Leer a Aleksandr Duguin no estaba entre mis prioridades, pero todo lo que está pasando estos días me ha llevado a prestarle atención. Es el filósofo de la corte de Putin, dice Slavoj Žižek. Su Rasputín, cuentan. Eso me intrigó. Quería tratar de entender el ultranacionalismo esencialista que domina el gobierno en Rusia. Sus barbas dostoyevskianas y su mirada de hielo acrecentaron mi curiosidad.

Como yo también “soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles” (Don Quijote I, 9), he hecho mi modesta investigación lectora. Lo que encontré causaría risa, si solo se tratase de mera teoría.

El libro más influyente de Duguin –en inglés se escribe Dugin, sin la u de nuestra transcripción del ruso– es Foundations of Geopolitics. The Geopolitical Future of Russia (1997), vademécum político y militar de las élites moscovitas. Lo consulté en una apenas legible versión inglesa firmada por Google Translator que circula por ahí. El apartado 4.4, titulado “El problema de la soberanía de Ucrania”, contiene, además de un aviso, una indicación de lo que había de hacerse en el caso de que los ucranianos quisieran un estado independiente. El sueño de Eurasia no es posible sin Ucrania.

Pero ¿qué es eso de Eurasia, nombre de resonancias orwellianas? Buscando una explicación en las propias palabras de su creador, di con dos textos de Duguin en castellano: Rusia. El misterio de Eurasia (Grupo Libro 88, 1992) y La Cuarta teoría política (Nueva República, 2013).

El primero lleva un prólogo de Isidro-Juan Palacios, antiguo miembro del grupo neonazi CEDADE, director de la revista Más Allá de la Ciencia en los años noventa y autor de libros como Apariciones de la Virgen (1994) y La Virgen de El Escorial más cerca de su triunfo (1997). El segundo está editado por Nueva República, editorial de Barcelona que dirige Joan Antoni Llopart, exmiembro del Frente Nacional y del Movimiento Social Republicano y autor de libros como ¿Qué es ser Nacional-Revolucionario? (2010).

Desde las primeras páginas de Rusia. El misterio de Eurasia, Aleksandr Duguin nos revela las claves ocultas y milenarias del patriotismo ruso. Se trata de un patriotismo diferente, que no puede ser equiparado con el simple nacionalismo de otros pueblos. La nación rusa es sagrada, pues ancla su espíritu a un arquetipo geográfico, un cosmos espacio-temporal de resonancias junguianas que Duguin llama el continente interior. Esta entidad nació en la noche de los tiempos, entre la bruma indoeuropea, y ha permanecido incólume durante siglos, mitológicamente confrontada al continente rival, la Atlántida, que originó Grecia, Roma y la malhadada Europa occidental.

Se apoderó de mí un escalofrío. Pensé en los relatos de Lovecraft, llenos de criaturas primordiales, inconcebibles, que habitan escondidas bajo nuestro suelo y se mueven con lentitud geológica. Seguí leyendo y supe que, sobre ese continente interior, la Rusia sagrada se había edificado en torno a un doble centro simultáneo, uno geográfico --al principio fue Kiev y más tarde Moscú-- y otro humano, con atributos de divinidad, personificado en el zar. Hoy, empequeñecida y humillada, necesita un restaurador de su maltrecha grandeza. Rusia espera a su salvador, escribe Duguin a comienzos de los años noventa. Cuando venga se manifestará "en el corazón de la Patria Sagrada, en [su] Corazón de Oro […], como un Jinete montado sobre el caballo blanco, como un Héroe, […] como el Eterno y poderoso Hijo de Dios Absoluto”.

Conocía esa retórica, esas mayúsculas, el inconfundible estilo exuberante. Uno tras otro fueron haciendo su aparición a lo largo del texto los sospechosos habituales de la filosofía perenne: esoterismos, tradicionalismos, hermetismos y ocultismos varios se agitaban en denso mejunje con ideas de René Guénon y Julius Evola. Viejos conocidos de mi nunca del todo abandonada pasión por el estudio de las sectas new age. Ni Nostradamus faltaba.

