Reina la indignación en las cocinas de palacio, adquirido hace poco por nuevos señores que han dispuesto normas que no han sido gratas a la servidumbre y cuyas formas respecto a su trato, tras los primeros síntomas de descontento, no se armonizan con los usos y costumbres.
El servicio de palacio, que siempre había sido conducido no sólo con benevolencia y tolerancia sino con cierta llaneza, llegando al extremo de que a algunos de los sirvientes, los más solícitos y resueltos, se les había avalado y hasta patrocinado en iniciativas personales conducentes no solo a favorecer su patrimonio particular sino a engrandecer y enaltecer también el del señor a costa del vecino con el que siempre hubo serias y añejas disputas, ahora se ve menospreciado y hasta humillado públicamente por respaldar a cierto criado emprendedor que ha replicado al nuevo patrón la censura que éste ha lanzado a sus iniciativas tras rectificar la política liberal de su antecesor y recordar a los sirvientes en privado y en público cuáles eran sus obligaciones.
Habituados a la anterior familiaridad, ahora no comprenden la nueva organización de la casa y mucho menos la mudanza en el talante para con ellos, que siempre habían sido tan serviciales, tan fieles y tan leales; quizá porque se les había hecho creer que también eran señores; en alguno de los casos que todavía seguían siéndolo, puesto que más de un fámulo exhibe rancio blasón de hidalguía.
La incomprensión de los domésticos se torna ya en indignación e incluso en soliviadura al osar cuestionar y censurar a su nuevo señor en plazas y mercados, llegando alguno de ellos a la amenaza de abandonar el servicio e instalar una nueva casa, sin darse cuenta de que ni tienen lugar donde levantarla ni medios económicos para fundarla. Otros, en la intimidad de su soledad, comprenden que en realidad no les asiste la voluntad, nunca les asistió, de huir del amparo de un techo y unas paredes cálidas y lujosas, de correr la suerte de la chusma que labora extramuros de palacio, de acogerse a inciertos amos y señores, de vivir en chozas frías e incómodas sin esperanza ni gloria. El amo intenta ahora reconducir la situación y dejar claro quién paga, quién manda, y que se ha de dejar tranquilo al vecino, cuyo jardín quieren seguir ensuciando los fieles sirvientes. Al fin y al cabo, su descrédito nació en la lengua del antiguo patrón y este ya no impera.
Aun así, de momento, la cocina y las estancias de la servidumbre siguen revueltas. La vecindad permanece a la expectativa, porque el nuevo amo sabe que al fin y al cabo tampoco abundan los fieles empleados y sustituir a estos lacayos respondones, los cuales tampoco parecen malos chicos en el fondo, no sería tarea fácil.
Uno de los motivos de las reprimendas ha sido la indumentaria inadecuada
Miembro del servicio doméstico cariacontecido
El ama de llaves
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