Si quiere aprender la lengua, m´hijito,
empiece por levantarse en la madrugada, para aprender del viento. Entro
apenitas pasadas las siete al meet que organiza la cátedra abierta de mapuche
de la Universidad del Comahue y lo primero que anoto en mi cuaderno es esa
frase, la que cuentan que le responde una cüshe al nieto que le pide aprender
mapuzungum pero anda dando vueltas. Luego vienen los saludos: Marri, marricompu che. Marri, marrilamngen.
¿Cómo está, ñaña? ¿Cómo está viviendo el
cambio de estación?
Es el
año 2021 y la clase por meet se abre puntual todos los viernes a la noche. Cuéntenos de dónde se conecta, Ivana. Se
conecta gente de Aluminé, de Roca, de Bariloche, de Comodoro Rivadavia, de
Viedma, de Chubut, de Rosario, de Buenos Aires. Escucho con atención los
apellidos: Mellado, Tripailaf, Curapil, Traipi, Liempichún, Payllalef. Aprendo
entonces, inmediatamente, el sonido de los apellidos mapuche. Se muestran los
materiales de la cátedra: un repositorio de entrevistas, de videos, de
programas de radio, grabaciones con vocabulario. Para que lo vayan escuchando desde el celular mientras andan por la
casa o caminando, en el colectivo. Cristina, que se conecta desde una
comunidad en Chubut, cuenta que a su hija chiquita antes de dormir la hacen
escuchar las grabaciones, para que le vaya quedando la lengua. Qué interesante lo que cuenta, Cristina.
Lleven el libro al patio, hagan dibujos, escuchen los programas de radio
acostados al sol.
Lo
que me ha llevado al curso de mapuzungum es haber escuchado un concierto de los
que dio Aimé Painé en 1980 en Esquel, una grabación que circula libre por
internet. Eltaüil del cürruf me deslumbró: la poesía, el sonido de la lengua,
la voz, la melodía. Los chicos de Esquel lo llamaban el “canto del wiwi”, y
hacían bien. El canto logra el mismo sonido del viento que se siente en las
laderas de las montañas, como si hubiera una conexión profunda entre la lengua
(su poesía) y la naturaleza. Anclada en Buenos Aires, lejos de la naturaleza
patagónica, fui entonces por la lengua: me interesaba acercarme a esos pliegues
entre el español y el mapuche, las modulaciones de un idioma a otro que ya me
había mostrado la poesía de Liliana Ancalao. Como ella misma apunta en su
ensayo Oralitura, “las traducciones
van y vienen… y en las vueltas las palabras se pulen entre sí como piedras”. Durante
la clase los contactos van apareciendo: léxicos como “tañicompañ” (una versión
mapuchizada de “su compañero”) o modulaciones de frase más profundas, no tan
evidentes, que llegan al español: “su familia de usted”, por ejemplo, que bien
podría venir de “eimitañimongeiel”.
Pero
los encuentros de los viernes por la noche son mucho más, se han vuelto el
viaje posible en los meses de pandemia, aire fresco, nueva conversación:
ventanitas digitales a casas, voces, historias. Hugo suele mirar a cámara la
hora y media que dura la clase, toma mate. Reconozco en la imagen de su casa:
un living largo con sillones de cuerina alineados contra la pared blanca, las
casas de Cutral-Co y Plaza Huincul que conocí en los 90, cuando mis alumnos de
YPF me invitaban a tomar mate con tortafrita y a mí se me abría el mundo con el
paisaje árido y potente de la estepa petrolera y los jóvenes de piel marrón y pelo
largo negro, lacio, de rasgos bien marcados, que andaban por las calles de la
ciudad con remeras de Divididos o Sumo. La evidencia rampante de la
tergiversación histórica en el mito que reza (a un dios huinca, claro) que los
argentinos venimos de los barcos.
En mi casa mis hijas le sacan el taüil
de la familia a mis nietas. Anoto “sacan”. La conversación, el nguchram,
sigue de viernes a viernes. Una tarde comparten una viñeta que han hecho
jóvenes de una organización mapuche: Barney, el borracho de Springfield, cae
por equivocación en una clase de mapuzungum con Lisa Simpson. Hay opiniones divergentes:
los estereotipos, los problemas reales en las comunidades, la brecha
generacional. Pedro trabaja en una estación de servicio de ruta en La Pampa y
cuenta que una noche se acercó a un hombre que estaba en el playón como
perdido, no se sabía si borracho o si venía de dónde, que no era del pueblo. Yo me di cuenta, uno sabe, y le hablé en
lengua. Él me miró y me hizo una seña
que no. Yo vi que me entendió pero no quiso. Se levantó y se fue por la ruta.
Pasa mucho eso.
La
gente todavía no quiere hablar. Nilda prende su cámara y muestra las boleadoras
que hizo su bisabuela y se ríe: A veces yo
también las uso. Aunque no especifica cuándo, y yo anoto. Cristina agrega
que cerquita de su paraje han encontrado una cantera de chraüil, el tipo de
piedras que necesitaban para hacer las boleadoras, bien redondeadas, casi perfectas.
La vida mapuche la hacíamos dentro de la
casa, agrega Nilda. La palabra mapu
te pasaba por el piuke y luego se hablaba. Los tíos nos cantaban canciones.
Se hace un silencio, que no es delay ni problemas con el wifi. Le voy a regalar este canto, Nilda, para que
vayamos aprendiendo de esta manera. Lucas dice y canta; al final agrega, no hay que tener vergüenza.
