Había
una vez un hombre bueno y un hombre malo.
Todas
las mañ
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Había una vez un hombre
bueno y un hombre malo.
Todas
las mañ
3
El
hombre bueno y el malo vivían en la misma ciudad. Eran casi vecinos.
El
hombre malo había seducido a la mujer del hombre bueno. De eso hacía un año.
4
El hombre bueno se
levantaba cada mañ
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El hombre bueno había
sufrido muchísimo. Sufría aún.
A pesar del tiempo
transcurrido.
6
El
hombre malo se levantó durante meses cada mañ
Pasaba con su coche.
Una de las ruedas hacía brincar la tapa de
7
En
aquella ciudad vivían un hombre bueno y un hombre malo. Su suerte era diversa.
El
hombre bueno, por diferentes razones, había acumulado una aceptable fortuna. El
hombre malo poco menos que vivía al día.
8
En aquella ciudad,
todos los días un hombre orinaba en el jardín de su vecino.
Mientras
lo hacía, los dones admirables de las flores, los arbustos, los árboles junto a
la verja se volvían maravillosos a la claridad creciente y tímida del alba.
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El
hombre malo había seducido a la esposa de su vecino, una mujer hermosa y
orgullosa de serlo.
Quien
siempre había estado provocándolo; desde que supo que ocupaba la casa que
distaba de la suya menos de doscientos metros. Ella lo saludaba en la acera,
desplegaba sus ademanes mejores, soltaba la risa con ocasión de un simple
comentario. Una mañ
Aunque
a aquel hombre (malo) le bastaba un solo gesto para sentir la provocación.
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Había una vez en una
ciudad cualquiera un hombre bueno y un hombre malo.
Todas
las mañ
Era
realmente infeliz. Algunas noches...
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En
aquella ciudad, tampoco el hombre malo parecía dichoso. Con los años, su esposa
se había convertido en una mujer vulgar. No sentía que sus hijos lo quisieran
mucho.
Algunas noches, hacía
crucigramas en el sofá antes de acostarse.
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El
hombre bueno perdonó de corazón la infidelidad de su esposa.
Ella le prometió que había
sido un desliz; le aseguró que lo quería, que no volvería a suceder. Sin
embargo, él supo íntimamente que el hilo que los mantenía unidos ya se había
roto.
Y
no por culpa suya, ni de ella. Más allá de sus voluntades, se había roto. Sin
más. Y no existía ninguna manera de repararlo.
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El
hombre bueno orinaba cada mañ
De
ninguno de los dos actos se sentía orgulloso. Era un hombre razonable.
Ninguno le
proporcionaba tampoco la menor alegría.
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El
hombre bueno, algunas noches, imaginaba el hilo que lo había unido a su mujer,
partido.
Se comprometió a que si
ella lo traicionaba de nuevo, no se conformaría con orinar en el jardín o
escupir en el coche de aquel hombre. Cometería una acción más grave. Mucho más
grave.
Estaba dispuesto a
intentar matarlo.
No a matarlo; a
intentarlo. Hacer algo que pudiera ocasionar su muerte. Disparar sin apuntar a
la cabeza (sabía cómo conseguir un arma); o arrojarle desde lo alto un objeto
pesado: una piedra, un tiesto, una herramienta.
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El hombre malo sólo
había sido una vez infiel (por así decirlo) en su matrimonio durante aquellos
casi treinta años, con aquella vecina. Juzgó que no era un buen marido, ni un
buen padre, ni siquiera un buen trabajador.
Pensó que quizá sólo
como amante sería aceptable. Durante aquellos días clandestinos, hicieron el
amor como adolescentes, rejuvenecieron, se contaron la verdad de sus vidas sin
reservarse nada, ni las culpas. Conversaban y se amaban; se amaban y se
comprendían. Vivieron rabiosamente felices. Clandestinos.
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El
hombre bueno pensaba de sí que tenía la bondad de los burlados. La bondad
mansurrona de la tontería.
Bobo
y bueno: se parecen, pensaba afligiéndose.
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El
hombre malo se creía el más listo fumando boca arriba, mientras ella le daba y
recibía calor fundidos todavía como un solo cuerpo entre las sáb
Ella
soñaba mundos que no había vuelto a visitar desde que se uniera a aquel marido
suyo. Desde que dejó de ser la mujer inexperta, a la que ya no se parecía en
nada.
Ella
sentía que aquel hombre le devolvía una oportunidad que, de alguna forma, había
extraviado.
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El hombre bueno se
enteró de casualidad. Un compañero de trabajo le contó que los había visto
abrazándose a la salida de un motel.
Se sintió tan idiota
que hubiera querido tomar la sobredosis de un tranquilizante y acostarse.
A esperarla.
19
Cuando la mujer del
hombre engañado empezaba alguna vez con sus dudas, el hombre malo desviaba
Ella lo dejaba razonar
y se mecía al vaivén de sus ternuras.
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¿Por qué poner en
peligro su felicidad recién descubierta? Mientras pudieran, debían vivir en
ella.
