Me llegan a través de un amigo los poemas de ESTHER MATEOS JIMÉNEZ (Madrid, 1970) recogidos como AMOR CULPABLE, en una bonita colección de Ediciones Antígona ilustrada por Juan Antonio
Martínez Segovia. Siempre es difícil poner palabras a las propias palabras de
los/las poetas, pero al poco de empezar la lectura ya me encontraba anotando cosas como:
poemas hermosos, serenos, apasionados, entonados… Se intuye una voz de adolescencia y juventud,
o el recuerdo de cómo era la manera (honda y desgarrada) de sentir y de amar de
la voz femenina e inocente que alienta o alentaba entonces tras estos versos. Nos
adentramos en ellos desde la calidez que propone un juego de yoes y de tus, de
pronombres e identidades que se acercan y se alejan, que a veces parecen pedir,
e incluso orar: “Ven a buscarme. Lentamente. Así como sea tu-mi vientre”. Mucho
más adelante, ya en p. 33, dirá: “Rezarte por las noches/como hacerlo ante
Dios”. La sensualidad y la belleza afloran en lo cotidiano: “Me miraste una
tarde vulgar/ como a cualquier fragancia, otra”. El deseo, el eros,
acompaña casi todos los poemas de esta
antología, pero habrá una gradación de lo caliente a lo frío, al ritmo del
devenir de la propia existencia de una pareja tan real como fantasmal, pues las
ausencias, los recuerdos que duelen sobre una playa o en mitad de la noche nos
hablan también de imposibilidades y de derrotas. Porque nada es fácil y a
menudo “dice cosas la vida como un mar de resaca”. Se nos habla en estas
páginas de soledad, de esperas, de añoranza, de despedidas. El amor sana tanto
como duele y compromete: “perdóname la carga insoportable que te entrego al
quererte”. Aunque la mujer que nos apela desde este poemario exclama “No te voy
a doler. Tan solo quiero amarte”. El enamoramiento queda descrito de maneras
tan hermosas como “Toda extensión de la luz sería el mundo/ con uno de tus
gestos/ con tu simple sonrisa hueca”.
Cuando las cosas tocan a su fin o se volatilizan (“Acabo nuestra historia sin apenas principio”) los propios verbos castellanos en pretérito permiten maravillas de sentido: “No sé si fue o estuve”. La voz de estos versos es una voz apasionada, que no duda en “volver sobre el pasado como para habitarlo”. Dolor y amor van tan unidos que se llega a afirmar “Te deseo la muerte por amarte en exceso”, aunque la poeta sabe también qué inútil sería mundo sin la posibilidad de amarse, y lanza su inevitable apuesta a fondo perdido: “Siempre mi amor culpable de quererte”.
ERNESTO CALABUIG
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