Por varias razones que podrían sintetizarse en dos, el libro de cuentos de José Francisco Iriarte Rego, Ojo azul (2022) es extraordinario: su dominio de la expresión narrativa y la penetración de su mirada perturbadora y desolada sobre nuestro mundo.

Ojo azul se mueve entre la desesperación y el juego, la necesidad y la arbitrariedad, la ligereza y el vértigo, lo conocido y el vacío. El epígrafe del libro, de Spencer Keeton, reza: “El equilibrio de todo es el caos absoluto. / Yo digo que hay que abrazar el caos”. Todos esos contrarios se aúnan en diez relatos con una facilidad portentosa, con un dejarse leer más que fluido y que avanzan in crescendo hasta un cuento final estremecedor.

"Si hubiera que etiquetar temáticamente Ojo azul, anotaría: sexo, amor, locura, muerte, soledad, desvaloración de todos los valores, abismo de lo cotidiano"

Iriarte nos muestra su absoluta libertad creativa en la primera línea: “Hoy me he levantado con ganas de escribir lo que me dé la gana” (“La extraña enfermedad de Eva Alonso”). Se diría que somos invitados a una experiencia estética caprichosa, caracterizada por su desparpajo y humor; y algunos relatos adoptan un aire de intrascendencia o inocuidad cuando en realidad nos conducen ante una singular mezcla de sinceridad y distancia. Este equilibrio tan difícil se consigue en virtud de la observación minuciosa y el empleo de recursos, como el epíteto obsesivo o la identidad condensada en una sigla: “La madre del niño muerto: en adelante, MdNM” (“Dos muertes son demasiado”); asimismo, mediante la irrupción de lo imaginario que aparenta ser sólo un divertimento —un viejo vestido de astronauta sueña otra vida, los policías son aves, la mujer deseada repite un modelo egipcio—, si bien desenmascara lo que son sus protagonistas.

Si hubiera que etiquetar temáticamente Ojo azul, anotaría: sexo, amor, locura, muerte, soledad, desvaloración de todos los valores, abismo de lo cotidiano.

"Muestra el potencial riquísimo de un libro de relatos, que iguala la complejidad de la novela, capaz también de crear un mundo"

Los personajes ansían liberar su pulsión sexual aun utilizando egoístamente al otro: “Hace ya más de cinco años, tu chochito y tu frondosa melena negra me tienen alterado” (“Falacia afectiva”). Ansían expresar la angustia ante la muerte, que alguien los escuche: “El hombre es nada. La nada es papá que pulsa un botón del mando a distancia… y yo me refugio del ruido de los demás” (“Animalitos ucepianos”). Les urge una comunicación con los otros que los saque de la soledad y la estupidez: “Cree entonces sentir una punzada en el corazón cuando está seguro de que la hija pequeña de los Ho se ha largado de su vida para siempre” (“Pezones”). Ninguno de ellos consigue aclararse de qué va esto de la vida, incapaces de elaborar un discurso, como si las preguntas esenciales les hubieran —han— sido ya arrancadas y avanzasen a tientas. “Ha abonado con creces el importe del recorrido, con lo que está en su derecho de creerse cualquier cosa que le venga en gana” (“A bordo del Eagle”). “Puedo asegurarles, muy señores míos, que cada amanecer lucho por no volverme loco” (“Gorriones”).

¿Qué queda entonces? La vulnerabilidad. Esa que repetidamente se muestra en estos personajes pero que los recursos del estilo tratan una y otra vez de no subrayar, de esquivar, de rebajar, volviéndola, sin embargo, más elocuente.

Desoladora, brillante en su escritura, fresca, nueva, esta obra emplea la palabra precisa, la comparación sugerente, tensa nuestros nervios, nos da placer; con ella, Iriarte alcanza, desde mi punto de vista, la excelencia. Muestra el potencial riquísimo de un libro de relatos, que iguala la complejidad de la novela, capaz también de “crear un mundo”Ojo azul es una experiencia literaria de la que no puede prescindirse.


                                                                            Revista ZENDA. 21 MAYO 2022