A estas alturas probablemente pocos desconozcan que La virgen roja, película dirigida por Paula Ortiz, se inspira en el asesinato de Hildegart Rodríguez, teórica y activista de la sexología, del feminismo y del socialismo español, a manos de su madre, Aurora Rodríguez en 1933, crimen que ya estuvo en el origen de otra notable película dirigida por Fernando Fernán-Gómez titulada Mi hija Hildegart.

La virgen roja es una obra que, si bien no está cerca de alcanzar la maestría, nos ofrece más de un atractivo. Plásticamente el filme fascina al espectador, narrativamente nos brinda un guión sólido; su realización rebasa con creces la corrección; el montaje se adentra en los terrenos de la audacia, si entendemos como tal la recuperación de las lecciones hoy ya olvidadas del maestro Serguei Eisenstein; la producción roza lo impecable y desde el punto de vista ideológico abre la posibilidad de profundizar en un espinoso y actual debate político.

La película de Paula Ortiz, con guión de Eduard Sola y Clara Roquet, puede interpretarse como una alegoría de la divergencia entre dos corrientes del feminismo: una, que pudiéramos llamar clásica, enraizada en el movimiento socialista, y otra más moderna y extrema, surgida principalmente en los ambientes académicos. La visión más tradicional, arraigada en el movimiento obrero, y que ancla sus orígenes en el pensamiento ilustrado, está encarnada en Hildegart, la "virgen roja" del título. La radical, más pequeño-burguesa, que margina la perspectiva de clase, está representada por Aurora, su madre. Según la lectura que se podría desprender del filme, el feminismo moderno radical pequeño-burgués basa sus presupuestos y su práctica en una mujer idealizada, escindida de la mujer real y concreta; la encierra en una especie de urna de cristal, en un gueto femenino del que el hombre está excluido; victimiza al presunto objeto de su liberación, protegiéndola así del varón (igualmente destilado de una realidad previamente esquematizada) y de los millones de varones reales y concretos, culpables todos ellos a sus ojos del sometimiento que sufre el elemento femenino. Hombres, imputados de padecer una lacra antropológica, casi adánica (“son hombres, se quieren aprovechar de nosotras”, dice Aurora a su hija), imposible por tanto de ser corregida o superada, hombres permanentemente en actitud de acoso, abuso y dominio, diríase al acecho; una variedad del feminismo que ve o quiere a la mujer libre de defectos y de afectos ligados al varón, dechado de virtudes, de alma inmaculada y además motor privilegiado de la historia; una mujer idealizada tanto en su desgracia como en sus capacidades, producto de la típica fantasía pequeño-burguesa. En definitiva, una mujer inhumana, un feminismo identitario. A Aurora le interesa la mujer abstracta, no la mujer real; no le interesa su hija más que en su misión de redentora, tarea que ha ido delineando en su mente desde mucho antes de su misma concepción, comportándose cual Victor Frankenstein de la liberación femenina o Pigmalión feminista del siglo XX (y aquí es donde resulta oportuno señalar la osadía de Paula Ortiz de llamar de nuevo a las puertas de la escuela eisensteniana, comparando a Hildegart con una escultura de anatomía y belleza perfectas que poco a poco se va quebrando, utilizando la técnica soviética del montaje intelectual).

Hildegart, sin embargo, es trasunto del feminismo clásico socialista, hoy en horas tan bajas como el movimiento obrero mismo, que no ve en el hombre a un enemigo ni a un culpable, sino a un hermano; que no desea enfrentarse a él sino acompañarlo en la lucha por la transformación de la sociedad, en cuya imperfección reside la causa última y principal de la situación subordinada de la mujer, y en el combate por la liberación de la humanidad de toda dominación de clase y sexo; que quiere libertar a la fémina de la jaula en la que está encerrada tanto por el machismo imperante como por el feminismo radicalizado que representa su madre; que no desea ser ni una víctima, ni un experimento, y mucho menos un monstruo de la revolución femenil, que rompe en definitiva con esa mujer abstracta e irreal.

La conclusión del filme parece clara: el nuevo feminismo radical pequeño-burgués identitario es un callejón sin salida que conduce a la muerte de la mujer, puesto que mata en ella al ser humano, y por lo tanto provocará la derrota en la lucha por su liberación. Es más, puede presentar rasgos “autoritarios” en su accionar político, y entrecomillo la palabra por no mencionar la que utiliza Hildegart contra su madre y que hoy, por desgracia, está en boca de todo izquierdista que se precie. La vía por tanto a seguir es reincorporarse en la teoría y en la práctica a la gran corriente de progreso humano en el que todos los combates, sobre todo de clase, pero también de sexo, se vinculan indisolublemente. 

En definitiva, La virgen roja es un filme sumamente recomendable para cuanta persona se sienta interpelada por propuestas cinematográficas singulares que, además, estimulen el debate político.


Ficha de la película

Título: La virgen roja, España, 2024

Dirección: Paula Ortiz

Guión: Eduard Sola y Clara Roquet

Producción: María Zamora y Stefan Schmitz

Fotografía: Pedro J. Márquez

Intérpretes: Alba Planas, Najwa Nimri, Aixa Villagrán, Patrick Criado, Pepe Viyuela



                                
                                                      Fotograma de la película "La virgen roja"


                                        
                                            
                                        El diario "Luz" recoge la noticia del asesinato de Hildegart Rodríguez