(Este cuento está inspirado en un texto de Fernando Argenta)


            Hace muchos años un duque de Weimar gobernaba sobre una ciudad y en la ciudad regía un castillo y en el castillo tutelaba una iglesia y en la iglesia poseía un órgano y cerca del órgano reservaba un sillón y como todo poderoso y opulento aristócrata señoreaba a muchos servidores. Ese duque de Weimar solía pasar mucho tiempo sentado en su sillón de su iglesia de su castillo de su ciudad escuchando tocar su órgano a uno de sus sirvientes.

            Hoy nadie recuerda el nombre del amo, pero sí el del criado.