El turista literario pasea por una calle de Palermo cerca de Quattro Canti y en una librería de viejo encuentra un ejemplar de La valigia de Dovlátov editada por Sellerio. Rebusca y consigue dos títulos más, cuadrados, de cubierta gris oscura y la imagen central amarillenta, con el nombre del escritor ruso. Los compra como un botín. Y evalúa si aún puede acercarse a la editorial a por el resto de tomos. Pero no hay tiempo. El taxista que le lleva al aeropuerto le dice con nostalgia que: ‹‹antes era una uno de los más peligrosos del mundo›› y, mientras, el turista literario repasa los libros que se ha perdido: La marcia deisolitari, Tacuini, La filiale… 

Serguéi Dovlátov es un autor de culto. En su caso de culto a Baco. En su vida se agarró unas cuantas decenas de zapoi, la palabra rusa que designa la borrachera de tres días, y su cuerpo agotado dijo basta antes de cumplir cuarenta y nueve años. Escribía una prosa sin artificios, hecha de concisión, diálogos e ironía que acabaría influyendo en cómo hablan los rusos en la actualidad. Joseph Brodsky, el premio Nobel, dice: ‹‹Dovlátov aspiraba al laconismo máximo en el papel, a la concisión mayor, tan afín al lenguaje poético; a la expresión máxima de una expresión. Aquel que se expresa de esta manera en ruso debe pagar mucho por su estilo. Somos una nación multiverbosa y enredada; somos gente de la oración subordinada, del adjetivo arremolinado. El que habla corto, más aún, él, que escribe corto, nos desalienta, como si quisiera comprometer nuestra exuberancia verbal”.

Eso mismo podría decirse de los españoles. No digamos de los latinoamericanos. El estilo en la literatura en castellano parece que no puede darse sin lo barroco, lo acumulativo, la hipotaxis. El camino de nuestro autor es el contrario y no por ello menos bello. Los que apreciamos la parquedad sabemos lo difícil que es conseguirla. Se trata de suprimir para dejar la esencia. Viene a cuento la frase de Blaise Pascal cuando escribe a un amigo: ‹‹… perdona que esta carta sea tan larga, pero no he tenido tiempo de hacerla más breve››. Pues bien, Dovlátov sí tuvo tiempo. Desde que escribe sus primeros relatos hasta que emigra pasan quince años en los que permanece inédito en su país (salvo en el samizdat: las ediciones clandestinas). El hecho de que tanto su madre como su mujer Yelena, con las que convivió en San Petersburgo y en Queens (N. York), sean editoras y correctoras también ayuda. Esto le permite pulir una y otra vez sus relatos.

La zona, el primero de los libros que escribió, es probablemente también el más oscuro. Narra sus experiencias como celador en un campo de presos comunes. Surge de la evidencia de que nada diferencia los mundos a un lado y otro de la valla metálica. El parecido entre los presos en régimen especial y sus guardianes es enorme. En cualquiera de los dos se encuentra la misma sordidez, mezquindad y, también, altura de miras. Las dificultades e imposibilidad de publicar ese libro son el argumento de El libro invisible que será el primero en editarse en Estados Unidos en 1977.

El paso del tiempo, el absurdo y lo grotesco de la sociedad en la que vive le hacen incorporar un elemento fundamental a sus textos: el humor. Los libros de Dovlátov son amenos y divertidos. Y no solo por la ironía y el sarcasmo. Se ríe en primer lugar de sí mismo y mira siempre a los demás personajes con la compasión suficiente para que la burla no sea humillante

El compromiso es una colección de relatos de distinto tamaño y calidad basados en los años que trabajó como periodista en Tallin. En ese tiempo Estonia, todavía en la URSS, era, en comparación con Rusia, un remanso liberal. Hasta que dejó de serlo. El libro que le iban a publicar de forma inminente fue secuestrado. Perdió su trabajo. Volvió a Peter (en la época Leningrado). En los relatos incorpora de forma absolutamente seria personajes y situaciones grotescas. El contraste entre el lenguaje de los sueltos que se publican en el periódico y la realidad es imbatible. Se ríe de la producción estajanovista: la vaca prodigiosa capaz de batir todos los registros de producción lechera. De la eficiencia organizativa: el muerto oficial que no es el que debe. Del lenguaje burocrático: el poeta que recorre kilómetros con una pancarta antisoviética en un desfile conmemorativo. Chirbes anota que: ‹‹Tiene la capacidad para crear descabelladas situaciones hilarantes que poseen algunos humoristas rusos […] el resultado es explosivo, demoledor con los códigos dominantes, con el sistema››.

