No me van a
creer ustedes, pero el camarero, que se ha acercado a la mesa de al lado, se da
un aire a Pablo Carbonell. Por lo visto, Pablo es de la tierra. El hombre lleva
un rato sentado a la mesa y pide ensalada con bacón y pequeños tacos de queso. De segundo, hamburguesa de retinto. Para abrir
el estómago, una copa de Barbadillo.
Le dice al
camarero:
—Hasta aquí—.
Y señala la boca del cáliz con el filo del tenedor.
El camarero
tarda en regresar con una botella de Barbadillo. Ensaya la sonrisa de Pablo
Carbonell mientras hace restallar las chanclas y le arranca el corcho a la
botella. Lleva el brazo izquierdo a la espalda, alarga el derecho para llenar
con vino la mitad de la copa.
El hombre examina
la copa medio llena, bebe el líquido encarnado de un trago y vuelve a señalar la
boca con el tenedor mientras pide la copa llena de vino. El camarero se coloca
en posición y la llena hasta la mitad. El hombre bebe sin respirar y pide una
tercera copa rebosante de vino. Impasible, el camarero ondea las chanclas y vuelve
a llenar la mitad de la copa.
Vaciada la
tercera copa, el hombre aparta los ojos de la misma y los dirige a los ojillos
azules del camarero. Este menea las chanclas, llevando el brazo izquierdo a la
espalda llena la copa hasta la mitad y dice:
—En el
restaurante jamás llenábamos las copas más allá de la mitad.
—Está bien
—dice el hombre. Y explica que esta es de tamaño menor a las usadas habitualmente
en restauración, por ese motivo la quiere inundada de vino.
El camarero
marca la mitad del cáliz con su dedo meñique y dice:
—Hasta
aquí. Resulta más elegante a ojos de un buen comensal, ¿no le parece?
—Cuanto más
llena, mejor —opina el hombre después de haber pinzado la copa por el tallo, a modo
de brindis, y de meterse el vino en el coleto—. Hagamos un trato —continúa—. Usted
llena la copa si no sabe la respuesta a la siguiente pregunta: ¿Con qué uva se
elabora este Barbadillo?
Está claro
que el camarero no entiende de vinos. Aun así, sus ojillos azules sonríen
cuando el hombre anticipa la solución.
—Palomino fino —detalla el hombre. Y continúa con
que se trata de una variedad de uva característica de algunas zonas del sur
peninsular.
El camarero
mantiene el brazo izquierdo pegado a la espalda mientras escancia vino hasta la
mitad de la copa y dice:
—¡Ah, la
uva! Puede que tenga usted razón, señor, aunque ahora no estoy en disposición
de comprobar la veracidad de la respuesta.
Les aseguro
que en este momento de la conversación
el hombre está a punto de darse cabezazos
contra la mesa. Pienso en el tenedor hundido en la frente del camarero cuando
el hombre grita:
—¡Dios
santo! ¡Cómo es posible!
Pero el camarero
se limita a observar el rostro sanguíneo del hombre.
—En el
restaurante me aseguraba de llenar las copas hasta aquí —dice. Y vuelve a
señalar la mitad del cáliz con la punta del dedo meñique.
El hombre se
queda observando la uña mordisqueada. Acto seguido, vacía la copa como si hubiese
estado una semana sin beber y aúlla: —¡Todavía no te has enterado de cómo
quiero que sirvas el vino!
Pero el camarero
se mantiene en sus trece. Es decir, zarandea las chanclas cuando ha colocado el
dedo perpendicular a la copa, mientras el hombre comienza a desinflarse como un
flotador. Completamente achicado le ruega al camarero, uña roída que se
proyecta en el cristal de la copa vacía:
—Por favor…
Aparte ese dedo de la copa y llénela hasta el borde… —Y continúa, después de
haber estado boqueando durante un instante largo—. No… no pretendo saber la
clase de restaurante en la que ha estado trabajando antes de acabar en este chamizo
de playa…, donde sirve… vino barato hasta la mitad de una copa insuficiente…
Solo quiero la copa hasta arriba de vino.
En fin.
Supongo que les encantará saber que el camarero mantiene la simpleza en el
rostro. Con el brazo izquierdo a la espalda, agita las chanclas mientras alarga
el derecho para volcar vino en la copa, antes de trazar con la punta de su dedo
mordisqueado una línea imaginaria en mitad del cáliz. Dice:
—Hasta
aquí. Resulta más elegante a ojos de un buen comensal, ¿no le parece?
Jose Francisco
Iriarte Rego nació en Madrid un 17 de noviembre.
Estudió Diseño Gráfico en Montserrat College of art (Beverly, Massachusetts) y
se licenció en el CENP de Madrid. Ha vivido en Madrid, Boston y Quito. Es
redactor publicitario por la Escuela Superior de Publicidad y ha trabajado en
agencias como Tau Diseño, Young &Rubicam y Carpe Diem Massana Rivera, entre
otras. Actualmente trabaja como director creativo en una agencia de Madrid y
reside en Arenas de San Juan, un pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real.
Es una persona creativa, amante de la lectura, la fotografía y el arte en
general. En los últimos años ha asistido a distintos talleres de escritura en
Fuentetaja, Escuela de escritores y Hotel Kafka. Ojo azul (editorial Talentura) es su primer libro de relatos.
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