Me contó que estaban asediando una ciudad cerca de la frontera y que, mientras cargaban con uno de los cañones, este explotó. Y entonces sintió que algo se rompía en sus oídos, que era como si, de repente, pudiera escuchar más allá, como cuando un oído se tapona y se sopla por la nariz y se vuelve a escuchar el mundo con toda nitidez. Dijo que el velo, ese velo de silencio al borde del oído del que tanto habíamos hablado, era en realidad un cristal, el vidrio de una burbuja. Dijo que, hasta aquella explosión, él había vivido encerrado en esa burbuja de cristal, y que escuchó perfectamente cómo estallaba el vidrio, y entonces el inmenso sonido del mundo, la gran partitura de Dios entró de golpe en sus oídos.

Me explicó que el lenguaje de los hombres ya no significaba nada para él; el capitán le daba órdenes y los soldados le hablaban pero esas palabras se quedaban dentro de las burbujas que rodeaban a la gente. Me contó que él las comprendía, sabía lo que querían decir, pero no entendía su sentido; creo que lo que quería decir es que entendía el significado de aquellas palabras, pero no era capaz de saber exactamente cómo le afectaban, qué tenían que ver con él aquellas órdenes, aquellos relatos, confesiones, saludos o chistes obscenos que la gente emitía ante él, porque él ya no los escuchaba como expresiones individuales de una persona con nombre, de una persona en un espacio y un tiempo concretos, sino que las oía como notas de una sinfonía inmensa dentro de la que adquirían otro significado, inmenso y universal.

Me intentó explicar que era así como lo veía y escuchaba todo: el galope de los caballos en el  campo de batalla, los cañonazos explotando desde todos los puntos cardinales, el grito del soldado herido, el sonido de la bayoneta al atravesar la carne y las explosiones de los fusiles, el afilado silbido de los sables, el aullido del viento y la tormenta sobre los bosques. Me dijo que todo era parte de la misma canción que había estado siempre ahí, al otro lado del vidrio que le impedía, escuchar, pero que ahora ya solamente podía oír eso; que ya no existía el silencio, que se había liberado del silencio y que, lo que le ocurría, la razón por la que no había hablado conmigo todo este tiempo, era que, dentro de esa música, él no estaba seguro ya de quién era, ni de qué significaba la vida.

Y le pasaba lo mismo con las palabras: era capaz de entender que él era el organista, que era un músico, y que era un esposo y un padre, y que habitaba un tiempo y un espacio, pero no podía delimitar todo eso, como hacía antes, a un significado concreto, a una identidad cerrada y separada del mundo, porque ya la burbuja había estallado y el sonido lo invadía todo y lo anulaba a él, a lo que él había pensado que era. Me explicó que allí, en el campo de batalla, entre disparos, cargas, emboscadas y cadáveres, se tenía que decir a sí mismo, muchas veces, que él era un soldado que debía matar al enemigo. Me dijo que tenía que decírselo muchas veces como los niños pequeños cuando se aprenden de memoria el nombre de los ríos.

Y me explicó que, cuando llegó aquí, cuando le dijeron que la guerra había terminado y que ya no era un soldado, mientras subía el camino del valle hacia nuestro pueblo, intentaba recordar quién era, dónde estaba su casa, cuál era el nombre y cómo era el rostro de su esposa, y cuál era el nombre de su hijo.



                                                    SÁNCHEZ AGUILAR, Diego, El órgano, Candaya, 2025




Diego Sánchez Aguilar nació en Cartagena (Murcia, España) en 1974. Es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia y trabaja como profesor de Lengua y Literatura en La Manga del Mar Menor.

Como investigador y ensayista, ha llevado a cabo la edición crítica del libro Poesía vertical, una antología anotada de la poesía de Roberto Juarroz publicada en la editorial Cátedra. Colabora habitualmente con reseñas y artículos sobre literatura, política y sociedad en publicaciones como Cuadernos Hispanoamericanos, Quimera, elDiario.es y El coloquio de los perros, entre otras.

Como narrador, su libro de relatos  Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino fue ganador del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en 2016.

Su primera novela fue Factbook. El libro de los hechos (Candaya, 2018).

En septiembre del 2023 publicó Los que escuchan, su segunda novela, publicada por Candaya. Esta obra fue finalista del Premio Grand Continent de novela europea, y ganadora del Premio Alfonso X a la mejor obra literaria publicada por un autor murciano.

Su última novela, El órgano ha recibido el Premio Internacional de Novela Corta “Ramiro Pinilla” del Ayuntamiento de Getxo y ha sido publicada por Candaya en 2025.

Como poeta, su primer libro, Diario de las bestias blancas, fue ganador del “Premio Internacional de poesía Dionisia García” en el año 2008. Posteriormente ha publicado los poemarios Las célebres órdenes de la noche (Ediciones La Palma, 2016), La cadena del frío (La Estética del Fracaso ediciones, 2020) y El nudo (Premio González de Lama 2023. Ediciones Eolas).