Virginia en el Commodore

El pasado miércoles 24 de noviembre tuvo lugar, en el clásico pero renovado restaurante Commodore de la madrileña Plaza de la República Argentina, uno de esos actos que para el mundo de la cultura deberían constituir todo un acontecimiento. Se trataba de la presentación del volumen cuarto de los Diarios de Virginia Woolf (Tres Hermanas Libros), que comprende los años que van de 1931 a 1935. Sobre la mesa, los cuatro gruesos volúmenes publicados hasta ahora (aún queda un quinto y final), fruto de la larga y titánica tarea que emprendió hace años la brillante y prestigiosa traductora Olivia de Miguel, que, entre otros honores y galardones, cuenta con el Premio Nacional de Traducción. Organizaba el acto (al frente de #culturacommodore), el periodista y profesor David Felipe Arranz, que tras unas breves palabras de presentación, dio la bienvenida a las cuatro mujeres protagonistas: la propia traductora, Olivia de Miguel, la editora, Cristina Pineda (que habló, apasionada, de este gran proyecto), la periodista, escritora y diplomática Helena Cosano y la también escritora y periodista Dolores Conquero. De Miguel, sin necesidad de apuntes o papeles, hizo un sabio y memorioso recorrido por los Diarios: un hermoso vuelo, en el que, entre otras cosas, desmintió el tópico de la imagen de una Virginia Woolf permanentemente depresiva, lánguida o “colgada”, que hasta ahora ha prevalecido, alimentado por películas como Las Horas o adaptaciones cinematográficas poco logradas que no ofrecen sino una caricatura de la gran escritora. Virginia resulta ser una mujer básicamente feliz y muy enamorada de su marido Leonard. Un matrimonio de intelectuales equilibrado que le proporcionó la estabilidad y tranquilidad necesarias para escribir y publicar sus textos. Cosano, Conquero o la propia traductora, con el trasfondo de unas lámparas y una barra de bar de otro tiempo, surtida de botellas y adornada con centros florales,  subrayaron hasta qué punto el ambiente vital de la autora de Al Faro era infinitamente más libre y desinhibido que el momento “pacato” y “políticamente correcto” en el que ahora vivimos. Los detalles del libro dieron lugar a una interesante reflexión sobre el feminismo o, mejor, los feminismos, y los diversos niveles de profundidad y de superficialidad que podemos encontrar en el movimiento y en las reivindicaciones. De Miguel habló de la necesidad de la lucha, pero también defendió un feminismo complejo, que no se quede en la proclama simplista. Es en este sentido, explicó con brillantez, en el que hay que interpretar las obras de Virginia o de la novelista francesa Colette. También resultó muy sugerente la explicación que dio del estado mental y ambiental en el que Virginia Woolf se suicida: rodeada de pérdidas familiares, su casa de Londres bombardeada por la aviación alemana… y, sobre todo, la sensación de haber cumplido ya con una vida plena y afortunada para encarar con calma su decisión. Un gran acto. Entre el público escritoras, escritores y algún otro excelente traductor como Carlos Fortea.