Afirma George Steiner que “en cada acto de lectura completo late el deseo de escribir un libro en respuesta”[1]; algo muchísimo más modesto es lo que propongo en estos Estudios de cuentistas, una serie de trabajos sobre la obra de algunos escritores españoles e hispanoamericanos actuales de cuentos, seleccionados mediante una consulta a varios lectores cualificados. El mismo crítico partía de una convicción fundamental sin la cual todo intento de diálogo resultaría inútil o banal: “Interpretamos como si el texto encarnara la presencia real de un texto significativo”[2]. Mi lectura busca, así, una interpretación global de los libros de relatos que han publicado. Entiendo que es una lectura concreta entre otras posibles (virtualmente infinitas); que se trata de una interpretación, y por tanto, el hallazgo de un sentido determinado inevitablemente por mi interés personal; y global, en la medida en que pretendo un seguimiento diacrónico, pero también de las constantes temáticas que se dan en los volúmenes. Este análisis va a la búsqueda de un significado que los libros y sus cuentos como piezas interrelacionadas irían aportando. Para ello es preciso descubrir si y cómo se dan vínculos dialécticos entre ellos: unos relatos insisten en una idea; otros la corroboran; otros la despliegan; otros la matizan o discuten, y hasta la perturban y cambian. Obtenemos así un particular recorrido, pocas veces lineal, que es posible reconstruir y presentar. Hasta cierto punto al menos, un libro y un conjunto de libros de cuentos conforman un sistema, a veces una deriva de reflexiones.

Para Paul Ricoeur, la interpretación de una obra surge de una hipótesis que es preciso confirmar en el propio texto, no tanto en las declaraciones de su autor (de ahí que me aleje en principio de sus pronunciamientos de intenciones y poéticas). La interpretación nace del encuentro entre el texto, que ha de ser respetado, acogido, y su lector, quien puede encontrar en él sentidos no previstos por su creador: el texto es soberano. Hasta qué punto podemos llamar violencia a toda detección de sentido no es cuestión que pueda debatir aquí; lo cierto es que resulta indispensable el respeto y la escucha atenta de aquello que los relatos manifiestan.[3] A partir de ahí, no adopto una metodología única, sino más bien una actitud que podría llamarse socrática: se trata de no mantener un diálogo con los libros desde una posición ideológica o estética previas, sino de acompañar al propio autor a lo largo de su trabajo; actuar como un testigo de lo que va proponiendo y procurar que los textos se confronten entre sí mediante esas relaciones que cabe establecer entre ellos. Se trata de una estrategia de análisis y comprensión que ha formulado Arthur Danto para el arte contemporáneo. Dado que, afirma, en nuestra cultura “Se ha proclamado que cualquier cosa puede ser una obra de arte”[4]; no hemos de juzgar el objeto artístico desde nuestros presupuestos, detenidos ya en nuestra experiencia y categorías, sino que “debemos esforzarnos en captar el pensamiento de la obra, basándonos en cómo está organizada”[5]. El resultado perseguido, en el caso de estos Estudios de cuentistas, es el de obtener la visión de la condición humana que nos ofrecen algunos libros de relatos que se escriben hoy día. Pretendo incitar a la conversación en torno a ellos –¿no consiste precisamente en eso la práctica de la cultura?– y sobre todo animar, de nuevo, a su lectura.



[1] STEINER, George, Pasión intacta, 1997, 19.

[2] Íbid., 65. De donde deduce consecuencias trascendentales (véase Presencias reales, 1991, 259 ss.)

[3] RICOEUR, Paul, Teoría de la interpretación, 1999, 100: “Pensar en el sentido del texto como un mandato proveniente del texto, como una nueva forma de ver las cosas, como una orden de pensar de cierta manera”.

[4] DANTO, Arthur, El abuso de la belleza. La estética y el concepto de arte, 2005, 25.

[5] Íbid., 198.