Susanna González
Turigas. «Se
escribe desde la pérdida»
El cuerpo del hambre (Editorial Animal sospechoso) es un éxodo a la falta. Llámese vacío, hueco,
hendidura, pérdida. Desde allí habla este yo poético que hace de la palabra una
interpelación al otro, a lo otro, para que el uno que habla pueda ser. Su
autora, Susanna González Turigas (Hospitalet de Llobregat, 1963) hace de esa
herida (o dentellada, o fractura o grita) pulpa de memoria con la que tejer el
verso.
¿Qué distingue al «cuerpo del hambre» de un cuerpo saciado?
La expression «el cuerpo del hambre» representa la figura del poeta. Aparece en uno de los poemas del libro que dediqué al amigo y admirado Josep-Ramon Bach, poeta que nos dejó en marzo de 2020. Tener hambre es indicativo de que lo otro es alimento necesario, pero al mismo tiempo es algo que no puede ser asimilado, del que nos nutrimos sin poseerlo. Un cuerpo saciado se aísla del mundo, queda incapacitado por su propia satisfacción. La gracia del poeta es la de crear espacio para que lo otro, siempre asombroso, comparezca.
Entre la sed y el hambre, ¿qué nos jugamos?
Parece una contradicción que en una sociedad mercantilizada, en la que se incentiva el consumo mediante el estímulo del deseo hasta que quedamos presos en un bucle insaciable, reivindiquemos el hambre. Pero es que no se trata de la apatía de los estoicos o los cínicos. No se trata de no sentir para no padecer, se trata de mantener la pasión como una forma de recibir al otro, de reconocer su singularidad y su fragilidad, sin violentarlo.
¿Qué se requiere para «habitar los márgenes»?
Apertura en todos los sentidos. La humanidad, entendida como la capacidad de recibir, aparece en los lugares más inhóspitos, en las condiciones más adversas. El exceso de confianza en la propia razón, nuestras creencias, nuestras convicciones o convenciones, neutralizan nuestra capacidad de esperar del otro una enseñanza. Aquello que hay que acoger está siempre en tierra de nadie, necesitado, vulnerable.
Si «se hace de lo incierto un referente», ¿se asume con mayor intensidad la vida?
Creo que esa es la cuestión. La apertura que he mencionado antes representa la aventura de la vida. Lo nuevo solo llega cuando nos exponemos a lo incierto, lo desconocido. El que se aferra a la certeza queda preso. Arendt decía que el ser humano no era mortal, sino natal. Cada ser humano representa la posibilidad de algo nuevo, pero es importarte que el entorno suponga un desafío.
«Abierta la herida/manará la sangre/ como agua». ¿Desde ahí se escribe, desde la herida?
Vivir hiere. Es difícil salir indemne, sería como no haber vivido. Lo que hablábamos antes. Se escribe desde la pérdida. Perder lo que amamos hiere, tanto o más que las afrentas. No podemos detener el tiempo, ni salvaguardar lo más preciado. La herida se transforma en cicatriz, se cierra y se convierte en memoria. Unas heridas cicatrizan mejor que otras.
En el poema, ¿pesa más lo onírico o la vigilia?
Creo que la vigilia. Escribo con los ojos abiertos, intento estar
consciente. Procuro liberar lo que se esconde bajo la superficie, pero para
ello la poesía tiene sus mecanismos. Es una forma de mantener el timón en una
dirección, que no se te vaya la barca a puerto, pensando que avanza. Salir de
uno mismo. Es muy fácil caer en el narcisismo, me interesa lo que hay afuera.
Pienso en los ‘Regresos’. ¿Qué ha cambiado más cuando se regresa, el
que lo hace o el lugar al que vuelve?
Ambos. El lugar está sometido al tiempo, cambia aunque nada se mueva
de lugar. Como en una casa que ha quedado cerrada durante años, tras la muerte
de las personas que la habitaban. El lugar ya no es el mismo. Los objetos han
quedado huérfanos, sin referente. Las condiciones no son las mismas, y tú
tampoco. El universo está en cambio constante, no hay un punto de estabilidad,
aunque en ocasiones pueda parecerlo, todo está en proceso.
Que el «refugio es la intemperie», ¿nos vuelve más frágiles aún?
Somos vulnerables, dependemos unos de otros. Buscar refugio en
unámbito cerrado del que excluimos al otro porque lo vemos como una amenaza, es
un error. O nos salvamos todos, o no se salva ni Dios. Nuestra fortaleza está
en la interdependencia. Tener cuidado unos de otros en la vulnerabilidad es lo
único que nos da una cierta garantía de conservación.
¿De qué modo «se restaura la voz»?
Weil hablaba de la atención como la máxima ética. Tanto si nos referimos
a la multiplicidad de voces que cohabitan en nuestro interior, como si nos
referimos a la multiplicidad de voces que conviven en una misma época o a lo
largo de la historia, prevalecen unos criterios que privilegian unas y
sancionan otras. Es un juego de predominio y subordinación. Hay que romper ese
juego, buscar las voces que han sido silenciadas, hacerles saber que las
escuchas, que no juzgas, dejar que hablen.
¿Qué busca «el que se empeña en hallar una razón en la forma»?
La certeza, un lugar seguro. Pero, a menudo, un lugar seguro acaba
por convertirse en una cárcel. Ortega y Gasset hablaba de la razón vital y
María Zambrano de la razón poética, porque con la razón pura no podemos
comprender la vida. El que quiere certezas se encuentra cómodo con el dogma y
la norma. Quiere saber qué ha de pensar y qué ha de hacer en todo momento, es
decir, no quiere pensar y decidir por sí mismo. La ética, sin embargo, camina
sobre arenas movedizas, al contrario de la moral. Pienso en aquellos que
mienten o se saltan las leyes para ayudar a los perseguidos, los que buscan
refugio. El que quiere comportarse de manera ética, está siempre dirimiendo,
preguntándose qué debe hacer. El verso, en este caso, pertenece a un poema que
habla de esos espacios residuales que quedan junto a las carreteras y
autopistas, donde se levantan barracas y se siembran hortalizas en pequeños
huertos. Todo ser humano busca un hogar, aunque solo cuente con los márgenes.
Susanna González Turigas (L'Hospitalet de Llobregat, 1963). Licenciada en Filosofía por la UB. Se dedica a la poesía y la reseña. Ha publicado los poemarios Foranies (2017), Todas las voces (2019) y El cuerpo del hambre (2024).
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