“Por sus frutos conoceréis el árbol”, proclama la tesis
evangélica. “Del dicho al hecho hay un trecho”, recoge el refranero
castellano. Al filósofo por su coherencia vital, parecen sostener María Alché y
Benjamín Naishat, directores y guionistas de Puan, una humilde
comedia triste (un subgénero que está aún por estudiar, si no me equivoco)
sobre un reservado y maduro profesor de Filosofía de la Universidad de Buenos
Aires que, tras una larga y oscura carrera en la facultad, se ve abocado a
competir por la cátedra dejada vacante por el fallecimiento del doctor Caselli,
pensador de cierta relevancia y amigo suyo por demás. Su rival es el contratipo
del protagonista: un brillante, exitoso, seductor, atractivo y bien remunerado
docente regresado de Alemania que pone en riesgo el legado intelectual del
finado. En un ambiente de permanente precariedad económica, agravada por los
recortes presupuestarios del gobierno, tanto uno como otro se verán impelidos a
actuar de alguna manera ante el reclamo de sus alumnos, de sus compañeros y de
la coyuntura política. No es baladí que Marcelo Pena (apellido elegido no al azar,
precisamente), el candidato que humildemente no se considera a sí mismo
filósofo, visite y revisite a Sócrates y Platón en sus clases, pues ellos
fueron los primeros pensadores comprometidos políticamente. Uno acabó condenado
a muerte por su enfrentamiento con el gobierno de su ciudad y otro se convirtió
en consejero político (probablemente algo más que eso) del presuntamente
reformador rey de Siracusa. Otra referencia no casual es Juan Jacobo Rousseau,
cuya doctrina, según el maestro Pena, se encierra en la siguiente máxima: “Sed
buenas personas”.
La personificación de estos principios, el maestro Pena, no lo tiene fácil
para sobrevivir, al igual que las ideas que representa, y se le adorna y rodea
de ciertos signos característicos de esa dificultad: humildad, modestia,
fidelidad, compromiso, desaliño, torpeza… y todo lo que ello conlleva: falta de
reconocimiento social, profesional y hasta personal, escasez económica y
material, aislamiento… el tufo del fracaso, en definitiva. Y si el hedor es
difícil de representar en el cine, no así sus efectos o sus causas; y no voy a
decir literalmente, porque no es un término que se ajuste al lenguaje
audiovisual, pero sí plásticamente se logra en una de las pocas escenas de esta
triste comedia (corriente fílmica por cierto muy bien representada en el cine
español del periodo franquista en las adaptaciones de los textos de Wenceslao
Fernández Flórez, y perdóneseme el desvío de nuevo) que nos
incita a la risa. Y es que el mantenimiento de una cierta concordancia entre el
pensamiento, la palabra y la obra es realmente un proceso heroico. Marcelo
Pena, que en los primeros compases del filme nos provoca casi el sentimiento
que evoca su apellido al verle rebozado materialmente en la inmundicia, se
empieza a erguir sin embargo en un determinado momento del relato hasta
alcanzar la altura que requieren las circunstancias, mientras que su oponente
recorre un camino inverso, acabando hundido en las palabras y en las ideas (en
la bascosidad intelectual casi), incapaz de reaccionar cuando la situación lo
interpela. Alché y Naishat nos reclaman la atención sobre estos discretos
titanes de la cotidianeidad que encarna el profesor Pena en una propuesta
estético-narrativa (una comedia infeliz, más de sonrisa que de risa,
protagonizada por un antihéroe casi de manual) absolutamente coherente con su
ideario.
A esta congruencia contribuye el fabuloso trabajo actoral en el que destaca
entre tanto buen hacer la magnífica composición que lleva a cabo Leonardo
Sbaraglia en quizá la mejor labor que el que suscribe le haya visto.
Puan
Argentina,
2023
Guión
y dirección: María Alché y Benjamín Naishat
Fotografía:
Hélène Louvart
Musica:
Santiago Dolan
Intérpretes:
Marcelo Subiotto, Leornardo Sbaraglia, Julieta Zylberberg, Alejandra Flechner,
Cristina Banegas, Andrea Frigerio, Mara Bestelli, Héctor Bidonde, Gaspar
Hoffenhenden.
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