Durante las últimas semanas hemos seguido la noticia de la desaparición del batiscafo turístico, Titán, desde que OceanGate Expeditions confirmó el 20 de junio su desaparición con cinco personas a bordo; la comunicación se perdió tras 1 hora y 45 minutos aproximadamente después de que se sumergiera el 19 de junio con el fin de bajar al lugar donde se encuentran los restos del Titanic. El batiscafo tenía una reserva de aire para cuatro días (96 horas). En su interior, dos magnates y el hijo de uno de ellos, un piloto y un explorador. Esta era la noticia.
El sumergible había descendido con anterioridad a 400 metros, y en esta ocasión, sin que se conozcan ensayos previos, iba a hacerlo a 3.800 para recorrer los restos del mítico Titanic. Un oceanógrafo especialista en estos artefactos, consultado por La Ser, afirmaba que era una auténtica temeridad y que él, acostumbrado a empresas de riesgo, jamás hubiera arriesgado su vida en semejante y descabellada aventura. Nadie ha podido realizar un rescate a esa profundidad, por lo que el desenlace del episodio ha sido el que todos imaginábamos. José Cubeiro, especialista en rescates, afirma que se trata de una negligencia, al no llevar a su lado otro sumergible no tripulado que pudiera dar su localización en todo momento, para facilitar la ayuda en caso de necesitarlo.
Negligencia y omnipotencia a menudo van unidas. Vivimos en una sociedad donde la realidad virtual y la realidad soñada se confunden con la realidad física, material, que nos impone unos límites que, demasiado a menudo, queremos ignorar. Soñar con visitar los restos del Titanic no es lo mismo que descender casi cuatro kilómetros en las profundidades para hacerlo. La confusión entre una realidad y otra es peligrosa en todos los aspectos. Los ricos, en un mundo donde el dinero destruye todas las barreras, pierden fácilmente los límites. Hace unos días, Shakira confesaba que hizo descender su avión privado para darle un beso a Piqué, y Obama y Michelle, junto a Steven Spielberg, volaron a Barcelona para ver un concierto de Bruce Springsteen obviando cualquier recomendación medioambiental que apunta a la necesaria prohibición de los vuelos privados. Omnipotencia y desmesura. Hybris.
Mientras tanto, mueren en el Mediterráneo decenas de inmigrantes a los que nadie presta ayuda.
El mismo paradigma de omnipotencia que nos impulsa a creer que todo es posible, que no existen límites infranqueables, es el que conduce a muchos jóvenes a querer transformar su cuerpo para adecuarlo al género al que desean pertenecer, si bien la estructura ósea impide a muchos aceptarlo ya modificado, tras la hormonación y la cirugía de reasignación. Ni las manos ni el esqueleto pueden modificarse falange a falange, por ejemplo, y se lamentan de que esto sea así; si ya lo sabían previamente, lo obviaron: negación y omnipotencia, confianza en la tecnología, aquí médica, tecnológica en el episodio del Titán. El compulsivo consumo de cirugía estética, cada vez más extendido, descansa también sobre un imaginario omnipotente que considera el cuerpo como maleable, adaptable a los estándares ideales que perseguimos sin fin, susceptible de no sucumbir al envejecimiento. La nieta-hija de Ana Obregón, mediante vientre de alquiler y esperma de su hijo fallecido; el bebé engendrado en el útero donado por su hermana a una mujer que no podía engendrarlo en el suyo. La ley del deseo, parodiando a Almodóvar, o Los derechos del deseo, como llamó André Brink a su excelente novela, nos alejan de unos límites que podrían funcionar también como un tranquilizante existencial: ese No puedo que nos calma, nos retira de la competición, nos devuelve a nuestra carne mortal y limitada, apaciguadora. Preferimos el ideal prometeico de volar hasta el sol, aunque su calor derrita la cera de las alas, y caigamos, y nos hundamos en las profundidades del mar. Como el Titán. Nuestro deseo convertido en derecho.
Pero no parece que estemos dispuestos a la prudencia. El giro lingüístico del estructuralismo nos llevó a despreciar el cuerpo y a colocar el lenguaje en el centro de nuestras vidas, como si solo él constituyera la realidad. Wittgenstein personificaba ese giro cuando afirmó: Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo, pero por fuera de mi mundo hay otros que no se reducen a él y que forman parte de la realidad en su conjunto. Hay mundo por fuera del lenguaje.
La aceptación de los límites es compleja, humilla al ser narcisista en que nos hemos convertido, y parecen sufrirla enormemente aquellos que han disfrutado durante un tiempo del poder y se acercan a la vejez con el correlato de invisibilización y pérdida de reconocimiento que a menudo comporta. Hombres y mujeres hipersubjetivados, individualizados hasta el extremo de perder de vista que su mundo no es todo el mundo, que pierden el sentido común y la responsabilidad pública que se les otorgaba para dañar al colectivo al que pertenecen o pertenecieron, porque este, o el mundo en general, les defrauda, les rechaza o no opina exactamente como ellos. La realidad les limita y cierran los ojos ante ella. Hombres y mujeres que se singularizan hasta la omnipotencia pues, perdida la invulnerabilidad de la juventud, niegan la vulnerabilidad cognitiva, no dudan nunca y desprecian el bien general en pro de sus intereses particulares, de su mundo. Pongan ustedes aquí los nombres.
Son tiempos delicados y complejos, insisto, las mujeres hemos sido socializadas siempre para estar del lado de la fragilidad y el cuidado, pero se nos contagia la omnipotencia y nos fanatiza el poder. Necesitamos volver a contemplar la realidad en su conjunto haciendo a un lado las querellas partidistas para construir una sociedad que haga frente al enorme desafío que enfrentamos: la crisis climática y social que esta trae consigo, la transformación urgente y necesaria de nuestro sistema de producción, la marcha hacia un mundo más sostenible y justo. El giro realista de la filosofía regresa a la constatación de la materialidad-fisicidad de nuestra vida que fue omnipotentemente negada. Regresa a la imperiosa necesidad de contemplar todos los límites que impone la realidad.
Necesitamos tomarlos en cuenta y actuar en consecuencia. No existe un mundo ideal donde los sueños puedan realizarse, donde los partidos y los grupos sean perfectos. Existe este. Y en este, identificar al adversario no es difícil, pues exudan peligrosa omnipotencia: negacionistas, machistas, homófobos y racistas no contribuyen a la sociedad que necesitamos para habitar confortablemente nuestro querido y generoso planeta.
Sus declaraciones están ahí, no engañan a nadie. ¿Nos engañamos nosotros?
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