Sabina Urraca es una escritora española,
nacida en San Sebastián (4 de enero de 1984) y afincada actualmente en Madrid.
Es autora de las novelas Las niñas
prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017) y El
celo (Alfaguara, 2024), del Episodio Nacional Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de Trapo, 2021), de
un libro en dueto con Bego Antón titulado Chachachá
(Comisura, 2023), que imbrica texto y fotografía, así como de un sinfín de
artículos y colaboraciones que han aparecido durante la última década en diversos
medios: el periódico El País y las
revistas Vice, Tribus Ocultas, Salvaje, Vogue y Zenda entre otras.
También ha participado en varias antologías. Como editora, ha trabajado en
Barrett y Lengua de Trapo. Es una de las escritoras más reconocidas y carismáticas
del panorama actual.
EL CELO, DE SABINA URRACA: INSTRUCCIONES
PARA ACABAR UN CUENTO
Potente.
Soberbia. Exquisita. El celo (Alfaguara,
2024), última novela de Sabina Urraca (San Sebastián, 1984), provoca una
conmoción minuciosa. Es una tarta que te explota en la cara a cámara lenta.
Su
idea de base podría enunciarse así: todo poder que se detenta es un poder que
se roba. La autoridad, el dominio, son hurtos, despojamientos de los que se
sirven unos para controlar a los otros. Así en lo público como en lo privado,
en lo macro como en lo micro; así el vampiro que asciende a lo más alto de la
lista Forbes causando la opresión, la depresión, el estrés y la impotencia de
miles de trabajadores precarizados, como el vampirito que acapara siempre la
conversación, idiotizando a sus interlocutores, o destaca a base de contar
historias que ridiculizan a sus amigos. Es una ecuación sencilla que se presenta
en todos los ámbitos de la vida y a todas las escalas: necesitas absorber la
energía de los demás para situarte en una posición de superioridad. Si tienes
poder sobre una persona, es porque le has arrebatado el suyo y lo estás usando
contra ella.
(Inciso:
esto no significa que no sea posible un poder propio. Lo es, pero se trata de
un poder que se limita a brillar por sí mismo y que no sojuzga a nadie. Al
contrario, a menudo ilumina, estimula a los demás a crecer, los inspira. Un
poder que irradia y no absorbe; que fortalece, no debilita. Un poder que sólo
destruye a los envidiosos que deciden inmolarse en él.)
La
Humana que protagoniza la novela ha sido desvalijada. Toda su confianza, su
creatividad, su prodigioso caudal erótico, se las ha ido sustrayendo un novio,
Daniel, alias El Predicador, hasta dejarla con los bolsillos del alma vueltos
del revés. Como roba una entidad bancaria, libre y legítimamente, sin que se
note, sin culpa ni castigo, así le ha robado El Predicador a ella no todo lo
que tenía, sino todo lo que era. No sus pertenencias, sino su identidad, su
idea de sí.
Porque
en Daniel era más fuerte el hambre de poder que cualquier otra cosa.
¿Cómo
lo ha hecho? Al contrario que a sus inolvidables compañeras de terapia, la
vieja y la Mecha, a la Humana no le han sacado el alma del cuerpo a base de
hostias. No, a la Humana eso no le habría podido ocurrir, porque al mínimo
levantamiento de mano habría cogido puerta. Adiós muy buenas. A ella le han
hecho otro juego. El juego de un luchador de judo que ha sabido usar contra
ella su propia imaginación.
Resulta
que no sólo de violencia y miedo vive el maltratador. También (quien lo sufrió
lo sabe) puede desarrollar tácticas intrincadas y alimentarse de lo que nos
hace sensibles a la belleza, susceptibles a la magia, habitantes del deslumbramiento.
