Hace unos meses reseñé[1] para Infolibre un libro autobiográfico de Anna Starobinets, Tienes que mirar[2], señalando un aspecto que no había sido mencionado en ninguna de los comentarios que anteriormente había leído sobre él: el carácter imperativo que para la protagonista tiene su deseo de tener un segundo hijo, a pesar de los riesgos que ha de afrontar, dada la alta posibilidad, del 50%, de que se repita en el nuevo embarazo el problema genético que hizo inviable el niño cuya gestación y muerte son el tema central del libro.

Mi reseña despertó algunos comentarios en las redes sociales que llamaron mi atención. La activista pro maternidad intensiva Ibone Olza[3], escribió en twitter lo siguiente:  “Fanatismo maternal” implica juzgar el deseo de la madre. Desde ese enjuiciamiento parece difícil poder atender y acompañar eficazmente. ¿La autora considera fanático a todo aquel que persigue sus sueños contra viento y marea o solo a las mujeres que se empeñan en ser madres?”.

Los comentarios en sentido contrario también fueron numerosos. Como ejemplo:
F. Xenia García: “¿Cómo alguien que pasa por todo este horror ( que hace pasar por este horror a su familia) solo ve la salida en un nuevo embarazo? Esta maternidad que redime es tan peligrosa como espeluznante”.

El debate se ampliaba, lo que daba cuenta de la sensibilidad actual hacia el tema.

Por otra parte, también en mi práctica clínica venía observando cómo las jóvenes que deseaban ser madres centraban su vida en el deseo de un hijo sometiéndose a repetidos y costosos (psíquica y económicamente) tratamientos de fertilidad, a inseminaciones in vitro, a donación de óvulos; o cómo, también, una vez nacido el bebé, se dedicaban a él con una entrega absoluta: nutrición especial, gimnasia, cuidados especiales, que alejaba la vida de pareja y la vida personal de la mujer que la madre antes había sido.

De los interrogantes que me suscitó el tema tan nació mi necesidad de entender ese deseo, que llamé fanático por su expresión imperativa, de vida o muerte, tal y como veremos.

Ya en 1980 Elisabeth Badinter había tratado el asunto del amor materno en un libro hoy clásico, ¿Existe el instinto maternal?[4], donde analizaba ese supuesto instinto entre los siglos XVII al XX, para concluir que no hay datos que confirmen que exista ni el instinto ni el amor maternal, sino que se trata de una construcción cultural que cambia con cada sociedad, con cada época.

Mucho más cerca de nosotras, pero compartiendo las tesis de Badinter, quien participa también en su documental, las directoras Inés Peris Mestre y Laura García Andreu, rodaron (M)otherhood (2018), entrevistando a distintas especialistas en el tema. Entre sus argumentos subrayamos el que apunta a que la sobrevaloración actual de la maternidad como institución se produce por miedo a que se extienda entre las mujeres el deseo de NO tener hijos, pues la caída de la maternidad es un hecho constatado en todos los países occidentales, un descenso que ha llegado a ser calificado de dramático por algunos demógrafos.

La literatura sobre la maternidad se divide en aquellos libros que la ensalzan y aquellos otros que señalan sus aspectos menos favorecedores. Por poner solo un ejemplo, en 2016, Orna Donath publica Madres arrepentidas[5], apuntando contra el mito del amor maternal: la sociedad tilda a las madres arrepentidas de egoístas, dementes y trastornadas, pero el número de mujeres que elige no tener hijos crece cada año, insiste.

En el lado opuesto nos encontramos con el best-seller, El Libro Completo de la Crianza Cristiana y el Cuidado de los Niños: Una guía médica y moral para criar niños sanos y felices, de William Sears y Martha Sears[6], escrito en la década de los ochenta por los creadores de la paternidad pura y la crianza de apego, y con el que se inicia la difusión de la crianza intensiva o de apego en todo el mundo desarrollado.

La asunción por parte de las jóvenes madres occidentales de esta crianza de apego apunta a distintas causas que sintetizaremos brevemente aquí:

• El fracaso de las expectativas del trabajo profesional de la mujer: vuelta neoliberal al hogar tras las crisis. Muchas mujeres encontraron que salir de lo doméstico las confrontaba con la precariedad y las condiciones laborales más duras, incompatibles con la construcción de la familia que deseaban tener. Regresar al hogar era, pues, un alivio para ellas.

