Seamos sintéticos.

La gran mayoría de la pornografía mainstream contiene escenas de violencia, humillación y sometimiento hacia las mujeres. La pornografía mainstream de la página pornhub es gratuita y está al alcance de los niños y las niñas desde los nueve años, según los estudios más recientes. Se ha convertido en el mayor agente de educación sexual de nuestras sociedades hipersexualizadas. Los niños y las niñas de nueve años aprenderán involuntariamente que la relación de poder y dominación que visualizan a escondidas representa la realidad de la sexualidad adulta, y reproducirán esas conductas cuando lleguen a la pubertad y a la adolescencia. Su deseo sexual se moldeará de acuerdo a las imágenes que observen en sus dispositivos móviles; escenas degradantes para las mujeres, y confundirán en sus cerebros la sexualidad con la dominación y el poder. Sus cuerpos serán comparados con los de las actrices y actores porno hasta llegar a someterse a tratamientos quirúrgicos para parecérseles. Ellos repetirán la violencia hacia las mujeres en el encuentro sexual, ellas, siguiendo la socialización que las empuja a desear ser deseadas, reproducirán las actuaciones de las actrices para ser deseadas por ellos. Unos y otros se alejarán progresivamente de un deseo más íntimo y singularizado para responder a una excitación externa, provocado desde fuera, que necesitará progresivamente de más estímulos y más violencia para conseguir los fines de excitación propuestos. El vídeo más buscado durante el año de la violación de la Manada fue, precisamente, el que se dijo que habían grabado los salvajes, aunque nunca estuvo en circulación.

Muchos de los jóvenes adictos a la pornografía, que se masturban con esas escenas de violencia, no podrán consumar el acto sexual con sus parejas de carne y hueso. La disfunción eréctil crece entre esta población. Se erotizará la violencia y la degradación de la pareja sexual.

Ellas confunden el ejercicio coital y apresurado de las escenas pornográficas con su propia sexualidad, incapaces de identificar por fuera de esos modelos propuestos sus apetencias y deseos.

La sexualización y pornificación de nuestra sociedad se observa en miles de ejemplos: la publicidad reproduce imágenes sacadas de la pornografía; las jóvenes se inyectan hialurónico y botox en los labios para parecerse a las influencers de moda, a las chicas que venden su cuerpo en la aplicación Onlyfans, y a las actrices porno. El modelo de belleza corporal será el de estas últimas, como lo son las poses que se repiten en los millones de selfies que circulan por la web y en la aplicación de citas, Tinder y parecidas: nalgas prominentes, pómulos y pechos aumentados, morritos de aparente disponibilidad y deseo sexual; medio perfil, hombros hacia atrás y pecho adelantado.

Además, el uso adictivo de la pornografía reduce la conexiones neuronales, convierte al cerebro en menos activo; por condicionamiento instrumental, hace que los consumidores sean cada vez más permisivos con la violencia que observan en las cintas; afecta a la visión que los consumidores tienen sobre las mujeres, cosificándolas; disminuye el interés por las relaciones con las parejas reales; aumenta el malestar con el propio cuerpo tanto en hombres como en mujeres, al compararlo con los modelos que visionan; produce a largo plazo menos satisfacción sexual y hasta desaparición de las relaciones no virtuales; aumenta la impulsividad y la búsqueda de placer inmediato, y se relaciona con violencia sexual y maltrato.

La sexualidad como encuentro singular e íntimo ha desaparecido. Toda excitación pasa por la red. El sexting, el after hair sex…. la sexualidad se convierte en una monótona performance cuya excitación la produce más su publicidad que el encuentro mismo.

Algo ha salido terriblemente mal desde la famosa revolución sexual de los años sesenta y setenta hasta ahora. Lidia Cacho, periodista mexicana especialista en feminicidios y derechos humanos afirma lo siguiente:

“En la medida que las chicas de 12 y 13 años crean que lo más valioso de ellas es su apariencia o su cuerpo, y en la medida que la industria de la cirugía estética se promueva tan bien con las adolescentes, esto va a continuar. Es normal que las adolescentes en nuestros países quieran 5 mil dólares para operarse, y es difícil que una chica de esa edad tenga esa cantidad,  y entonces lo que encuentran es enganchadores que les ofrecen dinero fácil por hacer bailes exóticos o modelaje. Más o menos el 80 por ciento de las chicas que son cooptadas, son cooptadas a través de mensajes de Facebook y anuncios que promueven trabajos inmediatos que ofrecen mucho dinero. Se está promoviendo la cultura de la superficialidad”.

La letra de la canción de Chanel es explícita al respecto.

 

Les vuelvo loquito' a todos los daddie'
Voy siempre primera, nunca secondary
Apena' hago doom, doom con mi boom, boom
Y le' tengo dando zoom, zoom on my yummy

 

Daddie son los hombres adinerados que pagan a chicas jóvenes para mantener relaciones con ellas.

La máxima aspiración de una joven es poseer un cuerpo de influencers  o youtubers, recordemos que el 50% de los niños quieren ser youtubers de mayor, no importa qué contenidos difundan. Ser influencers o youtubers es ganar dinero fácil y tener seguidores en las redes. Como aspiración constituye un fracaso estrepitoso de la sociedad en su conjunto, un síntoma de la cultura de la superficialidad y la huida del pensamiento que se ha impuesto.

La educación está fracasando en todos sus niveles, el culto al dinero fácil y sin esfuerzo, al logro sin trabajo de por medio, se impone, y el cuerpo se convierte en un recurso para ser explotado si es bello, para ser transformado para alcanzar cánones a menudo inalcanzables –llenando los bolsillos de la industria de cirugía estética, cuando no lo es.

Las redes sociales tienen responsabilidad en esto: el imperativo de la felicidad, la homogenización y la pornificación de la sociedad han producido la situación actual.

Urge cambiar este estado de cosas, devolver a la educación su función crítica, recuperar modelos sociales para los jóvenes donde el logro sea un proceso vinculado al esfuerzo y no a un infantil y peligroso ejercicio de pensamiento mágico.

Saquemos la educación sexual de las escuelas, educación que habría de incluir una mirada crítica hacia la pornificación de nuestras sociedades, y la pornografía entrará alegre e impunemente en las habitaciones de nuestros menores por la ventana de sus terminales. Cuando sean adolescentes, con su boomm, boomm conseguirán poner loquitos a los daddie, eso sí, con su cuerpo empoderado y libre, proxenetas de sí mismas, porque sus cuerpos son mercancía, que dijo la Mala Rodríguez; sus mamis les pagarán las operaciones de aumento de pecho para que no disminuyan sus clientes en Onlyfans, y sus papis de verdad no tendrán que preocuparse más por su futuro.

Perfecto.



[1] Para ampliar el tema, recomiendo la lectura del libro de Ana de Miguel, Neoliberalismo sexual (Cátedra, 2015), y el de Mónica Alario, Política sexual de la pornografía (Cátedra, 2022).