El repositorio
de materiales requiere mucho trabajo de campo. Elisa y Lucas recorren parajes y
ciudades de toda la región, entrevistan a hablantes fluidos, ancianos y
jóvenes, tienen proyectos de extensión con las escuelas de la línea sur de Río
Negro. Documentan relatos, recetas, medicinas, transcriben, hacen programas de
radio, investigan, han buscado un grafemario que se acerque lo más posible a la
pronunciación. Hablan de Casamiquela y el derecho de las familias a conservar
los documentos, las entrevistas que hacen los lingüistas o antropólogos. A
veces hay intensas descripciones gramaticales, a veces el contacto directo con las
entrevistas a ver qué vamos entendiendo, una zambullida salvaje en la
inmensidad de una lengua. Hay mucho
interés, yo tengo mucho interés, dice Oscar desde Viedma. Éramos 25 los que queríamos aprender la
lengua, pero al final quedamos diez. La cuestión de la escritura, la gramática,
muchos no lo sabíamos en Castilla. Hay mucha paciencia. Quiñe rantum, peñi, dice Juan. Muchas
preguntas. ¿Qué nos puede decir, Elisa,
cómo se podría traducir? Una lengua que hablan pero a la vez reconstruyen,
que conocen y describen, una lengua que pide ser conversada en más espacios,
por fuera de las computadoras, en escuelas, restaurantes, recitales, en la
calle: la lengua es el pueblo que la habla. Afeluhuquelaimüntamünpiuquentucuafieltufachiquimün.
Peumangen, peucallal. No se cansen de aprender; así saludan al cerrar la
clase, con la cadencia de una rogativa y de un deseo.
En la
provincia de Buenos Aires, después de 300 años, se ha hecho un ngillatun
importante, una ceremonia larga, de tres días de duración. Varios de la clase
han viajado desde Río Negro y Neuquén. En
Buenos Aires hay mucha resistencia porque fue el territorio de la mayor
matanza. En la ceremonia los longko fueron a saludar a las fuerzas y luego
llovió. La lluvia es más que agua que cae
del cielo, dice Elisa. El cielo baja
a la tierra, los antepasados se manifiestan. Hay convicción. Mario es un
hombre de unos sesenta años, se levanta en la madrugada, sale al patio de su
casa en Neuquén, recibe el día. Ha esperado durante veinte años poder asistir a
una ceremonia y finalmente se le dio, fue purrufe. Se puede volver, se puede recuperar, dice, hay niños entusiasmados de padres que no sabían que eran Pincen. El
tiempo para nuestro pueblo no es corto, es otro tiempo. Pienso en la música
de Anahí Rayén Mariluán, toda su música disponible en la red, videos
amorosamente filmados, el diálogo abierto en youtube. Alguien le escribe: Sería lindo tener las letras subtituladas
así podemos cantar. Anahí toma la posta y subtitula. Y así se aprende y se
va cantando. Uno de sus álbumes cierra con un saludo abierto; los chicos
saludan y se van presentando: Marrimarri,
(Marrimarri, responde el grupo) incheJuan Catrimanpinguen. A algunos
les sale rapidito, otros se traban, vuelven a intentar, lo sacan finalmente.
Hay aplausos y alegría al final de la ronda.
Chem am uñoichripantüpinguei?Lucas
comenta que la helada de hace unos días señala que ya se anuncia el uñoichripantü,
el comienzo del nuevo ciclo. Y esos
amaneceres tan rojos, ¿han visto?, dice Ivana. En la observación atenta se
detectan los cambios, eso es lo que nos quieren transmitir. Vienen ahora unos
días de temperaturas más altas, el llamado veranito de San Juan, después la
lluvia y el frío nuevamente. En estos días el lucero es muy marcado en el
amanecer. Y se ven los siete cabrillos. Ya
hay ganas de purrukear, me repican las patas, dice Ignacio. En la noche del
solsticio de invierno la gente se junta y conversa largo en la enramada, en los
lagos, en la cordillera, en la estepa, en las casas, en las ciudades; se
cuentan historias, cantan, comparten comida. Se renuevan las aguas. Se mantiene
el fuego toda la noche para ayudar a la mapu en la noche más larga, así, hasta
que vuelve a salir el sol.
Buenos Aires, junio
2023
En vísperas del
solsticio de invierno, del uñoichripantu
Pía Bouzas (Buenos
Aires, 1968). Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Ha
publicado los libros de cuentos: El mundo era un lugar maravilloso (2005), Extranjeras (2011), Un
largo río (2015) y Una fuga en casa (2018).
Participó
en diversas antologías argentinas y españolas, como Buenos Aires no
duerme, (Eudeba), Cuentos olímpicos y El tiempo de
los mayores (Páginas de Espuma), El nuevo cuento argentino (EUFyL).
Entre 2009 y 2012 coeditó la revista virtual Cuatrocuentos.
Trabaja
como profesora de literatura y escritura creativa en la Universidad
Nacional de las Artes y en NYU Buenos Aires.
Con
Eduardo Muslip, tuvo a su cargo el cuidado de la edición y la escritura del
epílogo del libro que reúne tres nouvelles
inéditas de Hebe Uhart, El amor es una cosa extraña (Adriana
Hidalgo, 2021), recientemente publicado tanto en Argentina como España.


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