Un instante eterno. Filosofía de la longevidad

Pascal Bruckner, Siruela 2021

 

A sus setenta y dos años, el filósofo francés Pascal Bruckner, célebre en nuestro país por su libro La tentación de la inocencia (1995), donde analizaba las paradojas de sus contemporáneos y criticaba el infantilismo de nuestras sociedades; infantilismo propuesto desde entonces como nuevo modelo de humanidad, nos ofrece en este, su último ensayo, una síntesis de su pensamiento alrededor de los avatares de la vejez. Bruckner nos propone un texto rizomático que transita por distintos aspectos de una senectud prolongada – apenas estrenada para la especie humana gracias a los avances de la ciencia – , avanzando algunas respuestas a sus numerosas preguntas o, más a menudo quizás, dotando a las respuestas de una cualidad disyuntiva, o lo uno o lo otro, porque los hombres y las mujeres que somos rara vez respondemos de modo homogéneo a ninguno de los acontecimientos de nuestras vidas.

No poner límites… a sus apetitos y encontrar a los 60 años los sueños de un adolescente, o decidir que las pruebas han terminado y entrar en el mundo de los viejecitos que echan la partida, que juegan a la petanca mientras esperan la sopa (pag. 47)

La vejez es una nueva oportunidad para desear o para dejarse vencer por el tiempo, y Bruckner apuesta firmemente por la primera opción: Solo hay una forma de retrasar el envejecimiento: permaneciendo en la dinámica del deseo (pag. 49). Si bien, y cita a Montaigne, quien llamaba a estas actitudes “las arrugas del alma”: el gruñón, el malhumorado y el refunfuñón están al acecho dentro de todos nosotros, listos para saltar a la más mínima decepción (pag. 65).

En su recorrido por las diversas vicisitudes del envejecer, el filósofo recurre a otros autores para comentarlas y confirmar sus acercamientos a un periodo de la vida en el que, afirma, Es mejor adherirse apasionadamente al paso del tiempo que maldecirlo (pag. 199). Su selección evidencia, no obstante, que rara vez lee o cita Bruckner alguna autora.

El ensayo está dividido en cinco partes, subdivididas en distintos capítulos que, a su vez, se fragmentan en apartados encabezados por la amplia selección de temas que comenta. A pesar de esta estructura un tanto académica, se trata de una reflexión que roza el lirismo (Las brasas se han convertido en cenizas, pag. 117), ya que Bruckner ha optado por una prosa afirmativa, con frases concluyentes y aseveraciones que se acumulan, quizás con demasiada intensidad, a modo de extensos aforismos. Nos obliga, pues, a una lectura pausada, meditada, y a una cierta disposición del lector para aceptar de forma benevolente sus opiniones. Se inscribe en una tradición francesa que bien puede recordarnos al hermoso libro de Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, con quien comparte además la precisión y la limpieza de la prosa. Extraigo un ejemplo que ilustra lo anterior:

¿Qué buscamos en uniones disparejas? Descargar la edad de uno en otro que te devuelva la frescura, intercambiar la experiencia por madurez (pag. 114). 

Sin embargo, si nos detenemos con más detalle e esta afirmación, según las estadísticas el porcentaje de parejas cuya diferencia de edad alcanza los 20 años se ha duplicado en los últimos 10, pero la proporción de los hombres que buscan esta opción permanece invariable: 91-92%; frente al 8-9% de las mujeres. Diferencia que Bruckner no comenta, pero que merecería introducir un interesante matiz de género en su opinión. Esta mirada androcéntrica y patriarcal ha llamado nuestra atención. Porque es preciso situar a Bruckner en su contexto, apelando al conocimiento situado de Haraway, para comprender este sesgo que recorre sus afirmaciones. Según él mismo confiesa en una entrevista, ha sido definido de “viejo macho blanco occidental”, definición que, por supuesto, no desmiente aunque la considere racista. Bruckner se mostró partidario de Polanski frente al MeToo, y no ha dudado en atacar a Greta Thumberg. Estas posiciones abiertamente controvertidas no han impedido la bendición del stablishment francés, que le nombró jurado de la Academia Gongourt en 2020.

Además, desde mi posición de vieja hembra blanca occidental, no me pasa desapercibido que el autor cita en su ensayo a Gabriel Maztneff, pedófilo confeso que sedujo a Vanessa Springora cuando esta era menor de edad, y que protagoniza el último libro de la autora, El consentimiento (2020), así como un sonado escándalo en Francia. Todo lo cual  no ha impedido a Bruckner incluirlo entre sus referencias. Ambos defendieron en los 80, junto a gran parte de la intelectualidad francesa, legalizar la pederastia. Aspecto este que la crítica de su país no ha pasado ahora por alto a propósito de este nuevo libro.

Estas observaciones biográficas explican algunos de los límites de su ensayo: su perspectiva evidentemente masculina, su privilegiada atalaya burguesa, su ignorancia o su negación del cambio climático y las catástrofes medioambientales que se avecinan, que tiñen el futuro, aún de los más viejos, de oscuridad.

Es desde ahí, y a sus setenta y dos años, repito, desde donde el autor reivindica la vejez y apuesta por seguir deseando, amando, ambicionando y proyectando, aspectos que considera las fuentes que nos conectan con el mundo y nos alejan de la decadencia de la edad.

A pesar de los reparos que podamos oponer a sus posiciones políticas, a pesar de su indiferencia ante las desigualdades y diferencias de género –impagable esta otra afirmación: … una de las soluciones a las injusticias del deseo, además de fortalecer el poder económico y político de las mujeres… (pag. 112)–, Bruckner nos ofrece un libro sincero sobre sí mismo, y nos invita a pensar con él los matices de una etapa llena de interesantes contradicciones sobre la que merece la pena reflexionar.

Concluye su ensayo con una hermosa propuesta que suscribimos plenamente: La única palabra que debemos decir cada mañana, en reconocimiento del regalo que se nos ha dado, es: Gracias.

No se nos debía nada.

Gracias por este regalo insensato.