MARINA OROZA, poeta
«Solo tienen resonancia las palabras que parimos con vértigo»
Marina Oroza es hija del también poeta Carlos Oroza (Galicia, 1923-2015), un personaje que habita el imaginario colectivo de quienes persiguen lo indómito de lo poético, de quienes hacen (o admiran cómo otros lo hacen) de su biografía su mejor verso. Imprevisible, inspirado, rebelde. Pero este poeta fue hombre, y el vínculo que tejió con su hija fue áspero, complejo, de tan invisible incurable. De ello habla en decir (Árdora editores, 2023), un artefacto poético en el que se conjuran los efectos y las ausencias, donde su convoca la belleza y el dolor exacto de dos vidas que ni siquiera discuten. O sí, de otra manera.
Para «entrar en uno mismo», ¿qué disposición de ánimo se requiere?
Supongo que hay que prepararse para entrar de puntillas, con mucho respeto. Abrirse a la extrañeza, al asombro. Atender a lo que puede ser y no es, pero es.
¿De qué manera se vence el pudor para contar (decir) esta historia tan íntima?
En mi casa no se podía hablar de mi origen, era un tabú familiar. A pesar de todo, fui creciendo a trancas y barrancas, quedó pendiente hasta ahora la necesidad de desmentir una leyenda, a nivel íntimo y social. Una leyenda de la que he formado parte involuntariamente hasta ahora. Empecé a habitar el territorio social del que fui excluida, gracias a un espíritu inconformista y rebelde. He transgredido con mi existencia; de hecho, hoy en día no habría nacido. Decir es una necesidad vital que fluye con la fuerza de la corriente de un río y sobrepasa las piedras de su cauce. Por fin ya no es mía esta historia ni esta herida, este libro es una cicatriz y es del mundo. Sin embargo, como es un libro, cuando se abre, también lo hace la herida y cuando se cierra, la herida se cierra. Confío y espero que este abrir y cerrar al lector le pueda servir como lo ha hecho conmigo.
¿Qué sentido encontró la escritura de decir?
Tenía que cerrar una historia para poder reconciliarme con mi raíz. De niña, solo creía lo que imaginaba, ese misterio alrededor de mi origen me daba mucha libertad. Podía inventar lo que quisiera, eran escenas que meticulosamente imaginaba, recuerdos inventados, como los del cine y los sueños. Después vino una voz antigua, ese ritmo que escuchaba era el principio de un poema. Esa voz era una herramienta para transcribir lo que había sucedido junto con lo que había imaginado. He tenido que finalmente escribir para poder pensar y llegar a decir, la escritura permite diseccionar, investigar, reflexionar. El título del libro es Decir, sin embargo es escritura y funciona como una partitura. Primero estaba el silencio, imágenes sin palabras, luego llegó esa voz que desembocó en la escritura.
¿De qué modo marca la escritura una ausencia insoslayable como la de un padre?
Del mismo modo que marca la escritura todo lo que tiene que ver con el misterio de nuestro origen y el de nuestras pequeñas biografías.
Le devuelvo una pregunta que aparece en uno de los versos: «¿van frases en la sangre, palabras?»
Sí, creo que son resonancias magnéticas que vienen de una especie de oráculo genético y biológico. Es una memoria ancestral de la voz. Por experiencia, sé que no es cultural, no depende de la vida en común, de la educación ni de la información que te pueda llegar. Son ecos orgánicos de la sangre, se manifiestan con palabras. Vale la pena afinar el oído para escucharlos, pero son más anecdóticas que sustanciales. El procedimiento de la escritura poética es diferente al biográfico y al biológico, va por otro lado y es esencial.
¿Qué brota de «la tierra fértil de la resistencia»?
Brotan flores sencillas, humildes y orgullosas como las amapolas. Y brota la sensación de haber cumplido con lo que te ha tocado vivir. La belleza de los matices se puede apreciar cuando aceptas la vulnerabilidad y la transformas en fortaleza.
¿Cuáles son esas «palabras sin resonancia que quedarán borradas por la niebla»?
