H
Cuando todo me aburre,
pienso a cuánta distancia
estoy
de la jaula abierta
de un perro
que muere. Perdón,
que muerde.
M
En las olas hay un asesino.
Mandaron surfers y tipos en
motos de agua para
encontrarlo
algunos dicen haberlo visto
entre la espuma.
No desafíes a la naturaleza,
les dijo.
Todos llegan pálidos a la
playa
los que tienen hijos
piden abrazarlos,
los que no tienen familia
comen una fruta
y vuelven al agua.
a
No quiero decir
¡oh! Ni
corazón
ni siquiera sé
si esto es un poema
en la cama ella tiembla
y yo la abrazo
como un animal
que cuida a otro
d
Es hora de olvidar los bosques
y abrazar las fábricas.
Alerta: nadie es feliz
por demasiado tiempo
en una casa frente al mar.
Abrite paso
entre las paredes marcadas y
mirá hacia arriba para hablar
con el dios rediseñado
por los satélites
que sus hijos
mandamos al cielo.
m
Plegaria de maderas rotas
junto al pastor acurrucado en
hojas
de diarios sin buenas
noticias.
Las cosas malas pasan en
lugares altos,
donde los refugiados y sus
mujeres juegan ajedrez
encima del barro, bajo un
cielo de tormentas.
Las esquinas se diluyen.
Los caballos son salvajes
como los hombres envenenados
en sus cuartos
sin ventanas.
El alimento perdido, sin luz
de antiguas guerras,
donde hubo pozos fingidos
traídos desde Estados Unidos,
Francia, Inglaterra, pueblos que pelean al
gordito del colegio
en las escaleras.
r
En el baúl del auto habíamos escondido perros y
gansos amaestrados para no matarse los unos a los otros. Al llegar al campo
supimos que nosotros dos también habíamos sido entrenados para no lastimarnos.
Ahora somos esta forma quieta que cada tanto cambia de ambiente. Ella, al
menos, guarda algunas cicatrices.
w
Fue cosa de irse a dormir sin viento. Tachado
por lápices en documentos viejos que ya no se usan porque este país se hizo de
nuevo y nadie quiere acordarse. Soñé que ya era abuelo y sacaba una silla a la
vereda para sentarme junto a la puerta en una noche linda de primavera. Esas
noches se van y así metemos las sillas adentro y nos refugiamos en ángulos de
nuestras casas o departamentos. Vemos lentas las horas y el minuto de sol que
se desmaya en el patio de atrás. Y el verano llega de nuevo. Los gordos muy
gordos lo sufren pero en algún lugar del alma están contentos porque piensan
que es mejor que esa gota en la cara sea sudor y no una lágrima por aquel país
que deshicieron.
Ezequiel Naya (Ciudad de Buenos Aires). Se formó como escritor en los talleres de Diego Paszkowski y Fabián Casas. Es egresado del Máster en Creación Literaria (Universitat Pompeu Fabra). Publicó el libro Fantasmas de animales, editorial Corregidor, y Pueblos para escapar de la justicia, ediciones Liliputienses. Es uno de los fundadores de la librería Lata Peinada.
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