Se trata de preservar como salvaguarda del sosiego, como la llama de lo hermoso que acontece, permite que el sentido de cualquier alumbramiento humano (música, texto, fórmulas matemáticas…) adquieran un sentido. Hablamos del silencio, y en concreto de El silencio musical en la literatura (Dairea), un ensayo de Daniela Hernández Gallo (Bogotá, 1983), que abre un espacio íntimo en el que el lector es convocado para resignificar palabra, silencio, imagen y sonido.
Por Esther Peñas
En la poesía, el silencio se vincula al espacio en blanco pero, ¿cómo se detecta el silencio en un texto literario?
Sí, normalmente el silencio que se vincula al espacio en blanco en poesía es el que se interpreta como una pausa en la palabra, es decir, cuando la atención está puesta en el sonido, en el contenido de un texto y en su ausencia. Mi ensayo comienza especificando que existen varios tipos de silencios y que la perspectiva que quiero aportar es la del silencio musical, un silencio que es un elemento activo de la obra literaria o musical, una manera distinta de sumergirse en la sugerencia porque parte de que la obra es el conjunto del silencio-sonido-palabra.
Desde esta perspectiva de conjunto puedo responder a tu pregunta. El silencio musical en un texto literario no se detecta de manera evidente como el espacio en blanco o una elipsis, es un elemento presente todo el tiempo que acompaña el texto y permite que el lector experimente un recorrido de lectura más íntimo. En ese espacio de lectura y de recorrido interior del lector está la clave para sumergirse en lo sugerente del silencio musical, para detectar que se abre un nuevo espacio de información más cercano a lo contemplativo. En otras palabras, el silencio musical se detecta cuando se lee sin unas expectativas concretas, cuando el lector escucha con todos los sentidos y puede percibir lo oculto del texto literario.
¿Qué reporta al lector el silencio del texto?
La posibilidad de abrirse a otra forma de percepción, de relacionarse con lo visible y con lo oculto, de crear un espacio subjetivo y vivencial, un espacio privado que depende de su experiencia lectora y personal desde el que es posible recibir un conocimiento ajeno a la conciencia lógica que depende de ese recorrido que ha experimentado desde que comenzó a leer.
¿Hay silencio sin escucha?
No, la escucha es imprescindible en el silencio en general para que no sea un mero elemento estético o funcional. En el silencio musical, además, supone abrirse a todos los sentidos, seguir un ritmo íntimo que, como comento en el último capítulo de mi libro, a veces se encuentra inmediatamente y otras se hace evidente por acumulación de percepciones. Hay una escucha activa, una búsqueda a través del ritmo que permite la creación de un espacio subjetivo y vivencial, un espacio de introspección.
¿Qué lugar ocupa el cuerpo del lector en la escucha de este silencio?
Como comenté anteriormente, para percibir el silencio musical se debe escuchar con todos los sentidos, se trata de percibir lo oculto, y en esta experiencia no se puede dejar a un lado el cuerpo. El cuerpo es el soporte de esa belleza que se percibe. La mente y el pensamiento procesan la información de esa escucha con todo el cuerpo, pero sin intentar comprender, por eso sólo puede ser una experiencia con una duración subjetiva y puntual.
Para percibirlo, ¿ha primar la experiencia frente al pensamiento?
En la escucha del silencio musical prima la experiencia, sí, pero siempre teniendo en cuenta que la escucha dependerá del estado emocional y psicológico que atraviese el lector/oyente en ese momento. Es importante también tener en cuenta que, durante una audición o la lectura de un texto literario, discriminamos e interpretamos lo que vemos, oímos y entendemos. Antes de sumergirnos en la sugerencia y en el silencio musical pasamos por esos filtros del pensamiento mediados por nuestros gustos musicales y literarios, es decir, según nuestro capital cultural y económico y los conocimientos y estudios adquiridos. Así que nuestra experiencia y percepción no están del todo desvinculadas de nuestro pensamiento, aunque en el momento puntual de inmersión en este silencio, sí.
En un texto generado por Inteligencia Artificial (plano, monótono, bien resueltos desde la lógica, pero sin ningún tipo de modulación), ¿también cabe el silencio?
Esta pregunta está planteada desde la escritura, mientras que mi ensayo parte desde la recepción del oyente/lector, desde la escucha. La Inteligencia Artificial bebe de fuentes muy diversas, desde fragmentos de un juzgado, cartas personales, actas de reuniones a poemas, textos clásicos o libros que configuran nuestro canon literario. Con esto quiero decir que es desde la recepción del texto, desde su lectura, que se completa la percepción de la obra, por lo que la IA no experimenta el silencio musical, no se sumerge en un espacio privado y subjetivo mediado por sus emociones, sino que hace falta una persona que escuche y se pliegue en el silencio, que se haga texto.
En cualquier caso, todo texto plano y monótono, sin ninguna modulación, esté escrito por quien esté escrito, no invita al lector a contemplar o a hacer un recorrido de introspección, por lo que no tiene cabida el silencio musical.
Si sonido y silencio son un todo musical, ¿también ocurre algo similar entre la palabra y el silencio?
