Mi hija juega ahora con cucharas y platos de plástico, ha aprendido a darle de comer a un muñeco. Le acerca la cuchara a la boca y dice “¡A-aaaaamm!” También le da de beber, de una pequeña taza donde la bebida como la comida de antes están en su imaginación y en su deseo. Ese hábito lo ha ido extendiendo a otros muñecos con figura de personas o animales, casi hasta a cualquier cosa con tal de que tenga boca. En fin.

Considero si se lo hemos enseñado nosotros, aunque no recuerdo cómo ni cuándo, o lo ha aprendido ella sola, por imitación. Mi hermana me dice que su hijo varón, casi de su misma edad, no juega a eso. Entonces entiendo que, sea porque inconscientemente se lo hemos inculcado o porque desea imitar nuestro comportamiento cuidadoso con ella, uno de sus juegos repetidos es dar de comer, dar de beber, vestir y desvestir, acunar, cantarle al que no se duerme, acostarlo. Y ella lo hace con gusto y dedicación, y con gracia. Cuando se cansa, lo que ocurre a menudo, realiza un acto violento, deja caer al muñeco sin más o lo lanza por los aires.

            Pienso que la estamos preparando –como desde milenios– a que mi hija también, igual que muchas niñas más, cuide y reconforte a otros. Entonces me consuelo, quizá también así le estamos enseñando, o aprende, una ética. Quizá así empiece a ser revolucionaria.


(6 septiembre 2010)