A GOLPES

Ser rebelde lleva una vida entera. Ahora lo sé, después de que mi madre me susurre, en su lecho de muerte, dile a ese hijo de puta que nunca lo quise. Yo, que siempre la creí una mujer cobarde, sumisa, descubro en esta frase el mayor acto de rebelión. Palabras que sentencian toda una vida y que él no podrá quitarle. Mi madre se rebela con un último e inquebrantable golpe.


Texto ganador del certamen convocado por la Asociación AMEIS (Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradores) en Madrid, en octubre de 2024, para conmemorar el día de las escritoras. El requisito del certamen era comenzar con la frase “Ser rebelde lleva una vida entera”, inicio del poema “Ser rebelde”, de Doris Lessing.

 

 TEXTOS DEL LIBRO PELOS (Páginas de Espuma, 2016 – 2ª impresión, 2024)

  

AMAMANTAR

 A Julia, el amor

 Te agarras al pecho con esa delicadeza animal que solo las crías conocen. Tu rostro, un reflejo simétrico de mi seno. Tus labios jugosos rodean la areola, carne con carne y, de pronto, descubres esa hebra fina y larga que crece en mi teta izquierda. Ese cabello rubio que nunca he querido depilar, una puntada errónea en la mujer morena y oscura que soy. Succionas la leche y el pelo se desliza hacia tu boca. No haces ascos, al contrario, y a medida que la mujer que he sido se descose, algo impredecible nos ata para siempre.

 

VELLAS FOBIAS

 

HIDROFOBIA

Teme a las mujeres y a sus cabellos que ondean como olas encrespadas.

 

ARACNOFOBIA

De un pisotón acabó con ella, porque los pelos tiesos de sus piernas lo arañaban como un bicho en celo.

 

CLAUSTROFOBIA

Su pubis, de rizos negros, terrible mundo menguante.

 

AGORAFOBIA

Temer al hombre que te desnuda con la mirada y te deja abierta, solo piel y pelo.

 

VÉRTIGO

No tiene más remedio que dejarla, a ella, cuyo pubis lanudo le hace alcanzar el cielo.

 

NECROFOBIA

Morir de miedo ante ese cuerpo descarnado que conserva el pelo flotando al viento.

 

AICMOFOBIA

Se enamoró de sus piernas lampiñas, sin embargo, le estremece que ella deje la cera y su cuerpo se pueble de pequeñas y punzantes hebras homicidas.

 

TEXTOS DEL LIBRO LA ALDEA DE F. (Ediciones Punto de Partida, México, 2011).

 

LA MUJER DEL SEPULTURERO

 La mujer del sepulturero aprovecha, cuando este tiene oficio, para deslizarse en los brazos del carbonero. Le gusta ese hombre que tiñe de negro sus pechos blandos. Cuando su marido barre el cementerio, ella deja que el campesino abone sus muslos, la pierden esas manos terrosas separando las nalgas. Y cuando su esposo visita alguna aldea, practica con el verdugo otro tipo de muerte con la soga al cuello. Solamente, una vez al mes el enterrador posee lo que es suyo y, ese día, la mujer goza como ningún otro, cuando se acoplan, con el culo pegado a la piedra, mientras recibe el eco de su último suspiro.

 

EL GUARDAGUJAS

 

Aceptó el empleo sin preguntar de qué se trataba y a punto estuvo de perderlo cuando se produjo el primer descosido en la vía. Con mano inexperta, sacó una aguja del acerico, enhebró el metal y, con puntada torpe, volvió a unir los extremos del riel. Poco a poco aprendió a remendar andenes, coger el bajo de la locomotora y fruncir vagones de mercancías. Ahora, imparte un taller clandestino de costura en el que los hombres del pueblo aprenden a destejer rudezas. Y, entre ovillos y bobinas de colores, hasta los más toscos intentan zurcirse el corazón.


