La amistad entre hombre y mujer llega al cine

 


Lola López Mondéjar

 

El cine representa la realidad y la construye, y para muchas generaciones ha sido modelo de nuestra educación sentimental. Decía La Rochefoucauld que nadie hubiera amado de no haber oído hablar del amor, y desde su aparición, a finales del XIX, era sobre todo del amor de lo que nos hablaba el cine.

Las relaciones hombre-mujer que la mayoría de películas representaban eran casi siempre relaciones románticas, eróticas. No recuerdo ni una sola película donde la mujer protagonista no fuese deseada por el protagonista masculino, como si entre personas de distinto sexo no pudiese darse otro tipo de relación que no fuese el amor erótico. Era un topos: chico conoce chica, repetido hasta la saciedad en la filmografía que modeló nuestros afectos.

La luz de la cámara ilumina el rostro en éxtasis de las protagonistas cuando, por fin, son amadas. Recordemos la sonrisa pícara y satisfecha de Scarlett O’Hara al desperezarse en la cama el día después, en la hoy denostada por racista, y machista, Lo que el viento se llevó; las dulces promesas de un encuentro sexual que el cine ocultaba pero que tan bien sabía sugerir.

Quizás es desde esa educación sentimental mutilada desde donde procede la convicción de los varones de que no puede existir la amistad entre un hombre y una mujer. Las nuevas generaciones ya no opinan lo mismo, lo que constituye un avance. Los chicos y las chicas de hoy tienen relaciones de amistad independientemente del sexo del amigo o la amiga, y saben mantenerlas cuando entran en relaciones de pareja, reservándose el tiempo para cuidarlas.

En lo que respecta al cine, en los últimos años, y con la entrada de las mujeres en la industria cinematográfica, las cosas parecen estar cambiando. Las directoras representan relaciones hombre-mujer donde el erotismo está ausente o sublimado, y donde el acercamiento afectivo se realiza de la mano de otros sentimientos, otras emociones que enriquecen la trama y dan cuenta de una parte de la realidad que no encontraba eco en el cine hasta hace bien poco.

Sucede en películas como La hija oscura (2021), la hermosa opera prima de Maggie Gyllenhaal, también En un lugar salvaje (2021) de Robin Whright o en Nomadland (2021), de Chloé Zhao. En todas ellas aparece un hombre que se acerca amablemente a la protagonista con interés de conocerla o para proporcionarle su ayuda. Desde el viejo código establecido por los cientos de películas que les anteceden, el espectador podría hasta llegar a interpretar que este hombre quiere cortejarla, pero no es así. Las directoras escamotean esa salida fácil y clásica para mostrar una relación de amistad nueva, de compañía recíproca, de ternura sin sexo, que resulta más interesante que las consabidas sábanas revueltas tras el fundido.

Sucede que por su carácter explícito de ruptura del código anterior, el espectador puede encontrar esta solución casi como una argucia de las directoras, que pretenden hacer creer que algo va a suceder en el plano erótico, creando una tensión deudora de la historia del cine, para defraudar después la expectativa y conducir la narración por otros derroteros; otros caminos que inducen a que el espectador se interrogue sobre sus estereotipos, sobre los protocolos de su educación sentimental, y que agradezca que los pongan en jaque y frustren los lugares comunes creados por el propio cine, interrogando así sus ideas preconcebidas.

En las películas en las que esto sucede, las arriba citadas y otras, se asiste al encuentro de una modalidad nueva de relación hombre-mujer. A menudo, como sucede en En un lugar salvaje o Nomadland, el de dos seres heridos, en profunda crisis vital, que se reconocen y se apoyan mutuamente, mostrando una vulnerabilidad con la que ambos simpatizan y que los acerca en condiciones de igualdad. Ninguno de los hombres que aparecen en estas películas son ejemplos de masculinidad hegemónica, tóxica, estereotipada, sino de seres quizás a la deriva, que huyen, que se aíslan o se alejan de los lugares familiares para curarse los crueles arañazos de la vida. Lo mismo que les sucede a ellas.

AMMA, Asociación de Mujeres de los Medios Audiovisuales, ha señalado insistentemente la dificultad que las mujeres directoras tienen para encontrar financiación para sus proyectos, pues los productores confían menos en ellas que en los hombres. Sin embargo, cuando lo hacen nos ofrecen perspectivas interesantes y novedosas, que muestran la realidad de las mujeres, no desde la óptica masculina, como venía siendo habitual en la heterodesignación de siempre, sino desde la realidad de una experiencia distinta, la de la otra mitad de la humanidad (el 52% para ser más exactos).

La hija oscura se adentra en las ambivalencias del amor maternal sin contemplaciones, mostrando a una madre que no está ni idealizada ni demonizada, sino que navega entre sentimientos contradictorios y encontrados, por que, como dice Jacqueline Rose: Las madres (y los padres) fracasan siempre, pero no ha de verse como una catástrofe: se trata de un fracaso normal. ¿Por qué tienen que ser las madres más buenas que el resto de la gente?

Necesitábamos con urgencia que las mujeres tomaran la palabra, y lo han hecho con fuerza. Esperemos que no sea un avance circunstancial, sino que venga para quedarse.

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