No obstante, su vida no mejora. Él la resume con su habitual concisión: ‹‹Deudas, desastre familiar, sentimientos de desesperación››. Para escapar de la situación marcha a trabajar como guía durante varias temporadas a la Reserva Puskhin cerca de Pskov. A la vuelta de la última, su esposa Lena le comunica que va a emigrar a Estados Unidos junto a su hija. Serguéi se queda y escribe Retiro. Pero un año después partirá él también.

Pese a sus dudas: ‹‹En un idioma extranjero perdemos el ochenta por ciento de nuestra personalidad. Somos incapaces de bromear, de ironizar. Solo de pensarlo me entra terror››, no le irá mal en Nueva York. Funda junto con otros exiliados El Nuevo Americano, un periódico para la comunidad rusa. El New Yorker le publica algunos relatos de lo que será Los nuestros. El intermediario es Brodsky, quien puntualiza: ‹‹En efecto, he mandado los relatos de Dovlátov al New Yorker, pero les he mandado a otros veinte escritores y solo han publicado a Dovlátov››. Por cierto, que la traductora de esos relatos es Anne Frydman, poeta, traductora e historiadora de la literatura rusa, especialista en Chéjov y mujer de Stephen Dixon, otro magnifico cuentista. El panorama ha cambiado: ‹‹Ahora lo veo claro: aquellos fueron los mejores días de mi vida››.

A partir de ahí, escribe y publica con regularidad. Primero La maleta, probablemente el mejor de sus libros, un conjunto de episodios que resumen su vida en la Unión Soviética. Después La extranjera, La filial, en los que el tema será ya el de los exiliados rusos. Siempre manteniendo el tono de burla y comprensión con el que retrata a sus personajes.

A Dovlátov le interesa sobre todo la forma. Volviendo a Brodsky: ‹‹… Seriozha era ante todo un magnífico estilista. Sus relatos se mantiene más que nada sobre el ritmo dela frase, sobre la cadencia de la voz del escritor. Están escritos como versos: el argumento tiene un valor secundario, es solo el pretexto para narrar››.

En efecto, sus tramas, aparte de supuestamente autobiográficas son estrambóticas. Él lo explica mejor que nadie: ‹‹Así es la trama apenas nada: un devenir cotidiano, tipos estrafalarios, esperpento soviético aunque sin cargar las tintas. Y de repente, en medio, una historia de amor››. ‹‹Por supuesto, no se agotan a su alrededor los encuentros extraños, los comportamientos irracionales: la fiesta de la estupidez no termina nunca. Mucho menos la de las debilidades humanas›› añade Tania Mikhelson, una de sus traductoras.

En la obra de Dovlátov hay sentimientos, pero se muestran poco. Lo más parecido a una declaración de amor es la que hace en Los nuestros a su perrita Glasha. Con una excepción: en La filial da rienda suelta a la pasión por Tassia, trasunto de Asya, su primera mujer, hasta llegar a los celos desatados. Pero detrás de esa emoción contenida no hay frialdad, al contrario, sin rascar mucho descubrimos la cálida solidaridad que derrocha sobre cualquier espécimen de la raza humana.

Tampoco la ideología tiene su lugar. Dovlátov no es un disidente al uso, es un disidente “de baja intensidad”. En sus libros caricaturiza a unos cuantos. El profesor de marxismo-leninismo que al sentirse ninguneado en un congreso decide irse a América. El taxista que anhelaba que el vehículo fuera suyo. El realizador de televisión harto de los borrachos y del antisemitismo del jefe de los estudios. El autor de la inacabada obra El sexo en el totalitarismo en la que se afirma que el noventa por ciento de las mujeres soviéticas son frígidas. Él mismo, si hubiera podido publicar sus libros, no se habría marchado.

El descreimiento político forma parte de sus fundamentos. Uno de sus Solos de Underwood se desarrolla así:

‹‹—Tolia —propuse a Naiman—, vamos a casa de Liova Riskin.

—No voy a ir. Ese individuo es un soviético.