• La desidentificación de las hijas con sus madres profesionales. Las madres que lucharon en la segunda ola del feminismo para no sucumbir al rol materno tradicional y conservar su trabajo y su lugar en el mundo fueron calificadas injustamente como madres narcisistas por M. Recalcati[7]; sus hijas se alejaron de ese modelo de maternidad que las había abocado a una crianza más solitaria (niños llavero[8]) que la que ofrecían las madres tradicionales, las entregadas madres-cocodrilo de J. Lacan. El psicoanálisis siempre estuvo pronto a definir prescriptivamente cómo ha de ser la función materna.

Sin embargo, la maternidad ha sido invisibilizada a lo largo de la historia y excluida del contrato social, en el que la madre ha sido solo un medio para transmitir la semilla del padre, una fantasmadre como afirmó Blaise, una construcción imaginaria heterodesignada que poco tenía que ver con la experiencia real de las madres.

El mismo Freud mostró respecto a la maternidad su rostro más patriarcal al concebir el amor materno como exento de ambivalencia (lo que se llama hoy romantización de la maternidad), al identificar feminidad con maternidad y a esta con la madurez sexual y personal, lo que convertían a las mujeres que no eran madres en psíquicamente inmaduras. No obstante, las psicoanalistas mujeres, desde Nancy Chodorow a Jessica Benjamin, mostraron que la madre inventada y el mito del amor materno sirve para cubrir las necesidades de afecto de los hombres y para consolarse a sí mismos con la esperanza de que existe un amor sin fecha de caducidad: el amor de madre, amor total. Las mujeres son más escépticas al respecto cuando son madres y descubren la realidad de ese vínculo.

Es por esto que la concepción tradicional de la maternidad empezó a cambiar cuando ellas tomaron la palabra. Adrienne Rich[9], en su libro, Nacemos de mujer (1976), denuncia la falacia de lo que llama “la institución maternal”, el discurso que se impone a las mujeres que son madres, borrando su propia experiencia maternal y exigiendo un amor sin mácula. Jane Lazarre[10], en el mismo año, escribe El nudo materno, y muestra también la ambivalencia del amor materno.

En este sentido, Winnicott, psicoanalista de la escuela inglesa, pudo ya apuntar algunas razones por las que la madre puede llegar a odiar a su hijo, pero la madre del psicoanálisis ha sido considerada una mera función que negaba siempre a la mujer, subsumida en ella, en la mejor tradición romántica[11].

Esta ausencia de representación en la cultura de la experiencia de la maternidad como hecho real la convierte en un lugar propicio para la proyección de todo tipo, entre ellas, como ejemplo de la felicidad propuesta como horizonte posible en la actual sociedad del capitalismo avanzado, que regresa a la idealización.

Ni el modelo de madre tradicional ni el de la mujer madre que conservaba su vida profesional y pública, sirvió a la siguiente generación de jóvenes, que fue crítica con ambos, para enfrentarse a su propia experiencia, por lo que salieron a la búsqueda de una maternidad aparentemente distinta, y se encontraron con la propuesta de la maternidad intensiva.

Una búsqueda propiciada también por la profunda crisis de los modelos de identificación tradicionales que afecta a la modernidad tardía, cuyos modos de producción exige y genera identidades frágiles y miméticas, que imitan los modelos sociales proporcionados por los medios de comunicación y las redes sociales. Feminidad, masculinidad, parentalidad, pierden sus perfiles, lo que contribuye a la búsqueda de una anhelada identidad más sólida.

Los individuos producidos por la modernidad tardía son hombres y mujeres guiados desde fuera, con mucha dificultad para tolerar la incertidumbre, por otra parte peligrosamente creciente en el tejido social del capitalismo numérico o digital, y con profundas necesidades de certezas y de identidades masivas que les salven de la angustia que esa incertidumbre creciente produce.

Sin embargo, y a pesar de los cambios de perspectiva que a partir de entonces se van sumando a la desmitificación de la maternidad, siempre se está en peligro de romantizarla, como lo han hecho tantos escritores varones a lo largo de los siglos, y como también lo hacen incluso algunas escritoras mujeres y madres en la actualidad, advierte Lazarre.

