La idea, tantas veces repetida, de que un profesional hace bien su trabajo, no por convicciones morales sino por el interés de que su cliente quede satisfecho y vuelva, idea formulada con absoluta claridad por el patrón del liberalismo Adam Smith (libro I capítulo II de La riqueza de las naciones) es, como casi todas las de esta filosofía, segura.
Pero, también como casi todas, falsa.
Lo que quisiera ahora es relacionar esa idea crucial, sostén del sistema económico y político que él contribuyó a justificar, con uno de los rasgos más característicos de las sociedades liberales: su vaciedad.
Creo que el comportamiento del profesional, interpretado de esta forma, resulta exactamente el de una máquina. En primer lugar, porque sus acciones pueden inventariarse con exactitud; y en segundo, porque su realización no requiere la experiencia de la más mínima emoción, intención, actitud o postura: basta con que se vea lo que hace. Es decir: el repertorio de su acción se reduce a visibilidad, a pura exterioridad, muestra de la total ausencia de sentido interior.
Ahora bien, este rasgo no caracteriza sólo al que trabaja, también al cliente. Este se comportará siempre del mismo modo: aunque no abrigue el menor interés hacia el profesional, recurrirá a él si piensa que no va a fallarle y quedará satisfecho con el objeto o el servicio recibido: es la confianza de un tornillo en el destornillador que, porque lo ha introducido en la pared, podrá sacarlo (lo que, como sabemos, no siempre ocurre).
La eficiencia del sistema es maquinal, superficial, conveniente, interesada, anónima, espectral: por eso nos parece tan certero, porque reúne esos adjetivos. la eficiencia del sistema viene asegurada porque está hueco.
Tenemos un sistema seguro.
Otro de los eslóganes del liberalismo, equiparable al anterior, dice que entre un cirujano creyente y otro experto, el que ha de operarse siempre se pondrá en manos del conocedor de su oficio. El liberalismo tiende a pensar que quien escucha sus consignas carece, no ya de sentimientos, sino de razón (lo que, con frecuencia, es cierto, y esto explicaría su triunfo), porque el ejemplo es tramposo. La comparación únicamente cabe cuando ambos dominan su disciplina por igual, no uno sólo de ellos; y, en tal caso, resulta evidente lo contrario: el que va a ser operado siempre prefiere ponerse en manos del verdadero creyente, quiere decirse, del hombre ético; porque confía en que, además de hacerlo bien, intentará lo imposible para ayudar a su paciente; mientras el mero experto acomoda la cita a su conveniencia y se marcha sin dar explicaciones.
Es un sistema seguro; pero falso.
Lo que el liberalismo predica es que todas las personas nos movemos para conseguir nuestro beneficio (afirmación obvia, pero incierta) y esta condición invariable del ser humano consagra sus derechos fundamentales: la propiedad y la libertad de empresa. Pero el beneficio no es a fin de cuentas más que resultado de un negocio: la producción de una cosa (vacía, hueca) que vender a alguien (que obtiene vacío, oquedad) y para lo cual emplea la fuerza de trabajo de un semejante (tratado como vacío, oquedad).
Los objetivos, las pretensiones y las propuestas de este mecanismo comparten un mismo rasgo: producen vaciedad, intercambian vaciedad y utilizan con vaciedad a las personas. Todo es cáscara.
El liberalismo se siente seguro cuanta más costumbre de vivir en el vacío y la oquedad tienen los ciudadanos a los que se aplica el sistema. Ahí, la oruga continua de: producción – venta / compra – enriquecimiento de unos / empobrecimiento de otros – vuelta a la producción: oruga que se mueve sin fin en el vacío. No hay más secreto. (Salvo añadir que con esa sensación de movimiento, la vida se hace menos inhóspita y hueca para quien no se hacía otras ilusiones al respecto).
Que el liberalismo se despreocupe de lo que no reporta ganancias, y no tenga nada que decir referente a la vida interior de las personas, respecto del amor, la amistad, el espíritu, la estética, el sentido de la vida, lo bueno y lo malo, el origen y el final, nuestras necesidades, la utopía, el recuerdo, la esperanza, la insatisfacción, el deseo, la melancolía, etcétera es normal.
(Bueno, la consigna del liberalismo: trabajar y ahorrar para que nuestros descendientes continúen trabajando y ahorrando yo no lo llamaría una propuesta de sentido: carece igualmente de interioridad y no tiene en cuenta a los sujetos; es otra descripción del orden liberal, nada más que expresado con verbos).
En fin, que el liberalismo no tenga pensamiento sobre las cuestiones fundamentales de las personas resulta, dada la situación a la que hemos llegado, una gran ventaja; lo grave del asunto es que, ejerciendo su dominio y predicando el vacío, impide a sus súbditos ocuparse de todas aquellas cosas que de verdad les interesan.
Y encuentro, años después, en el discurso de Byung-Chul Han de recepción del Premio Princesa de Asturias, 24 de octubre de 2025 (https://www.youtube.com/watch?v=fff7k_sWR7c), las siguientes palabras: "Nos invade una sensación de vacío. El legado del liberalismo ha sido el vacío. Ya no tenemos ideales ni valores con que llenarlo". Su reflexión me ha hecho recordar la mía y compartirla ahora.
0 Comentarios
Comentarios con educación y libertad