Esta
conversación con el poeta y autor del libro, José Daniel Espejo se llevó a cabo
a través del intercambio de correos electrónicos durante los días 22, 23 y 24
de enero de 2024.
Paco Paños. -Tu último libro fue
publicado por Candaya el pasado mes de septiembre. Desde entonces se han
publicado numerosas reseñas o comentarios muy elogiosos, tanto de lectores como
de críticos, que se pueden rastrear fácilmente por internet, pero ¿qué les
puede decir el autor a quienes quieran adentrarse en la lectura? ¿Qué es Perro fantasma?
Joseda. - La respuesta corta es que es un libro de
odio. La mediana, que es un libro sobre la manera en que el desprecio con que
la sociedad capitalista margina a sus perdedores se convierte en autodesprecio,
en indefensión adquirida, en "me lo merezco". Las diferentes voces
que pueblan el libro tienen en común esos discursos violentados y esa oscuridad
interna que se produce al asimilar que sobramos. La respuesta larga es el libro
en sí, aunque puede que esa respuesta no tenga nada de respuesta y sí de muchas
preguntas nuevas.
P.
- Desde luego tu respuesta
suscita nuevas preguntas que irán surgiendo, pero me parece oportuno señalar
ahora que hay poemas en el libro protagonizados por otros “perdedores” también
violentados e indefensos. Me refiero a ese río lleno de mierda, a la laguna, al
polígono, al entorno desértico del cabo… ¿Hábitat y habitantes van de la mano
aquí?
J. - Sí,
esa creo que es otra de las claves del libro: las voces están atadas a un
territorio como los poemas están atados a unos topónimos explícitos que son los
nuestros, los del desierto de Murcia y Almería, nuestras ciudades recalentadas,
nuestros extrarradios, nuestros polígonos. En ese sentido hay un correlato
claro entre la marginación de las vidas de quienes habitan el libro y la
depredación del medio natural que les rodea, además de sufrir en primer
lugar las consecuencias del cambio climático. Los geógrafos contemporáneos
hablan de "Zonas de Sacrificio", lugares donde algún tipo de déficit
democrático permite formas de expolio y degradación ecológica impensables en
los territorios ganadores de la partida de la globalización.
P. - Podemos definir, como apuntabas, Perro fantasma como un retablo
polifónico de la marginalidad y la exclusión social, que aumentan
exponencialmente al tiempo que la riqueza, cada vez está en menos manos. Pero a
pesar de estar ahí, en los portales, en las aceras y de ser más, aparecen
invisibilizados, la cabeza gira para otro lado cuando nos cruzamos con ellos,
preferimos mirar los escaparates de moda o novedades tecnológicas, elegimos con
suma facilidad el mundo Disney y tú quieres dejar constancia de ello desde el
título del poemario y al no darles nombre. Son fantasmas y anónimos. ¿Cabe
mejor caracterización?
J. -
Aunque siempre desconfío de la etimología, porque me recuerda demasiado
a la entomología que es una cosa que es un poco asquerosa y me dan como pena
los bichicos ahí pinchados en una tabla, te puedo contar que la palabra
"fantasma" comparte raíz con "fantasía" y esa raíz ('φαντα') no se refiere a lo sobrenatural, sino a lo elidido.
Es decir, que en su sentido etimológico 'fantasma' hace referencia más bien a
lo que no habíamos percibido hasta ahora, no a lo muerto. Se puede decir que lo
fantasmagórico se opone a lo hauntológico porque enfrenta a lo vivo
desapercibido con lo muerto que permanece ante nosotros. Resumiendo: lo
fantasmal es lo que se pone a un lado y una de las funciones más dignas y
hermosas de la literatura es devolver la mirada a esos márgenes. Lo político en
este libro no es más que un movimiento de cámara.
P. - Los animales son también damnificados, unas
veces por el colapso ambiental, la garza que bebe majestuosa en el río lleno de
mierda, las aves de la playa que comen el veneno de los vertidos; o victimas
por ser compañía de los fantasmas, fantasmas ellos mismos, entonces, como el
gato que va a morir por falta de dinero para el veterinario o el perro que
protagoniza el poema que más veces he leído y que cada vez me ha estremecido y emocionado
más:
queda muy
poco para el invierno
y yo ya
estaba enfermo: fiebre
anemia y
gastroenteritis /
me
ofrecieron una camapero eso sí,
tendrás
que librarte del perro / y no contesté
pero esa
tarde até al perro delante de una
clínica
veterinaria y me largué /
al doblar
la esquina lo oí ladrar
pero me
fui sin volver la cara / luego me echaron
pronto /
le partí dos falanges a alguien
que se
reía de mí
por
llorar por mi perro / ni siquiera
tenía
nombre / nunca necesité
llamarlo
para que viniera /
tampoco a
mí necesitan llamarme /
dentro de
mí están el perro
la cuerda
el abandono y la escapada /
por fuera
soy muy poco
J. - En
el libro se da un difuminar de identidades, entre una voz y la otra, entre un
escenario y el de al lado y, también, entre personas y animales: la
fantasmatización les borra el nombre y los expulsa a una dimensión en la que no
disponen ya de un cuerpo definido ni una etiqueta clara. En ese poema, la voz
que habla sabe que su identidad se extiende al perro que abandonó y también a
la cuerda que usó para atarlo. Su vida comparte esas violencias, sobre todo
como víctima, pero también como victimario.