Pues la desgracia se
había apoderado de la ciudad, del país, del mundo entero. Cada cual se
encerraba en su pequeña cárcel para volverse infeliz. Quizá también a ellos les
llegase la hora de regresar a sus cuatro paredes.
Mientras que, en aquel
cuarto de alquiler, fulguraban.
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El hombre bueno habló
con su mujer. No armó ningún escándalo; tampoco le hizo chantaje con el dinero.
Si soy bueno y bobo, lo aceptaré; lo seré hasta las heces.
Ella lloraba. Quería,
no podía, no sabía explicarse. Todas aquellas escenas en el cuarto del motel de
inmediato se desplomaron.
Una mujer, un hombre.
Tratando de conversar.
Una esposa y su marido
con la luz encendida de la habitación, sin haber cenado, a la una de la
madrugada.
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Ella
logró explicárselo a su esposo. La lista interminable de incomunicaciones y
errores. Debilidad por ambas partes. Ceguera. Una historia de sentimientos
perdidos.
En
algún momento, él no aguantó los nervios. Estalló un vaso contra un cuadro,
tiró una lámpara. Gritó: soy bueno, ¡no estúpido! La sujetó por el cuello de
23
El hombre malo tuvo un
presentimiento. La telefoneó dispuesto a colgar si lo cogía él. Hizo un segundo
intento, un tercero, un cuarto... Mintió a su mujer. Una quinta llamada cerca
de
Rodeó la casa, la luz
en la vent
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Esa noche el hombre
malo se abrazó a su mujer. Corrieron lágrimas por los ojos de ambos.
Y le pidió amor.
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Había
en una ciudad un hombre malo y uno bueno.
26
Naturalmente,
ninguno se refería al otro de esa manera. (Se lo habrán imaginado.) Evitaban
nombrarse, evitaban encontrarse.
27
El hombre engañado
decidió tomarse un tiempo de reflexión. Como seres civilizados, sensatos. Ella
coincidía; no acataba simplemente una decisión de él.
Un tiempo para pensar
siempre es bueno. (En vez de la solución impulsiva.)
Para sopesar las cosas.
Para ver de cada caso su pro y su contra. Para los cálculos.
28
Durante
aquellos días el hombre malo se desesperaba. Apenas conseguía hablar con ella.
El barrio se había vuelto cómplice del marido; a la mujer le faltaba el color
de sus emociones.
Cuando se encontraban,
ella hablaba poco y con susurros, a punto de llorar. No sabía explicarse.
El hombre malo le
preguntó: ¿ya no me quieres? Que ahora no era igual. Que sí, todavía. Que todo
había cambiado. Que esperase.
29
El hombre malo temía
que su vecino fuese contra él. No era sólo un hombre con una considerable
presencia física; tenía dinero, influencia quizá.
El tiempo transcurrió.
No sucedió nada.
El hombre bueno
deliberaba en su corazón. También el hombre malo deliberó con el suyo.
Poco a poco los ojos
del barrio volvieron a cerrarse.
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El
hombre malo empezó a ser más cuidadoso en el trato con sus hijos. Decidió que los
cuatro cenarían juntos, sin televisión. Había mucho que contarse. Aunque al
principio costara por falta de práctica; luego la comunicación fluiría entre
ellos. Se sentirían mejor consigo mismos; más amorosos unos con otros.
Me
gusta lo que estás intentando, le dijo su esposa. Te quiero.
Voy
a rehacer esta familia.
Si
ya somos felices, le contestó la esposa. ¿Estás llorando…? Pero cariño.
31
El
tiempo pasó, efectivamente. Para un hombre y para el otro. Para una familia y
para
Los
amantes ya no coincidían.
Tampoco
coincidieron los dos hombres. Algún domingo, como mucho, al volver del
periódico y el pan, o de hacer ejercicio.
El
hombre bueno y el hombre malo se repartieron el tiempo, el barrio, la ciudad
misma. La calle pertenecía a uno o al otro. Pero nunca a ambos a
32
Esta
historia no tiene fin. Ustedes se dan cuenta.
Siempre
quedan huellas: en él, en ella, en su marido, en la mujer ignorante. Te he
traicionado. Seremos felices. Perdóname. Olvídate de mí. No me llames nunca. Me
gusta tanto que trates así a tus hijos.
¿Te
puedo preguntar si eres feliz?
33
El
hombre bueno salvó el matrimonio del hombre malo.
Y se salvó a sí mismo.
¿No?
El hilo roto. El hilo
reparado. El hombre malo ayudó a que la esposa infiel volviera con su marido.
Para que el tiempo
avanzase en aquel lugar.
34
¿Quién cuenta una
historia que no concluye? ¿Quién puede rastrear sus huellas?
35
Digamos
entonces algo para acabar.
Un hombre todas las mañ
Hay
otro hombre que guarda silencio.
[Relato publicado en la revista Luvina con motivo de la Feria del Libro de Guadalajara (México), 2024, dedicada a España. Y reproducido en Revistapenúltima por amabilidad de Antonio J. Morato: https://revistapenultima.com/los-hombres-relato-inedito-de-javier-saez-de-ibarra/].
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