Sí, por supuesto, una obra literaria es también el conjunto de la palabra, sonido, silencio e imagen. Cambia el diálogo que establece el lector respecto al oyente con la obra y, por tanto, con el silencio musical. Este es un punto en el que me detengo bastante en los dos primeros capítulos de mi libro para terminar de definir el silencio en la música y el silencio musical en la literatura. El oyente debe romper con la ambivalencia de sensaciones que recibe de ese intermediario que es el intérprete, mientras que el lector debe lidiar con el concepto de la palabra, con esa necesidad de permanecer en el plano de la comprensión del texto y su interpretación. A mí me gusta poner el ejemplo de la lectura de un relato. El lector tiene la expectativa de saber cómo termina, de entender al personaje, de ver su evolución para empatizar y de saber qué nos quiso decir el autor. Sin embargo, en la construcción de la trama y la intriga de ese texto también está lo sensorial, lo insinuado y no expresado explícitamente, elementos que permiten que el lector obtenga otro tipo de información sensorial para completar la lectura de un texto. El contenido del relato o, en otras palabras, ese qué ocurre y qué nos evoca, hace que la lectura se quede mucho tiempo en el plano del significado sin dejar campo a otros recorridos de lectura o escucha. Tanto el oyente como el lector, por tanto, deben abandonar el espacio de seguridad que aporta lo informativo y estructural de una obra (musical o literaria) para no permanecer sólo en lo que evoca lo sugerente y abrirse a un espacio de introspección.
¿Cuándo se prefiere, cuándo procede, la «vía inmediata de inmersión» a la «vía acumulativa»?
No se prefiere, no hay una elección de una vía u otra por parte del lector a la hora de sumergirse en el silencio espacial, término específico que uso para el silencio musical en la literatura. Estas vías son una forma de atravesar los estratos de un territorio donde se revela todo lo que no se ha dicho pero ha estado presente y mostrándose. Un caminar arrastrado por el ritmo. El propio texto literario y la experiencia lectora son los que marcan ese ritmo de inmersión en el territorio, de ese viaje interior. El autor invita al lector para que se abra a otra percepción fuera de la conciencia lectora de una manera más o menos directa (lo invita a que penetre directamente en ese territorio o que primero lo bordee), pero la experiencia del viaje depende exclusivamente de cada lector.
En poesía se pueden dar los dos tipos de vías, bien en un poema o en el conjunto del libro. En los textos narrativos la experiencia lectora siempre es más gradual, el lector tarda en abandonar una búsqueda consciente, le cuesta acumular las pistas para dejarse arrastrar por lo que no está explícito, por el ritmo íntimo. Por este motivo, normalmente hasta que no termina la lectura del libro no completa con su percepción el texto, no se sumerge en el silencio espacial. Esta es una característica de la vía acumulativa de inmersión, que también se da en poesía, aunque dependiendo de la estructura del texto narrativo el lector pueda experimentar momentos de inmersión más inmediata.
Ahora bien, sea cual sea la vía de inmersión en el silencio espacial, este es sólo el principio de una exploración por un espacio privado sin un fin concreto (del viaje interior). No se trata de emprender una búsqueda identitaria, sino de transitar el instante, un mundo sugerente y revelador que no libera del sentir ni de la contradicción.
Cuanto más musical sea un texto, ¿más silencios acumulará?
En principio diría que hay más posibilidades de encontrar distintos tipos de silencio, pero sería interesante distinguir cuándo es más musical un texto literario. En lo que al silencio musical se refiere, acumular tipos de silencios en un texto o que sea más musical no asegura la inmersión en un espacio de introspección. La musicalidad de un texto puede tener diferentes objetivos y me gustaría pensar que esa musicalidad facilita escuchar el silencio musical, pero depende del texto en concreto y del marco que se establece a través del diálogo del lector con ese texto u obra específica.
El silencio musical no es privativo de la música o la literatura, es una experiencia que se puede dar en otros ámbitos artísticos o no. En mi ensayo he preferido centrarme en música y literatura porque son mis campos afines y porque pienso que es más sencillo definir y entender la experiencia del silencio musical si eliminamos el contenido conceptual de la palabra, pero siempre hay una estructura, un marco en el que la persona dialoga con una obra y después con el silencio musical.
Uno de los espacios «en silencio» de la literatura es la sugerencia. ¿En lo obsceno, que prima buena parte de la literatura de nuestros días, puede haber silencio?
En el momento que se determina en un texto literario un tipo de interioridad como puede ser lo obsceno, lo puro o lo divino y, sobre todo, si está ligado a una forma de juzgar moral, la experiencia en el espacio de introspección del silencio musical no tiene cabida porque va ligada a un momento puntual y espontáneo. Si la interioridad se configura como un límite, entonces sólo podemos flirtear con la sugerencia (enfadarnos, rebelarnos, aceptar, asentir…), dialogar con lo que juzgamos, pero no nos dejamos arrastrar al terreno donde no opera la conciencia lógica.
Numerosos ensayos (el último Premio Anagrama, por ejemplo) hablan de que las imágenes y las nuevas tecnologías están desplazando la palabra hasta el hecho de que, cada vez, nos cuesta más contarnos porque la palabra comienza a ser ajena a nosotros. ¿Hay silencios literarios destructivos?
En el ensayo explico que durante la experiencia del silencio musical (también llamado silencio espacial) la palabra, el silencio, la imagen y el sonido conviven, y es en este conjunto que tiene sentido. En la escucha de una obra musical no está presente la palabra, opera otra gramática, pero el imaginario es importante. La palabra tiene un peso específico en nuestra comunicación, sí, pero no es la única forma de comunicarnos y con las palabras creamos también imágenes. El silencio musical es relacional, no depende de la palabra en sí o de la imagen, sino de la belleza que crean y cómo el cuerpo entero hace de su soporte. Por eso este silencio no es exclusivo de la literatura, la música o la pintura, sino que se extiende a todo campo donde haya un encuentro cualitativamente estético.
Daniela Hernández Gallo. Bogotá, 1983. Publica Ojos Negros. Antología de relatos de amor y música (Arritmias), y Parejas ejemplares (Talentura). Doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid. Imparte talleres de lectura desde el 2019 y es profesora de cuento hispanoamericano para un máster virtual.
Ha sido traducida al chino y publicada en diferentes revistas.
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