Epílogo: Antígona y el cristianismo.
Considero interesante situar las grandes preguntas de Antígona a la luz del cristianismo. A fin de cuentas, porque dos milenios de esta religión han hecho que sus criterios nos resulten familiares y porque cuantas afirmaciones se hagan respecto a la moral, a la política y al más allá no pueden entenderse sin la confrontación con su doctrina. Así que, muy brevemente, me referiré a tres de ellas:
1) De una parte, vemos que la apelación a Dios va de la boca de una a la del otro. El Evangelio ha reflexionado a fondo hasta comprender que la religiosidad no depende de la declaración formal de ateísmo o de fe, sino de la actuación que se sigue en la vida; la verdadera fe no se profesa con los labios sino con el corazón.
Sobre la primera cuestión, si habrá juicio tras la muerte, Antígona conjetura que el bien y el mal serán tratados de igual forma. Otras creencias pueden asimilarse a esta; ya sea porque Dios perdona sin reservas y da la felicidad gratuitamente a todos; ya porque sobre el estado final del hombre, Dios se inhiba o, en último término, porque Dios no exista: la suerte final de los seres humanos no coincide con lo que estos creen o hacen. La posición de Antígona declara irrelevante el más allá, su respuesta resulta (a efectos prácticos) semejante al ateísmo. Creonte, en cambio, declara con rotundidad su fe en el juicio divino.
Sin embargo, observamos un cambio notable en la actitud hacia la religión de los personajes ante la segunda pregunta. Antígona reconoce que la voluntad de Dios no puede sin más identificarse con la humana. Mientras para Creonte, la acción de la divinidad resulta innecesaria, ya que la determinación política de los hombres se ha impuesto como criterio último de valor moral. La voluntad divina es superflua; el ateísmo del rey, perfecto.
No habrá ya variación en sus posiciones: Antígona, que se declara agnóstica (acaso los juicios de Dios sean diferentes a los nuestros), elige la opción de amar. Creonte, autoproclamado conocedor de la ley del Hades, disimula, bajo su aparente religiosidad una actitud esencialmente interesada.
2) ¿Cómo sucederá el juicio final? Para el cristianismo es imprescindible la declaración puesta en boca de Jesús en el pasaje de Mateo, capítulo 25. Frente a las dudas de Antígona, el Evangelio ofrece un criterio meridianamente claro. La acción del hombre no deja indiferente a Dios: el que alimenta, da de beber, acoge, viste y acompaña al que lo necesita es bueno; el que niega el socorro es un malvado. Tales acciones, recuerda el cristianismo de continuo, ejemplifican la casuística de una actitud fundamental, el centro de la acción moral: amar al necesitado.
Obviamente, el criterio evangélico choca con la opinión de Creonte: la amistad o enemistad con alguien no decide si ese es bueno o malo. Para el cristianismo, nadie juzga sobre la moralidad del otro; uno se vuelve moral o no, precisamente, según la amistad o enemistad efectiva que muestra hacia los demás. Por este principio sostenido sin desmayo en la Biblia: “misericordia quiero, no sacrificios” (Oseas, repetido en Mateo), Antígona es una mujer profundamente religiosa.
3) Un último comentario. El juicio de Dios en la Biblia parece venir a compensar los males de este mundo; la tragedia griega, más desconfiada, y más ingenua (y, en esto, coincidiendo con una ilusión de muchas creencias de la Antigüedad), hace que el ajuste de cuentas ocurra en el curso mismo de la Historia. Más desconfiada porque no cree que el más allá resuelva los dolores de la vida; más ingenua porque espera que la justicia alcance a los malvados, pagando con desgracias sus iniquidades.
El Evangelio muestra la razón que mantiene al malvado seguro en su egoísmo: la Historia no lo castiga. Con frecuencia, el canalla muere dichoso y el justo en el suplicio; por eso el malvado cree que posee la verdad, mientras el hombre bueno se pregunta si su acción tiene sentido. La religión de la Biblia señala el trágico equívoco de la Historia, su insoportable ambigüedad. Hemos asistido al desdichado fin de Antígona; en la muerte histórica de Jesús de Nazaret vemos repetido el mensaje: quien predica el amor sufre persecución y muere a manos de los poderosos.
El cristianismo augura que habrá un juicio final. Sin embargo, su anuncio del Dios incomprensiblemente bueno obliga al silencio acerca de su palabra última; invita al agnosticismo en esto, como Antígona; quién sabe lo que Dios querrá cuando nuestros poderes queden suspendidos.
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