La obra de Emilia Lanzas Anatomía del
desastre (Coleman Ediciones) es una muestra espléndida de lo que podría
denominarse «literatura del malestar». Le corresponderían también los
calificativos de «crítica» o de «protesta», incluso «social»,
cada una de ellas con un matiz, en algún caso reduccionista o con adherencias
inconvenientes. El malestar quizás podría definir este libro que se sumaría a
otros en los que la voz narrativa no sólo denuncia su exterioridad, las
circunstancias de la sociedad en el momento histórico actual, sino que, ante
ello, manifiesta una profunda insatisfacción, un gran descontento, desaliento,
dolor… acaso un paso previo a la angustia. Hoy son varios autores de libros de cuentos
los que pueden identificarse sin dificultad en esta posición. Para dejarlo
patente, vale la lectura de la pieza que da nombre al conjunto, donde se hace
una enumeración no sólo de los desastres con los que vivimos, sino que aventura
desgracias aún por venir: «Alrededor de 795 millones de personas en el mundo no
tendrán suficientes alimentos para llevar una vida saludable y activa Las
pandemias se sucederán cada cinco años Más de 50 millones de estadounidenses
serán pobres La gran isla de basura del océano Pacífico tiene una extensión de
más de un millón y medio de kilómetros cuadrados que van desde Hawái hasta
California con más de 1,8 billones de plásticos». Una enumeración de cuatro
páginas anonadantes que terminan diciendo como una coda explicable: «cada año
se quitan la vida cerca de 1.800.000 personas en el mundo».
Dice el filósofo moral Adaslair
MacIntyre: «sólo puedo contestar a la pregunta ¿qué voy a hacer? si puedo
contestar a la pregunta previa ¿de qué historia o historias me encuentro formando
parte? Entramos en la sociedad humana con uno o más papeles-personajes
asignados, y tenemos que aprender en qué consisten para poder entender las
respuestas que los demás nos dan y cómo construir las nuestras». (Tras la virtud, capítulo 15). Emilia Lanzas
muestra en sus relatos la lucidez de comprender, en efecto, en qué historia se
halla inmersa. Una sociedad capitalista que posee ya rasgos de la totalitaria
por el sacrificio de las vidas de las personas en pos del crecimiento
económico: «El censo anual, la producción, el comercio… Y esa rayita quebrada
que sube año tras año. Seremos parte de ese ascenso pronto, muy pronto […] Sí,
contribuimos a la bella sinuosidad de la rayita a costa de nuestra vida. Hay
que joderse». Una sociedad que ha degenerado en la mediocridad moral: «Hablan
las bocas, todas quieren alabanzas. Fingimos, involucionamos y morimos,
amarillentos, coagulados. Bajo la nieve, escurrimos el bulto». «De pronto, le
parece que las calles están adquiriendo una imagen de escenario medieval.
Tullidos, gente sin dignidad. Una epidemia de gestos doloridos […] Todos ellos
recrean otra realidad pactada. Una comicidad de espanto». En este mundo
inmisericorde, nadie puede sentirse a salvo. Es la historia de una hormiga que
se cree alguien hasta que «una suela con clavos de metal, llegada del vacío,
aplasta sobre ella su enorme desolación de cuero».
El
filósofo llama nuestra atención para que reflexionemos acerca de qué papeles,
qué identidades se nos han asignado. Y, como si le respondiera, Emilia Lanzas dirige
su mirada desoladora sobre la violencia en el seno de la familia: en
particular, la ausencia o indiferencia de los maridos: «hay un asador cerca,
dice el alfeñique. Mientras su mujer se muere, él piensa en comer»; la crueldad
contra los niños: «La niña es de pergamino, de hiel, es cosa, nunca volverá a
ser tan cosa» y, en particular, las actitudes de las propias madres, cuya
influencia puede ser terrible, como el suicidio de Silvia Plath visto desde la
desolación de uno de sus hijos: «aquella espalda desolada que podría haberse
vuelto». De igual manera, impugna las relaciones afectivas envenenadas por el
egoísmo y la falta de respuesta que no producen sino decepción: «ningún amor
merece el esfuerzo que puedas hacer por él» entre seres que «succionan la vida
como si fuera un microorganismo», «personas huecas dispuestas a todo». Ejemplos
del sinsentido de una trama de relaciones asfixiantes y dolorosas tachadas de
imbecilidad,
¿Qué
ocurre entonces cuando la historia global en que uno se halla y los papales que
la sociedad establece para vivir la propia vida son profundamente
insatisfactorios y no queremos reconocernos en ellos? Sucede que esa
experiencia conduce a una oposición: el yo frente a los otros. Los textos de
Lanzas una y otra vez nos muestran esta dicotomía radical, insalvable. Quienes rehúsan
asumir las narraciones que han sido prefiguradas para constituirlos se abocan a
la soledad. El yo no encuentra dónde ser acogido. No hay diálogo, no hay
recibimiento ni calor posibles. Tampoco parece poseer un recurso que le permita
alzarse con facilidad frente a esa otredad hostil. En el microtexto titulado
«Autobiografía autorizada» se enuncia, simplemente: «Pertenezco al club de las
personas vulnerables». ¿Cómo actuará una persona que puede ser herida ante las
clasificaciones indeseables que pretenden imponerle? Lanzas invoca la rebeldía,
negarse al ordenamiento, hacer lo contrario de lo que esperan de uno: «La
señora Cantamañanas o la mujer Claqué decidió un día abandonar su trabajo
–después de veinte años en el oficio– hastiada de publicitar a excelsos
escritores y de acudir a eventos literarios»; «Hay que terminar con la
mujer-babosa. Con la añorante, con la vergonzante, con la castrada»; también
cultivar el propio genio aunque coseche incomprensión y censuras, precariedad.
