“(,,,) la mayoría de los críticos que escribían para periódicos y revistas se situaban por encima de las películas por cuyas reseñas eran retribuidos. Cosa que nunca pude entender, porque, a juzgar por sus textos, evidentemente no eran superiores. Miraban por encima del hombro las películas que proporcionaban placer, así como a los realizadores que poseían una comprensión del público de la que ellos carecían. (…) Siendo un muchacho al que le encantaba el cine y pagaba por ver casi cualquier cosa, yo los veía como simples gilipollas insidiosos.”

Quentin Tarantino, Meditaciones de cine.

 

Indagando en la extensa filmografía de Mariano Ozores podemos encontrar alguna que otra agradable sorpresa; ahí está sin ir más lejos la preterida por la arbitraria grey de comentaristas patrios La hora incógnita. Mas el descubrimiento al que me quiero referir no es otro que El apolítico, una película de 1977 realizada por el prolífico autor al sol de los acontecimientos de ese trascendental año, entre los que destacan las primeras elecciones pluripartidistas celebradas en España desde febrero de 1936. En el transcurso de los cuarenta y un años que mediaron entre ambas fechas se sucedieron una crudelísima guerra civil, una también cruel, además de larga, tiranía comandada por el general Franco, una violencia política casi incesante y un breve proceso pilotado por Adolfo Suárez y Juan Carlos de Borbón que transformó un régimen político de partido único en otro de partidos varios, entre artefactos explosivos, manifestantes muertos y heridos, huelgas a gogó y amenazantes sables afilados. Todo ello bajo la vigilante mirada de la embajada estadounidense y de otros centinelas menos reconocidos.

Ozores, siempre nutriéndose de la realidad circundante más inmediata, se zambulle de lleno en esta coyuntura política para presentarnos, alejándose de la comedia para variar, la intrahistoria de un español típico de la época, aquel que probablemente representaría a esa mayoría silenciosa que constituyó la base social del franquismo, sin ser necesariamente franquista, ni siquiera derechista, al albur de la prosperidad económica y la estabilidad socio-política que se asentó en los años sesenta y primeros setenta, magistralmente encarnado por un José Luis López-Vázquez que aquel mismo año nos daba otra lección de interpretación en El monosabio, de Ray Rivas.

Es inevitable evocar, al escribir sobre El apolítico, una obra coetánea dirigida por un cineasta de ideas políticas lejanas a las de Ozores, El puente, de Juan Antonio Bardem, protagonizada, y no por casualidad, por otro de los iconos de la comedia desarrollista, Alfredo Landa. Ambos filmes abordan un mismo asunto: la toma de conciencia del ciudadano “que no quiere líos”, que no sabe ni quiere saber de política, que se conforma con defender su trabajo, su familia, su vida privada. En el caso de El puente, Bardem se centra en el despertar sindical; en El apolítico, vía laboral también, contemplamos una asunción de una responsabilidad más integral, más política, más social, incluso familiar. Es llamativo que Ozores pusiera en boca del protagonista alguno de los alegatos de Marcelino Camacho, el líder del sindicato con el que acaba colaborando el personaje encarnado por Landa. ¡Bardem y Ozores, coincidiendo ideológicamente!, ¡quién lo diría! Esa convergencia podría parecer un trasunto de la conversación secreta que más o menos en las fechas en que se rodaba esta película mantuvieron el que fue Secretario General del Movimiento, es decir mandatario del partido único del régimen franquista (Adolfo Suárez, a la sazón Presidente del Gobierno), y el Secretario General del Partido Comunista (Santiago Carrillo), el principal grupo opositor de la dictadura.

Enrique Tolosa, el personaje de Ozores, no se mete en política hasta que otros deciden implicarle, descubriendo así que política, empresa y trabajo están íntimamente ligados, dándose de bruces con la evidencia de que para salvar su empleo, el de sus compañeros, el medio de vida de todos ellos, ha de involucrarse primero en una negociación laboral para evitar que un especulador sin escrúpulos hunda la empresa en la que trabajan (igualmente inevitable recordar Wall Street de Oliver Stone, con la que guarda más de un paralelismo) y a partir de ahí, en un compromiso político que, de momento, no irá más allá del voto y de la asunción del nuevo régimen político como un avance respecto de la situación en la que se había acomodado hasta entonces.

Poca cosa parece, podrán decir algunos, pero a Ozores más que proponer una postura ante la llamada transición democrática, que la propone, le interesa retratarnos no solo a esa gran parte de la población española que no quería saber nada y tuvo al final que saber (probablemente su propio público cinematográfico), sino también a esos militantes de los partidos ilegales de izquierda (entre los que estaba por entonces el propio Partido Comunista de España), a los capitalistas que cerraban empresas para ocultar su dinero en Suiza, a los abogados laboralistas que asesoraban en la negociación colectiva, a la lucha obrera alejada del tópico mitificado vocinglero y extremista, a los revolucionarios de salón que pretendiendo destruir no proponían apenas nada, al ama de casa pequeñoburguesa cuya vida era lastrada por una moral semibeata que empezaba a juzgar inútil, a la familia tradicional que iba poco a poco transformándose… es decir a la España toda, o casi toda, de aquellos lejanos años en que a todo el mundo se le movió el suelo bajo los pies.

Lástima que Mariano Ozores no siguiera por esta senda no muy alejada de aquella otra que Dibildos, Sinde, Garci y otros ofrecieron por entonces al público español, esa tercera vía entre un cinema intelectualizado del que hacía gala un pequeño grupo de cineastas identificados con una cierta izquierda, y la comedia popular señalada como cercana a postulados derechistas, de la que el propio Ozores era uno de sus máximos representantes. Talento no le faltaba al director madrileño, aunque en esta ocasión le ocurrió algo similar a lo acontecido con La hora incógnita: la taquilla, sin ser ruinosa, no respondió como se esperaba. Quizá por ello volvería a pensar más de dos veces otro posible alejamiento del terreno en el que tenía mayor poder de convocatoria.

 




El apolítico, España. 1977

Dirección y guión: Mariano Ozores

Reparto: José Luis López-Vázquez, Carmen Sevilla, Emma Cohen, Antonio Ozores, Alfonso del Real, Rafaela Aparicio, Ricardo Merino, Alfredo Mayo, Ricardo Tundidor, Clara Urbina, David Rocha