Hace
pocas fechas murió Mariano Ozores, nombre que en ningún círculo cinéfilo
provoca indiferencia. Para algunos fue adalid de lo zafio, portador de
innumerables defectos y ninguna virtud cinematográficos, campeón de la brocha gorda,
del chiste fácil, del destape obsceno de tetas danzantes y trémulos glúteos,
envueltos en lencería fina, exponente del machismo y hasta del franquismo[1]. Para otros ha sido don
Mariano baluarte de la comedia popular, retratista de la sociedad española, artesano
eficaz, continuador de la tradición vodevilesca, de la revista y del astracán,
todoterreno fílmico, además de oficina de empleo para centenares de
profesionales, y víctima de las políticas del Partido Socialista Obrero Español,
cuyos responsables cinematográficos, y crítica afín, lo marginaron y denigraron
por razones fundamentalmente políticas[2].
Probablemente,
con ciertos, o muchos matices, todos tienen algo de razón. Pero nadie discutirá
que Mariano Ozores pasará, de una manera o de otra, a la Historia del Cine Español,
probablemente en minúsculas y no ocupando muchos renglones, y más como un
conspicuo abanderado de un tipo de cine que hizo furor en determinada época en
la pantalla grande y que hoy día conserva su público en la pequeña, que como
portador de una obra transcendente.
Los
detractores de Ozores suelen internarse en el terreno político para
descalificarle, dando de lado, si no obviando, juicios meramente
cinematográficos y si se animan a entrar en valoraciones fílmicas, casualmente,
o no, suelen centrar sus comentarios en lo menos interesante de su trayectoria,
traicionando así una máxima de la crítica que sostiene que a un autor se le ha
de juzgar si no por las aportaciones a la evolución de su arte u oficio, o por
las influencias que ha tenido en posteriores colegas, sí por lo mejor que haya
dado de sí[3]. Es necesario recordar que
Mariano Ozores tiene acreditados más de noventa filmes como director y cerca de
ciento cuarenta como guionista. Al hilo de ello es sintomático que se haya
prestado una atención mínima a la única obra en la que Ozores ha volcado inquietudes
artísticas más hondas y personales, La hora incógnita, probablemente,
insisto, más por antipatía ideológica que por razones cinematográficas. Sería un
recurso fácil detenerse en ella para desagraviar al realizador madrileño, no en
vano constituye una rara avis no solo de la filmografía ozoriana sino
del cine español de los años sesenta, pero es necesario admitir que no es
representativa de su obra, aunque sí una demostración de su pericia narrativa, técnica,
expresiva y artística. Recurriré por ello a una labor quizá menos cómoda para contradecir
ciertos prejuicios sobre el quehacer de este prolífico realizador: rescatar
alguno títulos de su filmografía, o mejor dicho de lo mejor del resto de su
filmografía, de lo más redimible, señalando una serie de méritos que quedan reunidos
en la mayoría de las películas rodadas en lo que llamaré la “época dorada de Ozores”, tramo cronológico que
podemos a grandes rasgos limitar por un lado precisamente con La hora incógnita, del año 1963,
probablemente su mejor cinta, y cuyo fracaso de público le decidió a
zambullirse en la satisfacción sin complejos del gran público, y Es peligroso casarse a los 60 (1980),
después de la que ya no volvería a hacer nada que pudiera ser mínimamente
defendible, pues Ozores se enredaría desde entonces en el monocultivo de lo
chabacano, manoseando los tópicos más vulgares y soeces de la procacidad,
satisfaciendo ya solamente no a un público general de sensibilidad media, sino
tan solo a una fracción de él, indiferente a discursos intelectuales o a elevaciones estéticas, y solazándose
en discursos sociológicos que se alejaban de los principios que se iban a
convertir en hegemónicos pocos años más tarde. Aunque hay que reconocer que aun
en este género ínfimo sigue conservando el buen tino para parodiar la sociedad
de su época esgrimiendo a veces análisis políticos y dotes proféticas que sus
más acérrimos vituperadores fueron incapaces de reconocer[4]. Y no es que antes de esa
fecha Ozores no nos hubiera propinado subproductos que parecían dirigidos a un
auditorio de intelecto perezoso y de gusto maleducado (ahí están por ejemplo El erótico enmascarado, El liguero mágico o El soplagaitas, cintas todas ellas del
mismo año 1980 y que impregnarían, estas y las que vendrían después, a su
prestigio la marca indeleble de la impresentabilidad) pero todavía sería capaz
de facturar comedias amables y “limpias”, no carentes de diálogos inteligentes
y jocosos, sazonadas con situaciones deudoras del mejor sainete, como Es
peligroso casarse a los sesenta. No en vano este título constituirá la
linde de un nuevo territorio donde sería ya exclusiva la barrabasada, el chiste
grosero, el enredo sin sentido y el disparate corto, notas que caracterizarían
su trayectoria final y que le abocarían en sus últimos títulos al destierro de
la infraproducción videográfica destinada a incondicionales contumaces (que no
eran pocos) y al olvido casi total de distribución y crítica, salvo cuando los
guardianes del buen gusto estético y político iniciaban o reiniciaban el
enésimo linchamiento, algunas veces con fundamento.
