Araujo cree que de un momento a otro lo van a matar.
No se trata de una creencia religiosa. A decir verdad, la palabra no es cree,
mejor sería decir sabe. Araujo sabe que de un momento a otro lo van a matar.
Eso ocurrirá. En un rato, mañana, un poco después… Ignora cuándo, lo
fundamental es que tiene conciencia de que ocurrirá y que será protagonista
absoluto, el personaje principal, y único, de la película.
Porque se lo dijo Iribarne. Y para esas cosas Iribarne es único. Le gusta
ser cruel y le encanta dar malas noticias.
Certero, además.
Lo tenía claro, fue por Delia. Ahora mismo no lo volvería a hacer y no sabe
si sigue enojado o si está arrepentido. Da lo mismo. Lo hecho, hecho está y no
hay más para decir. Jamás, pero jamás, se lo debió haber hecho al Gallego
Pasnosky. Que no tiene ni así de gallego, por supuesto, pero sí mucho de hombre
duro que no perdona. No hay uno que no lo sepa, empezando por Araujo. Sin
embargo, lo hizo.
No perdona. No puede hacerlo. En ese mundo no se puede. Araujo lo sabía, lo
sabe, ¿cómo podía ser de otra manera? Igual, lo hizo, le dio la plata a la
Delia, un acto de arrojo imbécil a cambio de nada, porque la mujer tenía que
irse lejos y de inmediato. Y él, que justo tenía la plata necesaria (aunque
ajena), se la dio. Ella misma vaciló antes de aceptarla.
En Resistencia, en
un hotelito de porquería. Cinco tiros.
Los mismos, o parecidos, que va a recibir Araujo en cualquier momento.
Porque el Rumboso y, presume, Iribarne, la encontraron. Tenían que hacerlo,
así eran las cosas. Si se lo preguntaban, no le gustaba. Nunca le gustó. Pero
no las discutía porque no se podían discutir. Y él lo sabía y la Delia lo
sabía. Así que le dio la plata con la total certeza de que no serviría para
nada.
Se la dio y terminó como terminó. Nada más para decir.
Hilario se la debe y por eso se encuentra en su casa. Es consciente de que tiene
que irse de allí en el menor tiempo posible y buscar otro refugio. Una idea
para reír, porque era como decir que va a sacar pasaje a la Luna.
No hay otro refugio. Tiene total conciencia de eso. La casa de Hilario es
la estación terminal. Lo habría en otro mundo, siempre y cuando se pudiera
ingresar en él. La criatura humana hasta ahora no lo logró y a Araujo no le
queda tiempo para intentarlo.
Llegó a lo de Hilario caminando más de lo conveniente. No se animó ni a los
colectivos ni a los taxis. De su viejo auto se desprendió no bien tomó
conciencia de la barbaridad que había hecho. Que fue cuando Iribarne le dijo lo
que le dijo. Andate ya mismo, le aconsejó, como si fuera el hermano mayor que
quiere lo mejor para el muchacho. Ellos no eran muchachos. Desaparecé, porque
cuando el Gallego dé la orden te vamos a encontrar.
No sabe por qué Iribarne permitió que siguiera vivo. A lo mejor para gozar
más cuando lo encuentre. Daba igual.
No tenía la menor salida.
Su presencia comprometía a Hilario que no estaba diciendo las tonteras de
costumbre ni hacia la menor broma. No lograba disimular su intranquilidad, al
punto de haber vuelto al cigarrillo que le hacía tanto mal. Sus toses reiteradas
hablaban de los pulmones tapados.
Igual, fumaba.
Así que, a la tarde, cuando Hilario salió por unos minutos, guardó lo
esencial en su gran campera (distinta a la que habitualmente usaba, de otro
color y diseño) y se marchó antes de que su amigo lo entregara. Igual que él
Hilario no tenía otra salida. Lo comprendía. Aunque en su momento se había
jugado por Hilario haciendo que el problema que lo molestaba se volviera
cadáver, nada le podía exigir. Si la gente del Gallego llegaba a conocer su
complicidad el amigo estaría más perdido que Araujo.
Lástima, eso de ser sarnoso y contagiar en la primera de cambio.
¿Y cómo sigue esta historia? ¿Cómo puede seguir sin opciones a la vista? Un
extenso campo de concentración con un único prisionero.
Donde fuere, los tentáculos del Gallego llegarían a él. En un rato, mañana,
poco después.
Se encontró de pronto en un camino solitario, sin gente, con escasos
árboles. El frio se hacía sentir. Prendió un cigarrillo y siguió caminando sin
el menor apuro.
Sus pasos eran lentos.
Corcoveaban, piafaban, relinchaban, los cuatro caballos que marchaban a su
encuentro.
Carlos
Roberto Morán. Soy un escritor nacido y residente en la ciudad de
Santa Fe, Argentina. Libros publicados: Territorio
posible (México, 1980), Noticias desde el sur (México,
1986), Noticias de Sergio Oberti (Argentina, 1990), Ella
cuenta sobre el mar (Argentina, 2006), Historia del mago y la
mujer desesperada (Argentina, 2012), Tríptico de Verónica y
otros cuentos (Argentina, 2017), Lo cierto, lo probable, lo
imposible (Argentina, 2019), Las cosas suceden (Argentina,
2020), Las cosas suceden (reedición, Estados Unidos,
2021).
Tiene su blog: https://morannoticiasdesdeelsur.blogspot.com.ar
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