Emilia Lanzas reclama un lugar para el deseo imposible: para el refugio en un
mundo propio: «Cuando mi familia tampoco pudo pagar la casa […] nos instalamos
cerca del río, junto al vecino del quinto que fue el primero en germinar» o en
su evocador relato sobre unos tapires que habitan un piso: «Creo que buscan
algo de espesura entre tanto orden.» Encontraremos en esta clase de relatos un recurso
casi de época, como he dicho antes, compartido con otros autores que no pueden
sino tender a realidades que aceptan cierto irracionalismo o imaginación donde una
vida digna sería realizable: en «Mi hogar está en Prypat», leemos «Prypat era
un sitio que parecía enmarcado, con cachorros, olmos amarillos y estrellas
rojas.// No había devastación, ni tréboles radiactivos, ni tontos con gorra
cámara en mano, ni máscaras derretidas, ni cuatro mil muertos». Si se quiere
una existencia verdadera, en definitiva, resultará inevitable la ruptura con
esa exterioridad y la afirmación de sí misma. Dice el texto «Conclusión vital»:
«Llega un momento en el que no necesitas la bendición de nada, ni de nadie: ese
es el comienzo».
Los textos de Emilia Lanzas se mueven
entre el relato con predominio del cariz simbólico, el aforismo, la poesía y la
reflexión. Son narraciones alternativas a las que dictan el sistema, el poder,
la cultura, la ideología hegemónica, la costumbre, nuestras inercias y
prejuicios. El marco constituyente de nuestras vidas que genera malestar y
desesperanza ha de ser rebatido también en el terreno de la literatura. Se nos
ofrecen como modelos los grandes alquimistas que, a la contra de los que
comercian con las letras, pudieron transfigurar su experiencia: «Kafka, por
ejemplo, gris, escondido en la calle del Oro. Escribiendo, solitario como un
presagio.// Y Emily Dickinson con su vestido blanco, aislada en Amherst,
atemporal como la Cota de Malla de la Angustia.// Y Rilke…». Lanzas nos muestra
que la narrativa breve es capaz de esa altura y ese poder de lucidez y
resistencia: «–El cuento es el género más similar a la poesía. Pocos elementos,
pero muy eficaces, muy expresivos. Se puede crear un planeta con un cuento. –O
un satélite –apuntillo sin saber por qué. –No, un satélite no –me replica
sonriendo, sin más explicación».
El cuento es un planeta donde se
convoca un atisbo de trascendencia, un rescate, una salida que haga frente a la
resignación. No puedo más que admirar y recomendar el encuentro con la belleza
de estas páginas, la tersura en el uso del lenguaje, su capacidad de evocación,
sus imágenes surrealistas puntualmente poderosas, su comedimiento emocional, su
sinceridad, su valentía. «En cuanto amaneció, me mudé a mi nueva vivienda. Un habitáculo
hexagonal con el suelo repleto de diminutos arabescos de cedro. Olía a tierra.
De entre los tejos cercanos brotaban risas.»
Emilia Lanzas (Corcoya, Sevilla, 1959) es periodista y crítica literaria. Autora de los libros de relatos: «El síndrome del pez» (Editorial GENS) y «Anatomía del desastre» (2024, Coleman Ediciones). Dirige la publicación digital zasmadrid.com. Ha sido galardonada en los certámenes «Filando cuentos» «Día de la Mujer Trabajadora» y «La lectora impaciente».
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