Sabina Urraca traza la línea de puntos: la niña fascinada por los cuentos
atraviesa por una juventud eróticamente abierta y desemboca en una adulta
segura de sí misma y con una nutrida experiencia de la vida pero altamente
sugestionable a la que no un tipo cualquiera, sino un chico con encanto y
artimaña, con teatro y efectismo, es capaz no ya de someter, sino literalmente de
hechizar. La intensidad, sí, todos queremos la intensidad y el alucine de un
amor que parece una revelación del destino, pero cuán a menudo esta ilusión es
la trampa que nos cae en el aislamiento, brindando a nuestro victimario el
blindaje perfecto para hacer libremente su expolio. Llega un momento en el que,
desde la fábula de su relación, el resto del mundo queda para ella en un fondo
desvaído y sin interés. Desvaído y desviado. Y la influencia que el Predicador
ejerce sobre ella crece, se sofistica, adquiere una índole sobrenatural. La
novela se vuelve irremediablemente gótica. Sí, El celo es una novela gótica con afluentes realistas. O viceversa.
Pero
lo gótico es a costa de la Humana y sólo ella puede librarse, desgotizar su propia historia:
Mira mija tú
tú no llevas encima
más maldición que creer en él
él tiene el poder
que tú le diste
Cristina,
la santera cubana, dando en el blanco al primer dardo.
Ahora
la Humana tiene a la Perra. Y la Perra sangra y está en celo. Y la Humana tiende
hacia la Perra una proyección indecisa: no quiere esterilizarla, “limpiarla”,
como se dice en argot veterinario (¿de las sucias posibilidades de su
naturaleza sexual y reproductiva?), no quiere arrebatarle lo que a ella le ha
sido arrebatado, el instinto, el potencial erótico, la espontánea fuerza del
deseo. Pero al mismo tiempo trata de protegerla de ese mismo instinto y de ese
mismo potencial erótico y de esa misma espontánea fuerza del deseo que podrían
conducirla, como a ella, a la perdición. No quiere tampoco darle nombre,
hacerla suya, hacerla de alguien. Pero desea más que nada retenerla a su lado. La
Humana se convierte en la compañera de la Perra y en su angustiada vigilante,
en la celadora de su celo, apartándola de los perros que la acosan, la
persiguen, le olisquean ávidamente el trasero, listos para el asalto de su
sexo.
Paradoja
claustrofóbica: el mismo peligro acecha a las sumisas y a las libres. A unas
las deja en poder del macho dominador la tendencia a empequeñecerse; a otras,
el estado salvaje y el hambre vital desenfrenada las pone a merced del taimado
agresor que no lo parece y que ha aprendido a colonizar sibilinamente esos
preciados recursos. En todos los senderos se ocultan bandidos. No hay trayecto
seguro, no hay aprendizaje inmunizador. ¿Cómo escapar? Es difícil porque, como reza
el estribillo fatal de la Mecha, todo se mezcla.
Pero
cada veneno tiene su remedio. Y cada sortilegio, otro que lo deshace. Y contra
todos los sortilegios de todos los predicadores, existe el humor. Las amigas y
el humor. Reírse y compartir. Desnudar al fantasma y mofarse de él. Parodiar su
amenaza para reducirla a lo que es: pantomima, truco, máscara de Halloween. Contra
la pesadilla que se agranda, oscurece y se cierne, la palabra, la función nombradora de la palabra que alumbra
cada cosa, le devuelve su tamaño y la pone en su lugar.
La
Humana puede elegir que el cuento no acabe todavía. Puede elegir otro final.
Con
una escritura capaz de ternuras insólitas, de hacer inteligibles las emociones
más inquietantes e inexpresables de la humanidad y la perrunidad, El celo es un
compendio de tantas cosas, de tantas voces y conciencias, que parece que hay
mundo suficiente entre sus páginas como para quedarte vivir en ella. Es una
deglución, en realidad, y el lector no es el sujeto de ella. Es decir, que no
es una novela que ingieres; es una novela que te ingiere. Me hago soluble en
ella, me hago pastilla deshaciéndome bajo su lengua/lenguaje/estilo. Es
adictiva y paraliza como la napolexda; es expansiva y eriza como el eme. Es una
droga en la que yo también soy droga. Es un torrente sanguíneo por el que me
segrego, sustancia lectora, reducido a la química del asombro y el deleite.
Reciba
la autora de este hermoso monstruo literario su merecida celebración: ¡Hurra,
hurra, hurra por Sabina Urraca!
0 Comentarios
Comentarios con educación y libertad