William C. Towers es un literato desconocido. Fue a lo largo de su vida, además de escritor, dirigente estudiantil, conspirador, jurista, cargo público, candidato electoral, abogado, historiador, editor, conjuez y jurisconsulto. También republicano, como su padre, el general Cabanellas, si bien éste a pesar de ello se sublevó contra la República, llegando a alcanzar durante breve tiempo la más alta dignidad político-militar entre los generales desafectos. Tal hecho causó que Towers fuera objeto de persecución por parte de sus propios correligionarios, lo que determinó una huida que, tras la victoria de sus enemigos, supondría un exilio sin fin. En el vaivén ganó Argentina, país en que acabaría radicándose definitivamente y donde llevaría a cabo la mayor parte de su actividad profesional, centrada fundamentalmente en el derecho laboral. La literatura no sería para William C. Towers, al parecer, más que un divertimento.

Tras esta tan anglosajona onomástica se encubría en realidad la personalidad literaria de Guillermo Cabanellas de Torres, y con ella firmó La selva siempre triunfa, novela editada en Buenos Aires en el año 1944, donde revela camufladas en una trama aventurera y romántica las experiencias vividas en Guinea Ecuatorial mientras ejerció una alta responsabilidad en la administración colonial durante el periodo republicano.

Su breve experiencia africana debió de ser traumática. Su visión de la labor ultramarina, no sólo de España, sino de Europa, quedó reflejada en ¡Esclavos! Crónica del África negra, opúsculo cuyo título dejaba entrever la posición política y moral que el autor sostenía en 1932, no muy alejada de una especie de marxismo trufado de anarquismo decimonónico, postura que tamizaría en La selva siempre triunfa, si bien sin abandonar la crítica a los excesos tanto de funcionarios, cargos públicos y finqueros como de algún que otro cómplice africano en tierras ecuatoguineanas.

En este sentido Cabanellas coincidiría con otros funcionarios españoles enviados por los primeros gobiernos republicanos a Guinea que a su regreso a España expresaron su crítica a la situación colonial en diversas obras, constituyendo así un discurso intelectual crítico con la labor de la metrópoli en aquellas tierras.

La trama de La selva siempre triunfa se sitúa en la coyuntura política que alumbró la II República Española. Carlos Montejano, un aristócrata español, huye de una penosa situación personal encaramándose a un alto cargo de la administración colonial guineana. Repleto de las buenas intenciones que ha podido cultivar disfrutando de una vida disoluta y despreocupada, ajena a la realidad social que le rodea, topa en África con la crudeza de una estructura de dominación que ni siquiera sospechaba existiera. El maltrato a los trabajadores africanos, su brutal explotación física y económica, la corrupción administrativa y empresarial, la indolencia cuando no la cobardía de los altos cargos coloniales, las satrapías privadas de ciertos funcionarios civiles y militares, el violento racismo, modulado a conveniencia del apetito sexual de los europeos, la frustración de los africanos cultos por el desprecio recibido por los modernos encomenderos blancos y su consiguiente politización, y volando sobre todo ello el desengaño del protagonista, que encarna, a pesar de su condición social, no solo las ansias de cambio, sino un sueño imposible: la reforma de un sistema explotador que tuviera como consecuencia la integración y convivencia igualitaria de dominadores y dominados en el seno de una estructura colonial.

El propio Cabanellas parece dar cuenta de esa imposibilidad en el desenlace del relato: de un lado el asesinato por parte de un sargento de la Guardia Colonial del gobernador de Guinea (cómplice del protagonista en sus ansias de reforma); de otro el desafío entre Montejano, encarnación de la rectitud de intenciones de ese reformismo descabezado con la desaparición del gobernador, y el comandante Maldonado, su contrario, el corruptor de África, que acaba con la muerte de éste y con la huida del primero a la selva, una inmersión, casi una fusión, con la naturaleza virgen; una solución tan bella y romántica como impracticable, o más bien inútil; una fuga en cierto sentido a la irrealidad de la que partió el aristócrata disoluto, un imposible irrealizable producto de su idealismo infructuoso, una negación del mundo en el que ha vivido y al que ya no puede regresar. Quizá una metáfora del fracaso de las aspiraciones republicanas y del propio exilio de Cabanellas.

 Cierto es, como se ha apuntado desde cierta crítica culturalista, que esta interesante novela, que merecería mayor difusión no solo por su tema y trama sino también por gozar de una calidad literaria superior a la de los zurullos que nos suelen arrojar grandes editoriales y prestigiosos concursos literarios españoles, no puede desprenderse del todo de una cierta mirada partícipe de prejuicios raciales. Tampoco llega a cuestionar del todo la presencia de los imperios europeos, del español entre ellos, en África. Como su alter ego, como el protagonista de su obra, no va más allá de un programa radicalmente reformista que transformara la labor colonial en una preparación para una lejana futura emancipación y, entretanto, ofreciera un periodo transitorio en que reinase la igualdad racial. En cualquiera de los casos, el final del relato deja patente la ingenuidad de Montejano, en realidad la ingenuidad del propio Cabanellas, en su época de fervor político. Y a pesar de todo ello, es una obra La selva siempre triunfa que merece la pena descubrir.

Digamos para concluir que esta obra fue reeditada en el año 2009 por la editorial El Cobre ya con el nombre verdadero de su autor.




                                        

                                                     Guillermo Cabanellas de Torres