En La Cuarta teoría política, texto veinte años posterior al primero, Duguin se pregunta: “¿Qué ideología deberíamos usar en nuestra oposición a la globalización?”. Las tres principales teorías políticas antiliberales que ha habido en el siglo XX, el comunismo, el socialismo y el fascismo, fracasaron. Tenían cosas buenas, rescatables: sus aspectos anticapitalistas, anticosmopolitas y antiindividualistas. Otros habría que eliminarlos o suavizarlos, como el componente ateo del socialcomunismo o los excesos chovinistas y racistas del fascismo. La Cuarta teoría política aunará lo mejor de las tres: será una especie de “síntesis nacional-bolchevique”.

Este socialfascismo renovado apela a sumar fuerzas con todos aquellos que compartan la llamada a la "insurrección radical contra el mundo moderno”, vengan de donde vengan, y siempre que no se ponga en cuestión dónde hay que poner el foco. Pues, más allá de la necesaria crítica de los nefastos efectos de la modernidad, hay que atacar sus raíces mismas, su lógica interna, su paradigma. ¿Cómo? Apelando "a la Tradición", bebiendo de “fuentes premodernas de inspiración” que nos sirvan de guía para edificar la nueva-vieja sociedad soñada. Señala algunas: el estado ideal platónico, la sociedad jerárquica medieval, las visiones teológicas para el ordenamiento social creadas por los textos sagrados del cristianismo, el judaísmo, el islam y el hinduísmo.

Y es entonces cuando aparece Martin Heidegger, el filósofo que no supo resistir la fascinación por el nazismo. Si la modernidad es el reino de das Man, el supuesto individuo libre del modelo occidental, una máquina para el consumo, inauténtico, decadente, perdido, la Cuarta teoría política, antimoderna y antiliberal, buscará inspirarse en el Dasein existencial heideggeriano, el “ser ahí” despierto, universal y local a la vez, apoyado en las tradiciones culturales de cada nación. En el caso de España tal búsqueda será “un cometido de los españoles mismos”, concede, aunque nos sugiere que acudamos a aquellas partes de nuestra cultura donde se perciba con más fuerza “la comprensión de la tragedia de la existencia humana”. 

A Duguin le interesa la “España Negra […] orientada a la muerte”. Ensalza dos hitos de lo que considera nuestra metafísica más auténtica: el relato de heroísmo y martirio –mil veces utilizado por el franquismo– del general Moscardó en el Alcázar de Toledo y la conferencia “Juego y teoría del duende” de Federico García Lorca. La colocación en el mismo plano hermenéutico de Moscardó y Lorca alerta sobre el tipo de operaciones intelectuales que pueden surgir de ese nuevo fascismo sincrético que propugna Duguin para la política. El ensayo lorquiano es un texto hermoso y radiante, una formulación metafórica de las ideas estéticas de su autor, construidas en gran medida sobre bases románticas. Para Duguin concuerda “en muchos aspectos” con el concepto del Dasein: un daimon recóndito y omnipotente que se agita en los últimos fondos de la sangre humana. A partir de este Lorca manipulado, fascistizado, y de este Moscardó novio de la Muerte, Duguin nos indica el camino a seguir para recuperar la España eterna, "negra, mortal, mortífera, [que] tiene que encontrarse a sí misma en el lado contrario de la modernidad: en la profundidad de su etnicidad". "En piedras y lanzas”.

Piedras y lanzas.

No podía seguir leyendo, necesitaba salir a la calle en busca de aire. Era de noche y la plaza estaba casi vacía. En la parada de taxis dos taxistas fumaban de pie junto a uno de los coches aparcados. Permanecían en silencio, con el semblante serio, las cabezas tensas y quietas, inclinadas en dirección al sonido que les llegaba a través de la ventanilla abierta. Pensé que escuchaban la radio deportiva, la narración emocionante de un partido de fútbol en domingo, pero al acercarme oí llantos y explosiones, el sonido de la guerra.

 

Imagen: Vasiliki Kanelliadou, Dugin Revisited (2022)