(En homenaje a David Huerta,
su traductor al castellano)
El 1 de
diciembre de 1934 Serguei M. Kirov, jefe bolchevique en Leningrado y favorito
de Stalin, fue asesinado por un exfuncionario del partido, Leonid V. Nikólaiev,
en una acción individual. Muchos sospecharon que el propio Stalin estaba detrás
del crimen, pero ello no ha podido ser demostrado. No obstante, fue motivo de
que por decreto ordenara agilizar la investigación de los delitos de terrorismo
y que las sentencias a muerte que derivaran de aquella se llevaran a cabo
«inmediatamente». El autor de los disparos y otras trece personas fueron juzgados
los días 28 y 29 de diciembre del mismo año, condenados a muerte y fusilados
una hora después del veredicto [el caso se reabrió en
Este caso persiguió el resto de su vida a Victor Serge y fue el germen de esta novela excepcional que nos ocupa, El caso Tuláyev.
Serge, que había
nacido en Bruselas en 1890, cuyos padres tuvieron que huir de los zares, militó
desde la juventud, primero en las filas del movimiento obrero belga y luego en
las del
Un año antes, en
junio de 1935, se celebró en París un Congreso Internacional de Escritores por
la Defensa de la Cultura, que tenía como fin último «suscitar un movimiento pro
estalinista en la intelligentsia
francesa y comprar algunas conciencias renombradas». Pero allí también asistieron
los simpatizantes con la causa del perseguido Serge y exigieron
Cinco años después, Serge recreará este caso en Le Affaire Tuláyev (cuyo título inicial era La Terre commence à trembler…), que formaría parte de su ciclo de novelas testimoniales, en este caso para documentar el Gran Terror. La escribirá en su largo periplo de exiliado, ya lejos de la URSS, primero entre París y Marsella, luego rumbo a la Martinica, donde la continuaría en la cárcel, para retomarla en Santo Domingo, posteriormente también en una prisión de Cuba y por último en México, donde la culmina en 1942.
El caso Tuláyev es una obra maestra de
la literatura, que se erige a partir de la recreación de un crimen «impensado»:
un joven obrero, Kostia, ajeno a los círculos del poder mata casi por
casualidad a un gerifalte soviético; este acto pone en marcha una vorágine de
delaciones, acusaciones, enjuiciamientos, sentencias y muertes, respondiendo a
una maquinación kafki
Cada capítulo de la novela se centra en un sospechoso particular y su destino oscuro de insidia y condena: desde laureados oficiales del Ejército Rojo, altos cargos del gobierno, políticos de menor relevancia, profesores, diplomáticos, bolcheviques militantes, simpatizantes, a funcionarios serviles de nueva hornada; deleznables o íntegros, son seres que terminarán confinados, silenciados, deportados en Siberia, condenados a muerte intentando comprender qué papel les tocó interpretar, acaso inocentes pero asumiendo perversamente culpas que consideran que beneficiarán a una moribunda revolución, que se los traga, que lleva a todos al matadero: «Después de nosotros, si desaparecemos sin haber tenido el tiempo de cumplir nuestra tarea o simplemente de rendir testimonio, la conciencia obrera se oscurecerá completamente por un tiempo que nadie podrá medir… Un hombre termina por concentrar en él mismo una cierta claridad única, una cierta experiencia irreemplazable. Han hecho falta generaciones, sacrificios y fracasos sin cuento, movimientos de masa, vastos acontecimientos, accidentes infinitamente delicados de un destino personal para formarlo en veinte años, y helo aquí a merced de la bala disparada por un bruto. […] nadie puede ver desde el interior lo que había, aquello por lo cual esos hombres han vivido, lo que ha hecho su fuerza y su grandeza; se volverán indescifrables y cuando desaparezcan el mundo habrá caído por debajo de ellos…».
Este tejido tan
bien imbricado de personajes y circunstancias deviene en un fresco vivaz y
nítido; la prosa incisiva y delicada de Serge ilumina en profundidad la
psicología de cada sujeto dentro de un esquema mayor, colectivo, que los supera
y los arrastra, y que solo algunos llegan a vislumbrar. Ese era su objetivo
como narrador. Para plasmar la dialéctica entre el personaje y la sociedad vio necesario
alejarse de la novela tradicional; así lo definía él mismo refiriéndose a la
que publicó en 1930, Los hombres en la
cárcel: «No hay héroes de novela en esta novela […]. No se trata de “mí”,
tampoco de algunos, sino de los hombres, de todos los hombres atropellados en
esta esquina negra de
Así también daba expresión a su poética en sus Memorias: «Quienes llevan en sí un mensaje lo expresan al hacer estas cosas y su aportación tiene su valor humano. Los otros abastecen el mercado del libro… Yo concebía, concibo todavía lo escrito como necesitado de una justificación más fuerte, como un medio de expresar para los hombres lo que la mayoría vive sin saber expresarlo, como un medio de comunión, como un testimonio sobre la vasta vida que huye a través de nosotros y de la que debemos intentar fijar los aspectos esenciales para aquellos que vendrán después […]. Las existencias individuales no me interesaban –empezando por la mía– sino en función de la gran vida colectiva de la que no somos sino parcelas más o menos dotadas de conciencia. La forma de la novela clásica me pareció, pues, pobre y superada. Gravita alrededor de algunos seres separados del mundo».
A su propia obra se le pueden aplicar las palabras jubilosas con que Serge recibió la publicación de El año desnudo, de Boris Pilniak, en 1923: «La revolución, al destruir todas las instituciones sociales anteriores, no dejó de lado tampoco las muy convencionales instituciones literarias. En este escritor ruso está ausente el relato sucesivo. No hay “intriga” (¡cosa insignificante, palabra insignificante!). No hay héroes principales. Las multitudes en movimiento, donde cada persona es todo un mundo, un individuo cuyo objetivo es él mismo; los acontecimientos se suceden, se entremezclan, se compenetran mutuamente […] el resultado: dinamismo, simultaneidad, realismo absoluto y franco, ritmo único de los detalles y del todo».
Revolucionario, autodidacta, lector voraz de los clásicos rusos y franceses, de los grandes pensadores como Marx y Freud, admirador de Joyce, de Gramsci, de Dos Passos y de Pilniak, Victor Serge escribe en francés la gran novela rusa de la revolución y su deriva. Lamentablemente, como afirma el estudioso Richard Greeman, multitud de críticos, centrándose tan solo en la biografía del autor, desestimaron la gran valía de su obra literaria, y no alcanzaron a vislumbrar que era y es «un artista de la palabra».
Victor Serge tuvo una extraordinaria capacidad de clarividencia para sumergirse en la vida y en la historia, y el talento poético para expresarla en todos los ámbitos. como afirmaba en Literatura y revolución, vivió y escribió «[con los ojos] abiertos, bien abiertos, prodigiosamente abiertos ante el vasto universo, como los ojos de un Rimbaud».
[Reseña de El caso Tuláyev, de Victor Serge (traducción de David Huerta, prólogo de Susan Sontag, Capitán Swing, 2013), aparecida en Micro-Revista, revista de Letras y Cosas Bellas, en septiembre de 2014].
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