Las palabras cáscara, las que nacen del ruido y no sienten. Solo tienen resonancia las palabras que parimos con vértigo, las palabras llave: funcionan como conjuros y nacen del silencio.
Que «no seamos en todo momento/ quien hubieran querido que fuéramos/ los que forman parte de nosotros», ¿es un alivio, una contrariedad, algo fatal?
Es difícil de aceptar. Algo que juzgas como fatal y la contrariedad que genera se convierte en un alivio cuando logras aceptar lo que realmente es, sin juzgar ni buscar explicaciones. Lo importante es poder llegar a desentrañarlo y saber lo que es. Los genes son solo un punto de partida para elegir lo que vas a potenciar y lo que no. La libertad de elegir es un gran honor cuando sabes lo que hay.
¿Qué territorio recorre esa última palabra que requiere la vida entera para decirse?
El inconsciente está en el cuerpo. Esa última palabra recorre el cuerpo en todas sus dimensiones y direcciones hasta que llega a tener la conciencia de sí misma necesaria para poder articularse con propiedad, de manera rotunda y verdadera.
¿De qué modo el dolor convierte a alguien en poeta?
El dolor es un síntoma incapacitante, es la alarma que reclama la necesidad de sanar una herida. La escritura poética, aunque no lo parezca, es de una gran utilidad en este sentido. Entresaca las palabras de su contexto habitual para ponerlas al servició de una transformación, es la medicina necesaria para fluir con lo que, por ser inexplicable de nuestra existencia, es también maravilloso. El proceso de escritura solo es potente y transformador cuando es radicalmente honesto.
Cuando murió mi padre biológico, escribí un texto narrativo fruto de una catarsis dolorosa y, al cabo de los años, he tenido la necesidad de cerrar esa historia con el fruto de una catarsis placentera que consiste en decir lo mismo, pero en clave poética. Decir es un poema largo que destiló el primer texto, hizo falta placer para formar finalmente la cicatriz.
Fragmentos de decir
Arranco una pared oscura
de la sustancia luminosa,
es una pared maestra.
Encierra la parte trepadora
de una raíz, arrojo el ataúd
una cadena de espinas.
Évame en paz, es el escenario
de un acto de psicomagia
(…)
La tierra, el mar.
El viento y la lluvia.
No hay donde esconderse
de los fenómenos atmosféricos.
Tendrás que decir
lo que no existe,
nombrar de puntillas
hasta el desequilibrio,
decir la salvación
de las estrellas.
Decir será cuestión
de vida o muerte.
(…)
¿Acaso nacer no fue suficiente?
¿Acaso el milagro está excluido
de semejante acontecimiento?
¿De una invasiva luz en la luz?
(…)
Del amor solo tuve,
sobre el escenario que me dejaste,
su representación.
Las brasas donde tuvieron que arder
las llamas de mis amores.
(…)
El puente de plata no me quitaba
un sentimiento de culpa.
Marina Oroza
Ha publicado los libros de poemas decir (Árdora Editores 2023) Nuevo orden de las cosas (Libros de la Resistencia 2021), Esto es real (Amargord 2016), La Chimenea de Duchamp (Ardora 2014), Así quiero morir un día (Huerga y Fierro 2005) y Pulso de Vientos, (con ilustraciones de Juan Genovés, Ketres 1997). Ha editado un DVD de una de las series de Disección poética en público (2006), un CD del concierto Mirabilia (2004) y un CD del poema musicado “Espero que mañana llegue algún día” (2017). Parte de su escritura ha sido incluida en antologías nacionales e internacionales, y editada en revistas literarias y prensa.
Ha participado en eventos y festivales, centros culturales, teatros, universidades, galerías de arte y museos, de España, Irlanda, Portugal y NYC, mostrando su obra: series de acciones poéticas bajo el título Disección Poética en público I, II, III, IV y V y un repertorio donde trabaja con la intervención de la naturaleza. Colabora habitualmente con artistas visuales y músicos.
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