crítico. Ah, qué fácil resulta plegarse al pensamiento dominante, sobre todo si se mantiene esa vaga ambición de que se pertenece al selecto grupo de los que dictan tal pensamiento.

Sin embargo, yo no soy crítico literario, no tengo miedo a manifestar mi opinión, nada arriesgo con ello, me da igual que otro venga después a desmontar una por una todas las razones, y son muchas, por las que tanto me ha gustado Mujeres en la oscuridad, son mis razones y las defiendo.

Ginés Sánchez me cuenta (voy a utilizar la primera persona y el singular para que no quede duda de que es mi lectura y no tiene porqué ser la de nadie más) en Mujeres en la oscuridad la historia de tres mujeres con un pasado traumático que les persigue hasta la actualidad; pero que además se ven atrapadas por un presente que amenaza con desbordarlas e incluso pone en peligro sus vidas. Es ahí cuando se conocen y emprenden una huída juntas. Eso que las hace huir, que transportan y protegen en su huida es lo que las une; es la trama, la urdimbre que le da sentido a la novela más allá de las tres historias personales. Ginés Sánchez, con gran acierto, mantiene esa conexión en un segundo plano durante gran parte del libro centrándose en la historia particular de cada una de las protagonistas, metiéndose en su piel, con una voz, un lenguaje, una forma de expresión diferentes para cada una de ellas. Mezcla cada vez el presente y el pasado de tal manera que, poco a poco, voy teniendo noticia del pasado que ocultan y que nunca ha dejado de perseguirlas por mucho que se hayan sentido a salvo. A salvo tampoco están ahora en su presente truculento en busca de la felicidad, que también les pasará factura.

Tengo que destacar el manejo del lenguaje de Ginés Sánchez, cómo modela la sintaxis, cómo es capaz de poner la estructura toda del idioma al servicio de las historias que me cuenta. Cómo, por esa misma razón, el idioma se convierte en el cuarto protagonista, quizá el principal, de la novela.

Son extraordinarias, la facilidad con la que emplea el español latinoamericano, la forma de utilizar ciertos argots de esos mundos paralelos al que consideramos normal pero que tenemos tan cerca, cómo todo esto le da verosimilitud al conjunto además de embellecerlo hasta el deleite y la emoción.

En definitiva, el autor de Mujeres en la oscuridad maneja las herramientas literarias con la constancia y paciencia de un artesano para conseguir un resultado artístico de gran altura, de enorme belleza y emoción.

Frente a ello, el crítico escribe en el artículo de ABC citado anteriormente: “Y el caso es que hay una historia, mejor aún, tres, e iré a ellas enseguida, pero no estoy seguro de que haya sido buena la opción de crear un marco que va ocultando hasta el final su sentido y dejar que lo haga únicamente la cuarta parte de la novela, a la altura de la página quinientos. Comienza entonces el desenlace con la historia de Topala y todavía emplea cien páginas más en deshilvanar un ovillo que para muchos lectores –a este crítico le ha ocurrido– acaba siendo demasiado intrincado”.

Y continúa: “Por las razones antedichas, propongo una manera alternativa de leer esta novela. Se trataría de concebir las tres historias del trío femenino protagonista como tres novelas exentas, y que deje de tener importancia la estrategia de totalidad que ha querido vincularlas”.

Qué gran disparate. Cuando leáis el libro y descubráis lo que con tanto ahínco defienden Julia, Tiff y Miranda, os daréis cuenta de lo que digo. Todo gana sentido cuando ellas mismas lo descubren y deciden protegerlo de los que las persiguen, cómo por eso se empoderan como mujeres contra el mundo masculino que, a toda costa, incluso por medio de la violencia y el asesinato, quiere mantener el statu quo de ese pensamiento, esa ideología dominante de la que más arriba hablé.

Qué locura proponer la eliminación de ese fantástico final que a mí tanto me ha emocionado con ese toque mágico que me hizo saltar las lágrimas.

Pienso ahora, mientras escribo estas líneas, que quizás al crítico, lo que le ha molestado de esta gran novela, es, precisamente, la unión de tres mujeres distintas, de ambientes y clase social diferentes, para emprender una tarea común, para empoderarse y defenderse de las agresiones.

No oculto que, como en el caso mencionado, algunas críticas de este libro me han molestado. No soy el autor, así que nada me va en ello, pero qué queréis que os diga, me parecen muy equivocadas. Yo he disfrutado y me ha emocionado mucho esta novela, hasta el punto de que Mujeres en la oscuridad ha pasado a formar parte de mi patrimonio y, por eso, me ha parecido imprescindible defenderla.

 






Paco Paños García: Murcia 1956, jubilado. 

Ha publicado reseñas sobre libros (sólo de los que le gustan) en varios medios de comunicación como: Diario La Opinión de Murcia, diario.es, o la revista literaria El Coloquio de los Perros

En la actualidad, ejerce de lector, prácticamente a tiempo completo.