Cada
reacción a una obra de arte es tan particular como discutible, precisamente
porque sobre gustos sí hay disputas.
Muchas
de las críticas y comentarios a la película de Óliver Laxe, Sirat (2025), se centran en su poder
sensorial, perturbador, inmersivo, lo que me parece cierto (asistido por una fotografía
y una banda sonora excelentes); pero también, y con frecuencia, inciden en el
disgusto del espectador por su crueldad. Se entiende por ello que lo hace
sufrir. Para, a continuación, enumerar otros filmes que provocan la misma
reacción con los que formaría un grupo. En algunos comentarios se cuestiona incluso
si ese impacto es legítimo. Y hasta si le privará de beneficios en la taquilla.
No entiendo nada de eso en una reflexión sobre qué muestra y cómo un filme, que
es, me parece, esencial en toda crítica cinematográfica.
Otras
reseñas la vinculan a la huida hacia el infierno, como en Apocalypse Now, de Ford Coppola, viaje hacia lo oscuro del alma
humana…Tampoco lo entiendo. Ninguno de los personajes busca el dolor, todo lo
contrario.
Leo
asimismo a quien despacha la cinta aludiendo al poder del azar, y se complace
en que al ser humano nunca le salen los planes que ha proyectado sino que
somos, más bien, sacudidos por los golpes de la fortuna, que terminan por
dejarnos en el estrecho filo que nos haría pasar de la felicidad a la
desgracia. El título de la película daría pie a esa interpretación. Pienso que,
siendo en alguna medida e inevitablemente verdad que existe la suerte en la
vida humana, resulta una conclusión sesgada y cómoda. Y creo que la película no
dice solo lo que su título anuncia.
De
modo que, desde mi parcialidad de espectador, comparto mis pinceladas con
quienes ya la han visto.
Es verdad que la naturaleza es
insensible a nuestros deseos. El murallón de montañas, bellísimas, de Marruecos
no sabe nada de los ritmos tecno y el baile hipnótico de los occidentales que
acuden allí a embriagarse por la fusión de sus cuerpos con la música. La
naturaleza, afortunadamente, es insensible y es a nosotros, los seres humanos,
a quienes se nos ha dado el protagonismo para interactuar con ella. Como
especie, nos hemos adaptado a vivir entre los fríos polares y en los desiertos,
en la selva y en los islotes. Hemos tenido la inteligencia para hacerlo. Un
ejemplo de ello, la increíble carretera que desciende en zigzag por una montaña
hasta el llano. El error es pasar con ella con un vehículo enorme que te puede
llevar al descalabro. El error es cruzar un desierto sin agua, expuesto a la
sed y a las tormentas de arena. La película rompe con nuestra imagen del hombre
que vence los desafíos de la naturaleza solo porque es el héroe. No, Indiana
Jones no existe; existe la lucha descarnada del ser humano con la propia
tierra. La tierra, que se me aparece como un personaje más, de primer plano. De
ahí las ruedas atascadas, la noche, el río que es preciso vadear; de ahí la
necesidad de llevar alimento y proveerse de gasolina. Saber lo esencial. Porque
las equivocaciones se pagan. Una escena trágica de la película me ha recordado
la espantosa e incomunicable experiencia del padre que, por un despiste, se ha
dejado a su hijo pequeño encerrado en el coche y se ha ido a trabajar.
La tercera guerra ha empezado, se
dice en el filme, la cuestión es cuándo nos va a tocar a nosotros. Los bailes
simultáneos de esa masa de jóvenes ensimismados es una manera de no darse
cuenta. Nadie puede prohibirlo ni censurarlo. ¿Hay alternativa? Entre ellos, se
encuentra el grupo de marginales protagonista. Son los mismos que vemos en
barrios y arrabales, con sus heridas, la música, la droga, cierta mística.
También su dureza castigada como una coraza frente al infortunio. Hay que ser
más fuerte que el destino, no rendirse jamás. Ya saben que la vida es dura por
descontado. De modo que no se habla de ello, sino de cómo apañárselas. Ese combate
por la supervivencia resulta admirable para quien no se encuentra ahí, qué
fascinación en la literatura o el cine hacia los desclasados por parte de los
creadores acomodados, mientras que para los que luchan carece de todo
romanticismo. Cualquier barrio de las afueras permite entenderlo.
La tercera guerra ha comenzado, la
cuestión es cuándo nos toca. Y a la guerra, es decir, al ejército y a sus mandos
por supuesto, igual que a la naturaleza, no les importamos. Ni que deseemos
bailar, ni que hagamos turismo, ni que necesitemos resolver un drama familiar o
vivir al margen. Los movimientos de tropas son tan insensibles como las
montañas. No podemos dialogar con esas fuerzas colosales, ni persuadirlas, ni
inspirarles lástima. Menos aún cuando la propia naturaleza ha sido violentada mediante
la siembra de trampas militares. Otro hombre ya ha estado ahí y su presencia se
ha vuelto un peligro de muerte casi invencible. Solo queda emplear la
inteligencia para evitarlo.
La película nos muestra que,
ciertamente, el azar existe, y uno se salva mientras otros se condena sin que
este lo merezca más que el otro. Con todo, hay una fuerza mayor que la fortuna,
pues posee más alcance, afecta a más personas, supera las contingencias para
imponerse. Se trata de la política, claro. Cuando vemos el tren que conduce a
cientos de personas por un estrecho carril, sin alternativa, a un destino que
desconocemos, cuando comprobamos que son hombres y mujeres, jóvenes y mayores
no occidentales, duros, resignados, tranquilos, entonces nos las tenemos con
los perdedores de la historia. Ahí están. Cuando vemos hacinados entre ellos a
los marginales y al protagonista que han llegado ahí también provenientes de
otros lugares, entendemos que no hay salida. No es el azar quien los ha
conducido ahí. O no solo, es la maquinaria monstruosa que gobierna el mundo.
Han llegado al confín de la tierra, pero también ese lugar está ocupado,
poseído, señalado. El paisaje ya no es un escenario indiferente, es una
propiedad y, por tanto, una trampa, una amenaza.
Con cierta frecuencia, leo cuentos en
donde la catástrofe apocalíptica ofrece, sin embargo, grietas por donde
alcanzar un mundo que se ha deshecho de la cárcel. Mundos donde la lógica
imperante es otra. Sirat nos avisa de
que no. Tus deseos, sean de cuales fueren, ya no van a cumplirse. No se trata
de que la película resulte desagradable y hasta cruel y, por tanto, pueda herir
la sensibilidad del espectador. ¿A quién que no haga arte comercial le importa
eso? Se trata de despertar al que está mirando. Y cuanto antes, mejor.
Bienvenido al mundo real de montañas ya cosificadas y tecnología mortífera.
Despierta tu inteligencia para enfrentar los monstruos. Están aquí y nos dejan
sin margen. No pienses que podrás escapar. Tarde o temprano te pillarán. La
tercera guerra ha comenzado, la cuestión es cuándo te va a tocar a ti recibir
sus efectos. Es la política, estúpido.
[Texto publicado anteriormente en Zenda]
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