Paralelamente a esta idealización de la maternidad, manifestada por la cultura de la crianza de apego, en los últimos años han surgidos textos, blogs, cómics, novelas y relatos que afrontan la maternidad en su complejidad desde el punto de vista de las propias madres. En su libro, No madres, reivindicación de las mujeres sin hijos, María Fernández Miranda[12] entrevista a mujeres que no han sido madres y han logrado una buena vida, para oponer así su experiencia al mito de que feminidad y maternidad son sinónimos, y que la vida sin hijos es incompleta. Las mujeres que no son madres se confiesan felices y realizadas, en contra del imaginario imperante que las representa como menos amables y más infelices que las que lo son.

Junto a estas perspectivas críticas, el imperativo de ser feliz que rige en la modernidad tardía ha puesto en la maternidad la esperanza de conseguir esa felicidad prometida. Una maternidad que aúna a la perfección exigida a la madre la belleza de una mujer seductora, y erotizada. La madre perfecta de hoy debe ser también amante perfecta y seductora, en un nuevo modelo difícil de imitar.

Por supuesto, colocar la maternidad como representación de la felicidad de las mujeres pone también la lactancia en el centro de la identidad femenina[13] y como nuevo estándar moral. Lactancias prolongadas de hasta tres años exigen a las mujeres un esfuerzo y un abandono de otros quehaceres que compromete su regreso a la vida profesional. ¿Efecto del neoliberalismo o modelo anticapitalista y antilobby? Se pregunta Beatriz Gimeno. Mujeres de ideología conservadora y anticapitalista se acogen a las normas de la maternidad intensiva por igual, porque responde a algo más que a simples cuestiones ideológicas, como vamos a ver ahora.

Según la psicoanalista Anne Vineze[14], las jóvenes que optan por la crianza de apego se caracterizarían por:

•Considerar que sus padres han sido negligentes en su propia crianza, incapaces de empatía y de comprensión de sus hijos.

•Mantener la ilusión de que existe un mundo simbiótico perfecto y satisfactorio al que podemos acceder.

•Compensar sus déficits infantiles a través del cuidado de sus bebés.

Todo lo anterior les produce una enorme dificultad para poner límites a sus hijos, pues ponerlos sería romper con esa ilusión de fusión que tanto necesitan para autorrepararse psíquicamente.

Con el porteo, el colecho, la centralidad de su vida puesta en el bebé, la fusión con él, en definitiva, calman sus propias angustias infantiles de separación/individuación.

De todo lo anterior podemos inferir que la maternidad intensiva o crianza de apego es un síntoma que expresa la búsqueda de un vínculo seguro frente a la fragilidad de los lazos posmodernos. Ser madre cubre el vacío subjetivo mediante una identificación imaginaria con el rol propuesto que sirve de guía en casi todas las situaciones de la vida. De este modo, la parentalidad pasa, de ser considerada por el feminismo de la segunda ola una función dinámica (la función maternal, N. Chodorow), algo que aparece en un momento de la vida y decrece conforme los hijos se hacen adultos, a constituirse como una nueva identidad total en las jóvenes madres que se acercan hoy a los planteamientos de la maternidad intensiva.

Esta romantización e idealización de la maternidad podemos encontrarla en algunos emergentes muy gráficos, como la fetichización del embarazo que observamos en la llamada belly painting (barriga pintada), que apunta también, nos parece, a una cierta infantilización del proceso de gestación y parentalidad. Pintarse el vientre con dibujos infantiles: Dumbo, el Rey león, bebés dormidos, lazos rosas o azules, parece una forma de regresión al juego de la infancia. La barriga y el bebé por nacer se convierten en fetiches, en objetos que cubren la falta y la familia en una promesa de completud.

Otro ejemplo sería la idealización de la  familia que se representa en los medios de comunicación de la cultura popular. En las revistas del corazón, famosos y famosas se fotografían felices con sus hijos sin mostrar los aspectos más duros de la crianza.

La indiferenciación de los roles de padre y madre, lo que se ha llamado feminización de la paternidad, sería otro signo de esta idealización de la parentalidad. La pareja de padres habla de sí mismos como tales, perdiendo su identidad de hombre mujer, sus nombres propios.

Por ejemplo, afirman:

- Estamos embarazados.

Y lo que parece una jocosa aventura compartida en igualdad oculta una indiferenciación de roles, una negación de las diferencias.

O cuando se nombran papi o mami frente al hijo:
- Mami, dile a Luis que apague el móvil.

