CICLO


I.

Acaban de llegar a su destino, avanza la mañana. Mientras se aleja el barco que los trajo a la isla, ella descubre un sitio delicioso para comer junto al mar. Él asiente. Tienen joven el hambre y el amor. En las copas rebosa un vino tan dorado y brillante como el cabello de la chica, que se junta con los rizos oscuros de él en cada beso. Flotan aves marinas junto al acantilado, se mecen en las corrientes cálidas del mediodía. Él acerca la mano al cuello de su amada y acaricia, donde dos olas de nácar y de ébano se acoplan en un círculo. Un leve punto del color contrario en cada una perfecciona el dibujo. Sonríe, la mira recibir en su lengua pequeña y juguetona el cuerpo aún vivo de los caracoles. Saben a mar, a sal y algas. Le gusta verla saciada, saciarse de su dicha él mismo.

 

II.

En el íntimo cuarto, se enredan en la tarde. Duermen y se despiertan, se vuelven a buscar. Entran en el otro, crean la rueda en espiral que borra quién era cada quien.

En el aire de las últimas horas, respiran la suavidad de los colores antes de la noche. Caminan su placer por la orilla. El agua fresca es una tentación, la luz invita. Entran en ella de la mano, nadan en el inicio de la oscuridad, se acoplan en las olas que la brisa levanta, suaves en un principio, pero que van creciendo con el viento entre chillidos de gaviotas, sin que ellos lo noten, hasta que les abrazan el torbellino y les arrastra hacia las zonas más profundas donde sus cuerpos se deshacen, mezclados con algas y con sal.

 

III.

Como un espejo el mar en calma refleja el primer sol. Pájaros desde la orilla lo contemplan. Los caracoles estiran perezosos sus cuerpos como lenguas en las pozas que deja la marea. El agua que trae su alimento con las olas más suaves. Toman las diminutas algas y construyen las espirales de sus conchas con de lo que fueron alguna vez escamas, huesos, piel, espinas. 




GRIETA


Herido de realidad y solo, llegó a casa. La tele disparaba gritos, el móvil estallaba de notificaciones, desde el ordenador le atravesaron los correos. Desplomado en la cama, se le abrió el corazón. De allí salieron mariposas azules, un lápiz con la punta perfecta, licor y pan, manchas de risa en un mantel a cuadros, sombras de tilo, olores de aligustre y jazmín, palpitaciones de llantén, flaneras de aluminio, pipas, bromas y caramelos de nata. Solo un paso le apartaba de la dicha. Le invitaron a descender, y entró. Era un lugar inmenso de sangre y terciopelo. Quedaba espacio para mucha gente. 




Isabel Cienfuegos ha nacido y vive en Madrid donde ha compartido la dedicación a la literatura con el ejercicio de la medicina. Sus cuentos se han publicado en antologías como Por favor, sea breve y Por favor sea breve 2 (Páginas de Espuma 2001 y 2009), Las más Extrañas Historias de Amor (Reino de Cordelia 2018), Los pescadores de perlas (Editorial Montesinos 2019) y Si cerca hubiese un mar (Editorial las Lolas). También ha publicado y en revistas nacionales e internacionales: Magyar Napló (Hungría 2009), Luvina (Universidad de Guadalajara México 2011 y 2014), Conexos (2013), Scholars Commons, Revista Surco Sur (Universidad de Florida 2014) y Litoral (2017), Quimera (2019), International Poetry Review (2021) y Mirlo (2023).Ganadora del V Concurso de Microrrelato del Bistró, de la Librería Central de Madrid (2016), y segundo premio en el I Certamen de Relato Breve de la Fundación Fomento Hispania (2017).Cofundadora de la asociación de escritoras e ilustradoras (AMEIS), pertenece también a su junta directiva y ha sido coeditora de la antología de relatos Esas que también soy yo (Editorial Ménades 2019), promovida por dicha asociación. Es autora de los libros de relatos Mañana los amores serán rocas (Editorial Cuadernos del Vigía 2012) y Puntos de luz en la noche (Editorial Ménades 2019, finalista del premio Setenil al mejor libro de cuentos de ese año).