Lo
mejor que saldría del caletre de don Mariano a partir de entonces sería, aparte
de Los bingueros, en realidad de 1979, Yo hice a Roque III, El
hijo del cura y El cura ya tiene hijo, cintas todas ellas que sin
caer directamente en el crimen de, por ejemplo, Todos al suelo (1982), no pueden calificarse más
que, siendo más bien respetuosos, de quincalla, por mucho que parte de esa
chatarra regale todavía alguna escena memorable digna de ser disfrutada
aisladamente.
Pero
hagamos una selección de los títulos más rescatables que, aunque pocos en
proporción, no lo son tanto en números absolutos. Ahí están, sin ánimo de ser exhaustivo, Chica
para todo (1963), ¡Cómo está el servicio!, (1968), Matrimonios
separados (1969), Susana (1969), Venta por pisos (1972), Jenaro
el de los 14 (1974), Señora doctor (1974) o Nosotros, los
decentes (1976), donde hallaremos unos guiones bien construidos, una
fluidez narrativa de un director que domina su oficio, una realización
técnicamente impecable[5] y un montaje limpio y
transparente[6],
unos diálogos desternillantes, unas situaciones más que graciosas, trufadas en
ocasiones de algún toque dramático (de antología la secuencia de Cómo está… entre una trastornada Irene Gutiérrez Caba su mayordomo enamorado Antonio
Ferrándiz y la chacha recién llegada que
no entiende lo que ocurre en su nueva casa Gracita Morales), apoyadas en unos
elencos soberbios bien dirigidos y bien dispuestos frente a cámara, una
economía expresiva notable y, yéndonos ya a los contenidos, una crítica social
si bien amable, no exenta de mordacidad y de una visión sobre el ser humano
propia, coherente en sí misma y, por tanto, reconocible. Es en estas cintas, y
en otras quizá no tan a la altura pero igualmente interesantes, donde hemos de ver
una continuidad con la tradición española del sainete, del vodevil y de la
revista, en los cuales se fogueó Ozores en su juventud escribiendo los textos
que la compañía de sus padres representaban.
Volviendo
a la crítica social, pocos cineastas señalaron en su tiempo (recordemos que buena
parte de esta “época dorada” de desarrolla bajo el régimen del general Franco) la
corrupción de las empresas inmobiliarias (Venta por pisos), la del mundo
político (¡Que vienen…!), el machismo de hombres y mujeres y las
dificultades de ciertas profesionales por abrirse paso (Señora doctor), las
necesidades sexuales femeninas (Susana, una visión libérrima de Lisístrata
de Aristófanes), la servidumbre del mundo del espectáculo y la desmitificación
del mismo (Dos chicas de revista), las miserias de la vida conyugal en (Matrimonios
separados y Después de los nueve meses, esta última de 1970) y en
todas ellas un reflejo cierto de la sociedad española que no muchos directores
y guionistas fueron capaces de llevar a cabo.
Se ha de lamentar siempre que este director, con
el buen hacer de su pluma, de su cámara y de la montadora, cayera con
frecuencia, sobre todo al final de su carrera, en el guión cachambroso,
pedestre, chabacano y procaz. No dejó, en todo caso, de ser un recurso para
encontrar, como se dice hoy día, un nicho de mercado, o más bien para conservarlo, en un ecosistema cada vez más hostil para el cine español popular y
para él en particular, un medio ambiente dominado crecientemente por la
distribución estadounidense (que, por cierto, también nos regalaba por aquella
época el mismo tipo de vulgaridades, procacidades y salidas de tono machistas
sin ser objeto de la censura moral que tenía que padecer Ozores[7]) y
moldeado por las políticas de la administración socialista, empeñada, en la
época de Pilar Miró como Directora General de Cinematografía, en perpetrar
contra el cine español lo que Felipe González llevó a cabo con la siderurgia y
los astilleros[8], políticas cuyos resultados
fueron, entre otros, reducir drásticamente el número de películas producidas, acabar
con el cine de género hispano, herir seriamente la identificación del público
español con el cine de su país, o al menos de cierto público español, expulsar a
este de las salas, como lo fue también Mariano Ozores, y ofrecer así en bandeja
las pantallas españolas a las películas estadounidenses, que alcanzarían cotas
de pantalla jamás soñadas.