Parecería como si los padres que buscan abandonar la paternidad convencional, distanciarse el padre proveedor prácticamente ausente, no supieran encontrar otro lugar que identificarse con la madre y repetir su rol.
Porque también los padres sufren el mismo proceso de conversión de la paternidad en una identidad total. Lo observamos en la llamada paternidad positiva, con características parecidas a la maternidad intensiva: centralidad del bebé, entrega, colecho, porteo, etc. Hombres que huyen de la masculinidad hegemónica, en busca de nuevas masculinidades, y que convierten el hecho de ser padres en un elemento central de su sí mismo. Un ejemplo podemos encontrarlo en las páginas como Papás blogueros.
Considerada así como una identidad total, masiva, la paternidad responde a la difícil pregunta sobre ¿Quién soy yo?, con la rotunda respuesta: Soy padre, que la da por zanjada.

Ahora bien, ¿qué dinámica psíquica y pulsional se despliega con estas prácticas en ambos progenitores? El tema se amplía, pero es evidente que la práctica del colecho aleja la sexualidad del mundo de la pareja, convertidos ahora solo en progenitores. Como señala Pilar Irrazúriz Vidal[15]:

Los maternales excesivamente posesivos, sobreprotectores y absorbentes, como actividad afectiva prioritaria, generalmente coinciden con la disminución o ausencia de erotismo de la mujer con su pareja (pág. 453).

Por otra parte, la producción de individualidad en el capitalismo financiarizado, centrada en el narcisismo imaginario, en la huida del dolor y de la reflexividad, ha traído consigo la disminución generalizada de la libido. La generación millennials tiene menos relaciones sexuales que la de sus padres, según estudios recientes.

El fanatismo nació con las sociedades monoteístas, y ha ido vinculado históricamente a la defensa de una verdad única que excluye la duda y da seguridad; a la dependencia de los adeptos a los líderes o a las ideas que siguen, de manera que su conducta es guiada por algo/alguien externo a ellos (ideología, religión, líder, mass media), y la entrega absoluta a esa verdad.

Consideramos fanático ese deseo de hijo y la posterior inmersión en la crianza de apego porque fanático es ese impulso totalitario que exige una entrega total a la función paterna y materna, como una esperanza de transformación del entorno y de la vida. Disciplinas rigurosas de cuidados (alimentación, higiene, contacto pautado con extraños al núcleo familiar), lactancia de hasta tres años, dificultades de separación. El cuidado del bebé ocupa todo el espacio de la vida de la pareja, que se forma intensivamente para este ejercicio e intelectualiza con nuevas teorías su entrega absoluta. El bien del bebé está por encima de los proyectos personales, con la esperanza de prepararlo para que sea un niño sano y feliz en el futuro. Las madres y los padres fieles a la crianza de apego se convierten en activistas y difusores de la misma: Liga de la leche, blogs, libros, y todo tipo de actos de difusión, identificándose plenamente con este activismo.

El deseo de hijo aparece para muchas mujeres y hombres como un deseo imperioso que no se puede desplazar, ni sublimar, ni aplazar ni tramitar, y que cubre la totalidad de la vida de la persona que así lo experimenta.

Desde el punto de vista del psicoanálisis, propongo que entendamos este deseo de hijo, esta entrega al hijo, como lo que Stanley J. Coen[16], psicoanalista de la universidad de Columbia, llamó necesidades excesivas, aplicado a los pacientes que recurren a la acción en lugar de ponerse en contacto con su fragilidad. Las define del siguiente modo:

La necesidad excesiva se refiere a las cualidades imperativas, de vida o muerte, de la necesidad, que el que la padece no puede tolerar en la forma en que se expresa en el presente; de ahí la presión urgente de transformarla en algo más... Cuando los anhelos del paciente tienen proporciones de vida o muerte, éstos deben ser satisfechos, de modo que su frustración genera necesariamente una rabia asesina.

Continúa el autor:

La necesidad excesiva en los pacientes ha sido descrita por numerosos analistas, pero sólo ha sido elaborada por Ghent (1992, 1993; ver también Phillips 2001 sobre Ghent). La perspectiva de que algunos pacientes han tenido que aprender a evitar la expresión clara y directa de la necesidad –que entonces se expresa de forma distorsionada, disimulada y provocativa- ha ayudado a los analistas a trabajar más efectivamente con los pacientes desafiantes.

