Nos robaron mientras
dormíamos
del vino y la foresta.
Nos quitaron diez cuerpos,
siete mochilas,
veinte zapatos.
Ahora queda un camino anegado
en sombras de sangre. El
asfalto caliente
donde imprimir
los talones rotos.
enardecidos de jungla
de estrategia, de camisa
vacía.
Bébame la boca
la lengua aterida
la estopa de las cuencas
de mis ojos.
Beba. Y trague.
Es una orden, recluta.
No guarde sus huesos para
mañana.
El porvenir es hoy su bien
más preciado.
Su cuerpo es enramada al
borde de la autopista.
Sirve de fogón al enemigo.
Arde de noche animado en
gasoil.
La tropa encontrará
sus pies descalzos, el anillo
sin fecha,
la cuarta pared, el vacío
cómico
de una caries en el pecho.
Guarde
un rizo moreno en el puño.
Sea fuerte, como nacido a la
intemperie.
Guárdelo con firmeza.
Es una línea de agua sellada
con frío.
Sin restañar. Quiero esa
agenda de nieve.
El dietario del recluta. La
carta de su madre.
Perece la suerte del lobo.
Tiene pavura
de su rastro de orines, lo
rondan
las bestias del zodíaco
anudado en una trinchera,
asaeteado sin ver
mientras la luna se tiñe en
el país de las albercas.
* Este poema forma parte de Las naciones hechizadas, Madrid, Amargord, 2017 [tb. en Mérida (Venezuela), El Otro, El Mismo, 2010]; la ilustración pertenece a Hasta Nóvgorod, de Víctor Barba.
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