El pasado 25 de febrero Anthony Beevor, autor de varios libros de temática histórica, publicó un artículo en el diario El País en que daba su opinión sobre el conflicto ucraniano titulado “El reflejo distorsionado de Hitler”. Ignoro si el título lo eligió el autor inglés o los responsables del periódico. En todo caso hace referencia a la severa afirmación que principia el texto: “Parece que Vladimir Putin ha perdido el juicio. Asegura que el objetivo de esta invasión no provocada es la ‘desmilitarización y desnazificación’ de Ucrania cuando es él quien se comporta como una especie de reflejo distorsionado de Hitler”.
Esta forma de empezar el artículo es muestra de los métodos que el autor británico despliega en sus obras y que reflejan un cierto desdén hacia la idea de la Historia como disciplina científica. Por lo general un historiador debe basarse en los hechos para establecer posteriormente una interpretación de los mismos, construyendo, apoyando o atacando una tesis determinada. Lógicamente los hechos se establecen a partir de las fuentes, que pueden ser de tipos muy diversos, fuentes que deben soportar una crítica fundada por parte del historiador. Ciertos comentaristas no muy favorables a la obra de Beevor le acusan de que suele invertir estos términos: una tesis previa determina una relación de hechos, la cual privilegia a su vez ciertas fuentes sobre otras. En algunos casos, según esos mismos censores, Beevor incluso prescinde de ellas.
Este escrito publicado en El País parece dar la razón a esos críticos. Nuestro afamado historiador comienza su comentario por el final: Putin parece un loco, o actúa como tal; peor aun, se comporta como Hitler, el malvado por excelencia de los manuales de Historia; por tanto, no le secunda la razón. A partir de esta premisa escoge algunos hechos, no todos, ni siquiera los fundamentales. Y por si fuera poco, incluso en un texto tan breve como este, Beevor se aventura a aseverar, sin soporte documental alguno, que "Uno puede estar seguro de que las fuerzas especiales rusas y la inteligencia militar tienen listas de aquellos ucranios que desean eliminar de una forma u otra para poder así convertir el país en un Estado (sic) satélite (...)". En este caso la fuente es el mismo Beevor, o parece serlo. Así que le recomendaría que, por un mínimo sentido de humanidad, se pusiera en contacto con los miembros de esas listas de cuya existencia puede estar seguro para que evitaran ser eliminados. Así se construye la Historia, o mejor dicho, así la construye Beevor.
A estos métodos tan particulares el investigador inglés suele añadir una buena dosis de contundencia literaria, un estilo ágil, no pocos prejuicios compartidos con muchos de sus lectores y algunas coincidencias ideológicas con los propietarios de los grandes medios de comunicación, topándonos así con lo que verdaderamente es Anthony Beevor: un propagandista exitoso.
¿Qué mayor contundencia para el imaginario occidental que aparezca, por ejemplo, en un titular la palabra ‘Hitler’?, ¿qué más poder de sugestión (y de descalificación) que comparar el objeto de una diatriba con esa tópica ‘encarnación del mal’? Los mecanismos intelectuales de Beevor en algunas ocasiones no van mucho más allá, aunque hay que reconocer que son eficaces, entre otras cosas porque por un lado la inmensa mayoría de los medios de comunicación de masas utiliza esos mismos artefactos especulativos y por otro, porque han elevado a este exnovelista (sí, comenzó en el mundo de la ficción, aunque algunos mal pensados sostienen que no la ha abandonado del todo) a los altares del santoral intelectual historiográfico, aplaudiendo, festejando y hasta aclamando sus ocurrencias dialécticas y sus hipótesis historiográficas, a pesar de que aportan menos de lo que suele concedérsele al conocimiento de los temas que Beevor aborda.
En el caso de la actual invasión de Ucrania, el señor Beevor tampoco nos va a aclarar mucho las cosas; es más, acabará por confundirnos y tratará de conducirnos a la lobera de la conclusión psicologista, a la que tan aficionado es nuestro historiador.
Pero cualquier persona con un par de dedos de frente sabe que esta explicación es absolutamente insatisfactoria. Así que tenemos que esforzarnos en seguir buscando las respuestas a la pregunta de por qué Rusia ha invadido Ucrania. Lo que parece claro es que leyendo a Beevor no las vamos a encontrar. Al contrario, siguiendo su senda acabaremos por instalarnos en unas coordenadas históricas más que discutibles. Y aquí procede citar de nuevo al londinense: “Putin se sintió profundamente sacudido por la ambición imprudente de Estados Unidos, la OTAN y la UE en la primera década del milenio, cuando la idea de promover la democracia en todas partes se convirtió en una cruzada peligrosamente ingenua.”
Más allá de la calculada ambigüedad de la frase, uno no puede dejar de quedar igualmente sacudido por ella (en esta caso compartimos con Putin estado de ánimo). Palabras mayores: “promover la democracia en todas partes”. ¿Cuál será la idea, el concepto de democracia para el historiador Beevor?, o mejor formulado aun: ¿cuál será, o fue en ese contexto cronológico, la idea, el concepto de democracia para EE.UU., la OTAN y la UE, según Beevor, por supuesto? ¿Se referirá Beevor a la “guerra contra el terrorismo” que EE.UU. proclamó el 20 de septiembre de 2001 y que se materializó en la invasión de Afganistán por parte de la OTAN?, ¿se referirá a la invasión de Irak de 2003 y al gobierno que EE.UU. y Reino Unido implantaron allí "democráticamente" (las comillas aquí son imprescindibles)?, ¿a los numerosos ataques a países soberanos como Yemen, Pakistán o Somalia?; ¿acaso a la invasión de Haití por parte de EE.UU. y Francia en el año 2004? ¿Le pareció a Beevor que en aquellos momentos los dirigentes de la OTAN, de Francia o de EE.UU. habían “perdido el juicio” o que eran un "reflejo distorsionado de Hitler"?
Hay otras palabras del insigne ex militar (nuestro amigo fue cocinero antes que fraile) que resultan inquietantes, y con esto termino. Para Beevor todo este movimiento pro-democrático de las potencias occidentales de la primera década del milenio se convirtió en una cruzada “ingenua”; “peligrosamente ingenua” nos dice. Que fue peligrosa fue evidente, sobre todo para los hombres, mujeres y niños que murieron o fueron heridos en aras de la particular idea de la democracia atlantista. Pero es que además, según nuestro insigne autor, fue “ingenua”. La Real Academia Española nos define la palabra ‘ingenuo/a’ como “candoroso, sin doblez”. Si es así como entiende esa “cruzada” nuestro historiador ya no queda nada que añadir al asunto y convocamos a la sensibilidad del lector para que saque sus propias conclusiones.
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