Después de varias
semanas sin venir a Cercedilla, de caminar por mi habitual ruta por la sierra,
me siento en el mismo árbol caído. Incluso después de muerto, el tronco de un
árbol acoge miles de seres, algunos imperceptibles al ojo humano. La muerte alimenta
la vida, renovada en una hermosa versión de la inmortalidad. Estamos a finales
de marzo y la tierra rezuma agua. El sol es más sol después de la lluvia
inesperada caída estas semanas. Un regalo del cielo,
una bendición. Estamos en primavera, en el renacer, que diría Joaquín
Araújo. El musgo tapiza las piedras y las rocas, los troncos de los árboles
cohabitan con los líquenes, holobiontes que nos enseñan a convivir, una hermosa
hermandad entre los hongos y las algas o las cianobacterias, un ejemplo
perfecto de nuestra interdependencia. Respiro hondo y, en el silencio, trato de
escuchar lo que tienen que decirme el bosque, las piedras, las montañas. "Bajo los líquenes/ ha crecido una roca, este planeta, escribe Vicente Gallego en Rayos de luz serena. En lugares así
conviven lo material y lo espiritual, nos enseña Robin Wall Kimmerer en Reserva de musgo, un viaje espiritual y científico por
estos seres. “Las rocas, dueñas de la lentitud y de la fuerza, se
rinden, sin embargo, al leve aliento verde del musgo, tan poderoso como un
glaciar, que erosiona su superficie y la devuelve, grano a grano, a su
condición de arena. Entre musgo y rocas tiene lugar una conversación muy
antigua; poesía, sin duda. Una conversación que trata de la luz y de la sombra
y de la deriva de los continentes. Es lo que se ha llamado la "dialéctica del
musgo en la piedra: una interrelación de inmensidad y menudencia, de pasado y
presente, de suavidad y dureza, de quietud y vitalidad, ying y yang'”. De alguna manera, dice esta botánica de origen potawatomi,
los musgos, en colaboración con otros seres vivos, son como una tirita para las
heridas de la tierra. “Ocupados en sus afanes, la hormiga, la semilla y el
musgo trabajan juntos, involuntariamente, para cubrir los espacios vacíos, para
sembrar un bosque en esta roca desnuda. El proceso de sucesión ecológica es
como un circuito de retroalimentación positiva, un imán de la vida que atrae a
más vida”.
Gran parte de las respuestas a
nuestra crisis planetaria y civilizatoria la tenemos delante, en estos pequeños
seres que oscilan entre el marrón desvaído y el verde intenso, en función del
agua que les llega. Estaría bien aprender a mirar lo pequeño para descubrir lo
grande. Podemos aprender del musgo, capaz de proteger el nacimiento de las
semillas, de “curar” la devastación de la tierra, de los paisajes, de las vidas
sometidas a la violación de la maquinaria extractiva. Si en lugar de movernos
en coche caminásemos más por el campo, por la vida, con cuidado, compasión y
gratitud, en un andar sin ruido que no lastimase innecesariamente a otras
criaturas, tal vez aún tendríamos alguna oportunidad para revertir las heridas
que hemos infligido a Gaia.
[Fragmento de MORALES, Javier, Caminar con Gary Snyder y otros poetas, editorial Tundra, 2025.]
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