Los relatos pertenecen a un libro homenaje en el que poblamos la Aldea de F, que Arreola perdió en el desierto. Una aldea que “se ve poblada ahora de relaciones eventuales que son el símbolo de una manera de vivir. Un lugar donde ya el tiempo transcurre sin prisa y donde, a pesar de que el agua es un espejismo, existen las sirenas. Allí se cosen y descosen historias de vivos y de muertos, y las mujeres, con sus lenguas cortantes, son la imaginación de F.” (Fragmento perteneciente al prólogo del libro, de Clara Obligado).


TEXTOS INÉDITOS:

 

 NIÑA TIERRA

     A los Jigos les faltan dos cuartillos para que sus tierras se conviertan en finca y les sobran dos mujeres para que no escasee la comida en su mesa. Una esposa, cinco hermanas y una gata que pare siempre en luna llena. Los Jigos quieren mover la cerca, desplazar la linde que separa nuestras tierras lo justo para convertirse en gente con posesión, dueños de una hacienda. Mi padre acepta el intercambio, una hectárea, una hembra. Desde que madre murió y nos robaron a la hermana, lo más cerca que hemos estado de una mujer es cuando la lechera trae los cántaros y sucumbimos a esos pechos que se agitan como las ubres de las vacas que nos sustentan. Una hectárea, una hembra. Escupen en la palma y se dan la mano. Luego vienen los detalles, quién decide cómo trazar la pared divisoria, quién elige al que levanta los muros, cómo comprobar que no se escatime ni un ápice de tierra. Cosas de negocios que discuten como si les fuera la vida en ello. Las mujeres asisten absortas a cada encuentro febril de los patrones, a cada amago de romper el trato, a cada discusión sobre dónde poner la siguiente piedra, para que ninguna finca deje de serlo. Absortas y expectantes por ver cuándo, cómo se negociará la otra parte. Cuál de ellas dejará de ser de ese lado de la linde y se convertirá en una extraña que, en el silencio de la noche extremeña, escuche el maullido de una gata pariendo al otro lado del muro.

 

UN POEMA, UNA CANCIÓN

     El campo seco chasca bajo mis pies. Camino pocos metros y alcanzo la única encina que se yergue en lo alto, orgullosa, sólida, en medio de un olivar de árboles retorcidos y ahuecados. La tierra muere de sed. Intento alimentarla con mis lágrimas, pero hace tanto calor que no llegan al suelo. Año tras año un hito. Un día mueres, un año después te enterramos, un año más tarde te lloro. ¿Qué será cuando pase otro año? ¿Alguna vez se restaura la pena? Recuerdo frases del poema que leímos, la imagen de tus hermanas tarareando una canción. Nietos, sobrinos, hijos y una esposa. Y una encina, que orgullosa se nutre de tu cuerpo. Y una tierra que llora cuando, en este verano justiciero, arrastro los pies sobre ella recitando que no has muerto, solo te fuiste primero.

 

Después de un tiempo sin apenas escribir, he vuelto a la escritura como medio para calmar el dolor del duelo. Estos textos pertenecen a universos que aparentemente no tienen nada que ver pero que, en mi cabeza y en mi corazón, forman parte de dos historias perfectamente conectadas.

 


                                                                                                  Fotografía de Isabel Wagemann.

 

Teresa Serván (Madrid, 1974) juega con cartas, fichas y dados para vivir y con las palabras para crear sus microficciones. Narradora casi en exclusiva de género microrrelato, sus textos han sido recogidos en varias antologías como Por favor sea breve, 1 y 2 (Páginas de Espuma, 2001, 2010), Microfantabulosas (Centro de la Cultura Popular Canaria, 2021), en varios volúmenes del proyecto Hijos de Mary Shelley, editados por Fernando Marías (Imagine Ediciones) y en otras antologías y publicaciones. Como parte del grupo de escritoras Microlocas ha participado en la experiencia de escritura a ocho manos en dos libros de microficción, en los que se fusionan la autoría individual con la creación de una obra común que se puede leer como cuento o, incluso, como novela. De este grupo literario, compuesto por cuatro autoras, han nacido La aldea de F. (Ediciones Punto de Partida, México, 2011) y Pelos (Páginas de Espuma, 2016). Amante del género muy breve, pocos de sus textos alcanzan una extensión tan amplia como la de esta biografía.