Singular película de propaganda El comunista dirigida por Yuli Raizmann en 1958. Singular y quizá paradigmática de la propia estrategia propagandista de cierto cine soviético del periodo postestalinista, el cual recogió tanto las enseñanzas de la vanguardia soviética, como los lineamientos del realismo socialista y las estrategias marcadas por otras cinematografías, como la estadounidense o la weimeriana. La extrañeza que causa este cine político soviético es en cierto grado su ineficacia, y no por una falta de competencia técnica o artística de los cineastas de la Unión de Repúblicas Socialistas, sino por una especie de marca ontológica producto de la sujeción a los principios básicos de la verosimilitud, no desdeñable tara en cualquier obra cuyo fin primordial sea la persuasión ideológica. Si a ello se añade el compromiso inherente al cine soviético con el humanismo socialista nos topamos con una obra más que problemática desde el punto de vista de la propagandística, la cual suele ser insensible a los innumerables y delicados matices del comportamiento humano, a la complejidad de la sociedad en la que se desarrolla este, a la madurez del juicio del espectador y cara a los clichés más convencionales con que el cine comercial de otras latitudes y de diferentes épocas (especialmente de la de producción de este filme, la Guerra Fría) castiga al espectador, entre ellos el casi inevitable final feliz, el “happy end” reconciliador, por no decir, claudicante con las contradicciones de la sociedad.

El comunista rehúye ese tipo de conclusión, para desgracia del espectador convencional, sustituida por un desenlace donde se amalgaman el dolor y la esperanza, la muerte del héroe y el anhelo de los frutos de sus afanes, la amargura de la batalla con el horizonte deseado que aquella promete, una conclusión precedida por una variedad de situaciones, tipos y personajes que responden a las peculiaridades de cierto cine soviético antes señaladas y que se alejan de los caracteres inamovibles y arquetípicos de la fílmica más comercial, a pesar de que el propio protagonista del filme no reniegue de los rasgos del paladín bolchevique, enriquecido eso sí por su sufrimiento batallador y por el dolor de un amor prohibido, y de que el retrato de Lenin, personaje secundario de esta cinta, peque de un enaltecimiento un tanto amable en su papel de organizador infatigable. En relación a estas dos leves amonestaciones uno no puede dejar de pensar y comparar este filme y sus figuras con la glacial Ninotchka de Lubitch, un personaje de cartón piedra desde el principio hasta el final; o recordar el santón con que nos arremetió Spielberg no hace mucho tiempo en su bochornosa hagiografía de Abraham Lincoln.

Y es que con finales nada felices, ni cerrados como este, con descripciones alejadas del maniqueísmo de unos seres humanos y una sociedad escindidos y desgarrados por una guerra civil (la trama se sitúa en los años 1918 y 1919 en una pequeña ciudad asediada por los blancos donde el gobierno ruso encarga al protagonista la organización de un almacén que surte de elementos básicos a los constructores de una central eléctrica), de una viveza y riqueza alejadas de cualquier discurso monolítico y con la presentación de un pueblo doliente y sufriente, y a pesar de ello luchador, uno no sabe cómo demontres se puede construir una película de propaganda.

Habría que destacar, antes de finalizar esta breve nota, dos bondades de esta obra de Raizmann (ayudante en su día de Yakof Protazánof, figura señera de la fílmica soviética de los años veinte): la plasticidad de la imagen y de los elementos que encuadra, es decir, de las figuras humanas, de los decorados, de los animales, de los cielos, la  tierra, el barro, el fuego, etc., lo que produce un gozo “pictórico” poco común en el cine occidental, pero que constituye una característica peculiar del cine soviético (Eisenstein, Dovjenko, Bondarchuk, Barnet, Kalatozof), y, en consonancia con ello, la potencia expresiva de las secuencias del incendio de la aldea que, por momentos, evoca a la inolvidable quema de Atlanta de Lo que el viento se llevó.

Una obra, por tanto, esta El comunista, más que recomendable.





 El comunista

Unión Soviética, 1958

Dirección: Yuli Raizmann

Guión: Yevgueni Gabrilovich

Música: Rodion Schedrin

Fotografía: Yu-Lan Chen y Alexander Shelenkof

Intérpretes: Yevgueni Urbanski, Sofya Paulova, Yevgueni Shutof, Serguei Yakovlef, Valeri Zubkof, Boris Smirnof

 

Disponible en la siguiente dirección de internet: https://www.youtube.com/watch?v=IHtLcD0WAlc