Ghent (1992) consideraba la necesidad excesiva como una necesidad maligna defensiva contra la necesidad benigna, aunque insistía en que la necesidad excesiva no tapa la necesidad. La tarea del analista es preservar una apreciación empática de la necesidad y el deseo genuinos del paciente sin verse atrapado en el enfado y las provocaciones de éste. El concepto de Sullivan (1953) de transformación malevolente es en cierto modo similar; apuntaba que el duro rechazo de los padres de la tierna necesidad del niño puede fomentar la conducta traviesa.

Volviendo al comienzo de este artículo, Anna Starobinets escribe en su libro autobiográfico, Tienes que mirar algo que ilustra esta necesidad excesiva aplicada a su deseo de hijo:

- No es suficiente para mí[17]. Necesito de verdad este niño. Nunca seré feliz si no doy a luz un niño vivo.

Silvia Nanclares, por su parte, en su libro, Quién quiere ser madre[18], insiste en lo mismo.

- Dijo él: “El deseo de ser madre te ciega”. O me ilumina, pensé yo. Iluminada por mi ceguera […] yo iba y venía sobre la idea de “adquirir” semen.

También la escritora Marina Perezagua, en un artículo publicado en El País Opinión, el 6 octubre 2021, afirma lo siguiente:

Si antes tener un hijo había sido un deseo pero en ningún caso una condición para sentirme plena, el simple hecho de que pudieran siquiera dudar de la posibilidad empezó a convertir el deseo en una obsesión.

Son tres ejemplos del carácter imperativo de la necesidad, de la obsesión, de su cualidad fanática que creemos trata de negar otro tipo de cuestiones. Porque si seguimos a Coen, ¿cuál sería la necesidad benigna negada con este deseo fanático de un hijo, expresado como necesidad excesiva, de vida o muerte? Y podemos responder: la adquisición de una identidad sólida.

Ser madre y ser padre se convierten en nuestra modernidad líquida en una esperanza de identidad sólida, salvífica, en unos tiempos caracterizados por la extrema fluidez identitaria, llena de incertidumbre y de angustia.

Por otra parte, y como bien apunta Marina Betaglio[19], el imperativo del disfrute maternal puede estar vinculado a las actuales tecnologías del yo[20] que hoy exigen crearse una marca como un producto más del mercado. Una identidad imaginaria, decimos nosotros, que sustituye y clausura el proceso de construcción de una subjetividad creativa que interrogue los mandatos sociales hegemónicos, para apropiárselos integradoramente o rechazarlos.

Por otra parte, consideramos que el niño cumple en esta dinámica fanática la función de objeto transformacional. En palabras de Christopher Bollas[21], creador del concepto, el objeto transformacional sería una cualidad del objeto primero de la vida, en nuestra cultura la madre proveedora de cuidados y de afecto, que modifica el entorno del bebé. Si la experiencia del niño con este objeto transformacional ha sido insuficiente, o bien demasiado intensa, ese déficit o ese exceso le impedirían evolucionar hacia la constitución del objeto transicional winnicottiano que le permita avanzar en la dinámica de separación-individuación, en la formación de un mundo creativo propio (fantasía, imaginación, simbolización) y, posteriormente, en la construcción de su subjetividad. De no producirse ese pasaje, si el bebé permanece aferrado a la ilusión del encuentro con un objeto proveedor, afirma Bollas que:

… la experiencia del yo que consiste en ser transfor­mado por el otro permanece como una memoria que puede ser reescenificada en expe­riencias estéticas o en objetos que prometen un cambio...". "Aún no individualizada plenamente como otra, la madre es experimentada como un proceso de transformación, y este aspecto de la existencia temprana pervive en ciertas formas de búsqueda de objeto en la vida adulta, en que éste es requerido por su función de significante de transformación"[22].

Resumiendo: en una sociedad que produce yoes precarizados[23], el ejercicio de una parentalidad intensiva puede proporcionar a muchos padres y madres una identidad imaginaria guiada desde fuera, ya que provee a los jóvenes padres de un vínculo seguro de afecto y de pertenencia a un grupo familiar (simbólico e imaginario), que aleja la incertidumbre creciente que ocasiona la fragilidad de los lazos afectivos y comunitarios actuales, perecederos e inciertos.

Sin embargo, la experiencia real de la maternidad queda de nuevo secuestrada por discursos e identificaciones totales que pretenden esconder su carácter ambivalente, de pérdida y de ganancia; ocultar la dureza de la crianza y la transformación profunda que produce en los hombres y mujeres que la llevan a cabo. La parentalidad trae consigo un proceso dinámico de duelo de identidades previas y de construcción de otras nuevas. En definitiva, exige la construcción de una subjetividad creativa que elabore esta metamorfosis integrando los diferentes aspectos del sí mismo.