P. -
Distinguimos, es verdad, varias voces: la del cojo de los cuadernos, la
de la cajera de supermercado, la del poeta en conflicto permanente con la
poesía y otras. También es verdad que en algunos poemas esas voces se
entreveran, se difuminan hasta la confusión. Son esos poemas más breves, que
funcionan a la manera que lo hacía el coro en las tragedias griegas.
el dios
de la mierda
demanda
sus exvotos:
la
renuncia / a cambio de tus horas
te
enciende a ti una vela
dentro
y baja
las persianas / en esa
calidez
amniótica
te
digieres
J. - Sí,
desde luego que el libro establece una niebla tras la que se confunden las
voces, pero esa desindividualización no es voluntaria ni tersa, quienes pueblan
el libro habitan con dolor sus procesos de fantasmatización y añoran una vida
con contornos definidos y perfiles seguros. No se entregan alegremente al coro.
Una de las violencias que concurren en el texto es justo esa: la de fundirte
contra tu voluntad en el cardumen humano, ser privado de tu identidad. La
paradoja es que esa homogeneización de las identidades se produce mediante un
proceso de atomización: es cortando tus vínculos, quedándote solo, cuando se
diluye tu individualidad y el dios del Mercado puede atraparte con un simple
cazamariposas.
P. -
Quienes lean Perro fantasma, ¿pueden
reconocer una voz personal del autor? ¿Hay biografía en estos poemas?
J. - ¡Sí que se me reconoce! Hay poemas con
componentes autobiográficos, también autoficticios, hay un personaje recurrente
con el que me identifico en parte... Me paseo por mi libro pero con los
contornos desdibujados. Otras veces son los escenarios los que son importantes
para mí (el Polígono de la Paz, el Cabo de Gata, la Huerta de Murcia, etc.)
pero los pueblan otros, o no tan otros, etcétera. Al plantearme la psicofonía
colectiva que para mí es Perro fantasma
pensé que era importante estar presente, formar parte de esa violenta
centrifugadora. No sé cómo podría invitar a nadie a reconocerse en todo este
odio desde una posición netamente externa.
P. - El
lector ve que a menudo son utilizadas violentas formas de expresión más propias
de la oralidad, esas mismas que se suavizan y moderan en algunas formas de la
escritura. Descubre que la violencia también impregna la estructura misma del
poema; versos abruptamente interrumpidos por barras inclinadas, palabras
quebradas al final de versos que se retoman en el siguiente, ausencia de
mayúsculas, de signos de puntuación, de títulos, de índice. ¿Puede ser moderada
la voz del excluido, de aquel en el que habita el desierto? ¿Podían ser canónicos
estos poemas?
J. - No creo haber descubierto el Mediterráneo
con los recursos textuales que comentas y que acompañan a las vanguardias
literarias desde hace más de cien años. Tampoco estoy atado a ellos, como puede
comprobar cualquiera que se asome a cualquier otro texto mío. Pero sí que
pienso que esa es la textualidad que demandaba un proyecto como este: un
collage asimétrico, un patchwork de muy diferentes tejidos
lingüísticos, y bajo muchos de ellos una presión, una violencia. El lenguaje
que quería poner en página es el de las psicofonías: ruido, fragmentos, voces
inidentificadas y una prosodia quebrada. Siempre me sorprende que estas
técnicas, tan habituales y en cierto sentido incluso tan ingenuas, generen aún
hoy momentos de rechazo visceral entre algunos lectores. Siguen vivos en
nuestro ecosistema literario posicionamientos carpetovetónicos con discursos
tradicionalistas que ya sonaban a rancio en el siglo XIX, como ha sonado
siempre esa manía tan española de hacer de la tradición bandera. Esclerosis,
vaya.
P. - Es
verdad que esa esclerosis de la que hablas, es sistémica en España y no creo
equivocarme mucho si afirmo que está en auge. Por otro lado, hay un grupo
importante y creciente de voces literarias que soslayan esa situación a base de
un buen trabajo y gracias, casi siempre, a editoriales independientes. ¿Cómo
ves el panorama poético último en nuestro país?
