Tengo una herida en una pierna. Mi hija me mira y luego me da un beso con cuidado donde ve la lastimadura. Para curarme la herida. Veo su cuerpo de dos años, su seriedad, su deseo de contribuir. Veo su impotencia (que ella ignora) pero que no resta un ápice a su intento, casi diría a su seguridad, a su convicción en la eficacia de lo que hace.

Los niños dan todo lo que tienen. No se reservan nada, no se les puede pedir más. Exigir a un crío es absurdo. Sólo cabe admirarlos. Si viven en la inconsciencia, o si viven frente a una cortina oscura de caos y desconocimiento que se abre lentamente en las intrincadas conexiones de sus cerebros, no lo sé, da igual; en todo caso, han asumido el papel de contribuir al bien del mundo que, sin embargo, ni todavía conocen ni les pertenece.



                                                                                                             (19 marzo 2011)