—¿Cómo que soviético? ¡Está usted muy equivocado!

—Vale, un antisoviético. ¿Qué diferencia hay?››.

Cuando, por fin, tuvo un agente resultó que era izquierdoso, un rojillo. Él por su parte se definía de derechas (¿qué otra cosa podía ser un exiliado de la URSS?) y no puede evitar pensar: ‹‹¡Qué cosa tan rara! Un americano, un tipo que me habla en un idioma extraño, ¡y rojo, encima!, me resulta más próximo y lo entiendo mejor que a mis viejos conocidos. La comunicación humana es un misterio…››. Lo que Dovlátov hace es poner en evidencia la hipocresía del poder frente a la abandonada población de a pie. El humor y la ironía son el apoyo para subrayar ‹‹la inagotable diversidad de la vida››.

¿Qué es entonces lo importante?: la literatura. La literatura entendida como misión: ‹‹No hablo de los que escriben por motivaciones de lo más sanas y simples, como ganar dinero, hacerse famoso o sorprender a los parientes. Hablo solo de los escritores que no han escogido esta profesión, sino que la profesión los ha elegido a ellos››. No importa el éxito o el fracaso, al revés, en sentido moral este último es más noble que el primero: ‹‹Escribe, crea una obra maestra. Provócale al lector una conmoción mental. Aunque solo sea a uno, con eso basta… Y es tarea para toda una vida››.

Su tema es el pasado. En Oficio dice: ‹‹La patria somos nosotros. Nuestros primeros juguetes. Las cazadoras remendadas y heredadas del hermano mayor. Los bocadillos envueltos en papel de periódico […], los versos ridículos, espantosos. […] La hija, las manoplas, los leotardos, el talón torcido de una bota minúscula››. La misión del que escribe es perpetuar lo que le rodea. Y lo que le rodea es el pasado.

En el vuelo de regreso el turista literario lee, en su mal italiano, los libros que ha comprado. Al llegar a casa decide traducir La filial a partir de la edición italiana y de una en catalán que tiene por ahí. Solo por el placer de leerla en castellano. Sin caer en la cuenta de que entonces se leerá a sí mismo. No importa, en el fondo lo que más le gusta de Dovlátov es su catadura moral. El sarcasmo dulce y la ironía compasiva que derrama sobre todos sus personajes, incluso sobre los más deleznables.

Le expulsaron de la universidad, fue vigilante en un campo de prisioneros, no le publicaron en su país, finalmente se exilió, pero según él la mayor tragedia de su vida fue la muerte de Ana Karenina. He ahí uno de sus fuertes: los aforismos. Dovlátov puede resumir un tratado de ética en el recodo de una frase. Jorge M. Reverte, otro acólito de su culto, prologó El compromiso. En uno de los relatos un personaje dice: ‹‹Me asombró su nobleza, prestar dinero antes de entrar en la cárcel››. Reverte comenta que: ‹‹El acto descrito es abrumador y está contado en siete palabras. La confesión lícita de que quién lo cuenta está asombrado, cuatro palabras. En la suma de las once y una coma en medio hay un personaje que nos parece capaz de ocupar un relato››.

Hace ya más de treinta años que murió el autor de La maleta. Ahora ya hasta le publican en Rusia. En España ha encontrado un público amplio y fiel en catalán editado por Labreu. Al turista literario le gustaría que Fulgencio Pimentel, esa admirada editorial, siguiera con la labor de publicar a Dovlátov en castellano. Más que nada para no tener que aprender ruso, lo que es un Everest a estas alturas. 





Jesús Javaloyes, Madrid 1957, como Borges está más orgulloso de lo que ha leído que de lo que ha escrito. Entre otras cosas porque de lo escrito todavía no ha publicado nada. A los veintitantos tuvo que decidir entre la informática y la literatura y optó por la primera porque su familia ya había pasado bastantes miserias. Fue programador de ordenadores, como Coetzee, y durante treinta y cinco años se empeñó en sacar adelante la pequeña empresa que había montado. Hace diez pensó que tenía otra vez tiempo y volvió a escribir. Ha frecuentado talleres literarios y escritores con notorio perjuicio para su hígado y enviado algunos relatos a concursos de los que, sorprendentemente, no todos han tenido éxito. Su última novela Los mapas mudos aún no ha sido publicada.