 Aspectos complejos que subraya Jacqueline Rose[24] en su libro, Madres. Un ensayo sobre la crueldad y el amor, que pretende desidealizar el ejercicio parental y rebajar sus exigencias.

Las madres (y los padres) fracasan siempre, pero no ha de verse como una catástrofe: se trata de un fracaso normal. ¿Por qué tienen que ser las madres más buenas que el resto de la gente?

 

 



[1] El hijo que no nació, Lola López Mondéjar, Los diablos azules, Infolibre

[2] Starobinets, Anna, Tienes que mirar, Impedimenta, Madrid, 2021.

[4] Badinter, Elisabeth, ¿Existe el instinto maternal? Historia del amor maternal siglos XII al XX, Paidós, Barcelona, 1991.

[5] Donath, Orna, Madres arrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales, Reservoir Books, Barcelona, 2016.

[6] William Sears y Martha Sears, El Libro Completo de la Crianza Cristiana y el Cuidado de los Niños: Una guía médica y moral para criar niños sanos y felices (no hay traducción en español),

[7] Recalcati, Massimo, Le mani della madre, Feltrinelli, Milano, 2015.

[9] Rich, Adrienne, Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia, Traficantes de sueños, 2019.

[10] Lazarre, Jane, El nudo materno, Editorial las afueras, Barcelona, 2018.

[11] Errázuriz Vidal, Pilar, Misoginia romántica y subjetividad femenina, Sagardiana, estudios femeninos, Prensas universitarias de Zaragoza, 2012.

[12] Fernánez Miranda, María, No madres. Mujeres sin hijos contra los tópicos, Plaza y Janés, Madrid, 2017.

[13] Gimeno, Beatriz, La lactancia materna. Política e identidad, Cátedra Feminismos, Madrid, 2018.

[14] Vinceze, Anne, La mère confrontée à l’indépendance du nourrisson, Le Coq-héron 2021/3 (Nº 246), pag. 29 a 36.

[15] Errázuriz Vidal, Pilar, Misoginia romántica, psicoanálisis y subjetividad femenina, Sagardiana, estudios feministas, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2012.

[16] Necesidad excesiva y acción defensiva narcisista, Stanley Coen J. Revisión de Andreina Orta, Aperturas Psicoanalíticas. [En línea],[Visitado el 31 de agosto de 2017]. http://aperturas.org/articulos.php?id=0000806

[17] Ni su pareja, su vida profesional, su hija de ocho años que sufre su obsesión identificada con ella.

[18] Nanclares, Silvia, Quién quiere ser madre, Alfagura, Madrid, 2017.

[19] Betaglio, Marina, From Religious Imperative to Personal Religion.

[20] Foucault, Michel, Tecnologías del yo y otros textos afines, Paidós, Barcelona, 1988. Las tecnologías del yo “permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad” (p. 48); son “el modo en que un individuo actúa sobre sí mismo” (p. 49).

[21] Bollas, Christopher, La sombra del objeto. Psicoanálisis de lo sabido no pensado, Amorrortu, Buenos Aires, 1991.

[22] Citado por López Mondéjar, Lola, Una patología del vínculo amoroso: el maltrato a la mujer, Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, vol. 21, núm. 77, 2001, pp. 7-26 Asociación Española de Neuropsiquiatría Madrid, España,  [En línea] https://www.redalyc.org/pdf/2650/265019674002.pdf

[23] https://www.topia.com.ar/articulos/precarizacion-del-yo?utm_source=Bolet%C3%ADn+Top%C3%ADa&utm_campaign=1ad5c6c602-REVISTA_90_SUSCRIPTORES_DIGITALES_COPY_01&utm_medium=email&utm_term=0_bf055be65c-1ad5c6c602-36214525&mc_cid=1ad5c6c602&mc_eid=98a214ade0 “La precariedad corposubjetiva de los sujetos es uno de los síntomas estructurales del capitalismo tardío”, Enrique Carpintero, Editorial Revista Topía #93 noviembre/2021.

[24] Rose, Jacqueline, Madres, un ensayo sobre la crueldad y el amor, Siruela, Biblioteca de ensayo, Madrid, 2018.