Mariano Ozores, en el rodaje de una de sus películas
[1]
Mariano Ozores dirigió (realizó, prefería decir él) en 1965 el documental Morir
en España, la respuesta del régimen de Franco a la cinta Morir en Madrid
de Frédéric Rossif, una visión cercana a los perdedores de la guerra que el
cineasta francés realizó en 1963.
[2]
Lo que no fue óbice para que en los últimos años del gobierno de Felipe
González Televisión Española le ofreciera la realización de dos series de
televisión, Taller mecánico (1991) y El sexólogo (1994), retirada de la pantalla esta
última tras ser acusada de machista. Posteriormente Antena 3 acogió esta producción
cambiándola de título (La noche de
Ozores), emitiéndose completa sin causar mayor indignación entre las
personas y entidades a quienes escandalizó en su primer pase, entre ellas el
Partido Popular, Izquierda Unida y Comisiones Obreras. Fue obvio que Mariano
Ozores fue utilizado políticamente por los grupos de oposición como arma
arrojadiza contra un acosado y tambaleante último gobierno social-liberal.
[3]
Un ejemplo: en la Antología crítica del cine español. 1909-1995, editada
por Julio Pérez Perucha en el año 2007 en Cátedra bajo los auspicios de la
Filmoteca Española, se ha tenido a bien reseñar dos obras de Ozores, Operación
cabaretera, de 1967 y ¡Que vienen
los socialistas!, de 1982, que, a juicio de quien esto escribe, no están
entre lo más apreciable de don Mariano. Si se quería incluir a Ozores en esta
antología, ¿por qué no se escogió La hora incógnita, una muestra
singular de la filmografía hispana de su época? ¿O por qué no, si se deseaba
recoger una muestra del género en que descolló este realizador, la comedia
popular, acudir a ¡Cómo está el servicio!, Susana o Señora
doctor, obras mucho más destacadas? ¿Quizá porque rompen con la imagen
estereotipada de carca ultraderechista con que le han pintado ciertos comentaristas?
[4]
Así lo admite sin embargo Santos Zunzunegui en su nota sobre ¡Qué vienen los
socialistas! recogida en la antología antes citada. Este filme, que no deja
de ser una bien aliñada ensalada de desperfectos producida en el año 1982, mostró
la clarividencia de descubrir en los futuros gobernantes a los que alude su
título a unos fieles servidores del poder económico, es decir de desenmascarar
la impostura de su discurso político. Quizá era este tipo de señalamientos lo
que molestaba más a los plumillas más próximos al PSOE.
[5]
Esta cualidad es más reseñable si se tiene en cuenta que Ozores rodaba un filme
en tres semanas, que apenas repetía tomas y que la moviola ofrecía un resultado
más que apreciable. Esto solo tiene una explicación: que Ozores, al igual que
otros directores (Buñuel o Hitchcock, por poner dos ejemplos conocidos, y
sálvense las distancias que se quieran salvar) ya llevaba la película (o la
escena) montada cuando iniciaba las tomas. Como no hay noticia que usara fumetti
o story-board debemos concluir que, al igual que el genio de
Calanda, tenía ya el montaje en la cabeza, cosa nada habitual en los
directores, pues supone una habilidad fílmica más que notable.
[6]
Aunque a algún lector le pueda sorprender, el plano secuencia del fanfarrón en
el bar de Los energéticos (1979) ha sido considerada lo suficientemente
interesante por Mario Rajas Fernández, profesor e investigador de la
Universidad Rey Juan Carlos I, como para incluirla como objeto de estudio en su
tesis doctoral La poética del plano-secuencia. Análisis de la enunciación
fílmica en continuidad, presentada en el año 2008 en la Universidad
Complutense de Madrid.
[7]
Por ejemplo, Loca academia de policía (1984), Porky’s (1981), o Los
incorregibles albóndigas (1979), por citar solo tres de las más exitosas.
[8]
Para un balance del paso de Pilar Miró por la Dirección General de Cinematografía
ver Ansola González, Txomin, “El decreto Miró: una propuesta ambiciosa pero
fallida para impulsar el cine español de los 80”, en Archivos de la Filmoteca n-º 48, Filmoteca de la Generalidad
Valenciana, octubre de 2004, pp. 102-121. Una frase de Txomin Ansola resume su
artículo: “(…) el Decreto, muy a su pesar, se convirtió en la carcoma que
estaba desgastando al cine español (…)”.
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