J. - No
sé si nos damos cuenta de verdad de la riqueza, diversidad y calidad del
panorama actual. Hablo de poetas y también de editoriales, y también, por qué
no, de librerías, festivales y circuitos. Y barriendo para adentro: la
maravilla de creadores y creadoras, jóvenes y no tanto, que están trabajando
desde la Región con propuestas a un nivel estratosférico, publicando en sellos
nacionales y/o rompiendo la cápsula autonómica a base de contemporaneidad y
calidad. Como dice la zagalada ahora: sirviendo coño en cantidades
industriales, y rompiendo por el camino los estereotipos negativos que pesan
sobre Murcia. Soy la persona menos nacionalista que existe pero a nuestros y
nuestras poetas me los pondría en la bandera. Y esa bandera (esa sí) la
juraría. Hostia, creo que hasta me la tatuaría.
P. –
Diego Sánchez Aguilar en su reseña sobre Perro
fantasma para el diario La Verdad
de Murcia escribe: “Lo
que hay, aquí, es verdad; esa conmoción que produce la buena poesía y que
sentimos como un escalofrío de reconocimiento al que llamamos “verdad” a falta
de mejor nombre”. Yo he sentido esa conmoción mientras leía tus poemas, ese
escalofrío de reconocimiento de la verdad que contienen. Creo que a otros
lectores les ha pasado algo parecido. En el tiempo que está en las librerías tu
libro, —creo que la segunda edición lleva a la venta desde hace un mes— ¿cómo
has percibido la recepción por los lectores? ¿Cómo ha funcionado esa mítica
Ruta Candaya que te ha llevado por toda la geografía nacional?
J. - Es la primera vez que publico en una editorial con ese nivel
de compromiso y cuidado por sus lanzamientos, y para mí es tanto un orgullo
como un aprendizaje, tanto una alegría como una responsabilidad. Percibes en
todo momento que una vez que han decidido apostar por tu texto lo defienden a
uñas y dientes, los ves trabajar de la mañana a la noche difundiendo el título,
tirando de todos los hilos a su alcance para que se visibilice lo suficiente y
llegue a los lectores: prensa, entrevistas, presentaciones, encuentros, festivales...
Candaya es un sueño y para mí entrar en su catálogo junto a nombres tan
sagrados es haber llegado, de verdad, al lugar más alto al que cualquier
escritor puede aspirar. Gracias a ellos me he pateado ya medio país y he podido
encontrarme con lectores, espacios, presentadores queridísimos. Esa es la
recompensa a la que aspiramos los poetas: ser leídos bien, conectar con otros,
tejer redes. Los amigos, en el sentido más amplio y hermoso del término.
P. – En
las dos presentaciones del libro a las que he podido asistir, te he escuchado
decir que con Perro fantasma cierras
un tetralogía formada también por Mal
(Balduque 2014) id (ediciones del 4
de agosto 2016), y Los lagos de
Norteamérica (ganador del I Premio
Internacional de poesía Juan Rejano-Puente Genil y publicado por Pre-Textos en
2019) en la que no has sido precisamente “la alegría de la huerta” y que a
partir de ahora emprendes o buscas nuevos horizontes. ¿Nos puedes adelantar
algo de lo que podemos esperar de ti en un futuro?
J. - Sí, ha sido una década larga trabajando con materiales
emparentados a lo largo de cuatro libros: Mal, id, Los
lagos de Norteamérica y este Perro fantasma. En mi cabeza
esto se llama "ciclo del ectoplasma": aspectos de la disolución de la
identidad en la era del Capitaloceno, y he estado metiendo el hocico en todo
tipo de conejeras de esa misma zona de la experiencia contemporánea. El olfato
me dice que necesito un cambio radical de materiales, jugar con otros
lenguajes, cambiar. Así que no tengo ni idea de qué va a pasar. A lo mejor no
pasa nada, yo no entiendo la poesía como un oficio, no siento ningún imperativo
de escribir un libro más. Sí siento, muy fuerte, el de no volver a escribir el
mismo libro nunca más.
no sé
cómo he llegado pero estoy en mitad de la huerta
una mañana de sol de principios de abril
y el sonido
extraterrestre de los verderones y la
floración
de todo lo vivo me envuelven / por una
vez
la hermosura del afuera convive con
aquello
que llevo podrido por dentro sin ilu
minarse ni
contaminarse lo uno a lo otro
y tengo los ojos abiertos y deseos de
matarme
y ambas cosas conviven milagrosa
mente equilibradas enteras perfectas
el monstruo que soy la primavera
el rio lleno de mierda y una garza
que bebe de él
majestuosa
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