Leo en el diario El País el pasado 11 de marzo que los responsables de la Filmoteca de Andalucía han suspendido la proyección de la película Solaris del ruso Andrei Tarkovski, del año 1972, cuyo guión se basa en la novela homónima del polaco Stanislaw Lem, y la han sustituido por el filme de idéntico título basado en el mismo relato dirigido por el estadounidense Steven Soderbergh y producido en el año 2002. Aducen los (ir)responsables de la institución que al tomar esta decisión siguieron las recomendaciones de la Academia Europea del Cine. Según una fuente que con buen criterio no se identifica "Pedían (se supone que desde la mentada Academia) evitar cualquier visionado que pueda suponer ingresos al gobierno de Putin".

            En este asunto los (ir)resposables de la Filmoteca de Andalucía han sido más papistas que el Papa puesto que la Academia solo lanzó una recomendación, convertida sin embargo en prescripción por las solícitas autoridades cinematográficas de Vandalia. Vamos, que los deseos de la Academia Europea del Cine son órdenes para la filmoteca andaluza. Esto es más que obediencia debida, es cumplimiento más allá del deber (y permítanme que utilice términos militares que seguramente sintonizan con el espíritu con el que se ha llevado a cabo esa singular disposición).

            Se me ocurre que quizá en este caso los de la cinemateca podrían haber tenido un criterio más gradualista para boicotear al señor Putin y seguir así el ejemplo del ínclito Josep Borrell (en catalán se pronuncia 'burrell', valga la aclaración a los efectos oportunos), exaccionista de la empresa energética Abengoa sancionado en su día por la Comisión Nacional del Mercado de Valores por usar información privilegiada al vender los títulos que poseía de esa empresa (pelillos a la mar) y hoy flamante Alto Representante de la Unión Europa para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el cual ha recomendado que bajemos un poco la calefacción para luchar contra Putin; pero, ¡ojo!, no que la apaguemos, manifestando así una cierta grandeza de espíritu y cierta deferencia hacia los habitantes de las regiones más frías de la Unión Europea. Siguiendo este patrón los (ir)responsables de la filmoteca podrían haber sustituido el "Solaris" de Tarkovski, que dura dos horas y cuarenta y cinco minutos, por un mediometraje del mismo director, por ejemplo "El violín y la apisonadora", de tan sólo cuarenta y cinco. Así, todos nos quedamos contentos: castigamos a Putin (ya que sus ingresos, siguiendo los criterios de las lumbreras de la Academia Europa, se reducen más o menos a una cuarta parte de lo que esperaba ingresar) y no se nos priva a los amantes del séptimo arte del placer de ver una obra del cineasta ruso.

            Lo que no me queda claro es si cuando yo contemplaba la película de Soderbergh, allá hace veinte años, en la fecha de su estreno y con harto placer por cierto, estaba a la vez financiando la invasión de Afganistán por parte de... ¡vaya!, ya no recuerdo por parte de qué país ni de qué presidente.


                                                   Cartel original de la película "Solaris" de Andrei Tarkovsky