TARADA

Carolina Sarmiento

Ed. Pez de Plata, 2021

 

A quienes no vivimos en ciudades del norte se nos hace difícil comprender ese “cerrarse a llover” que puede durar semanas y hasta meses y los efectos que una situación tan persistente puedan tener sobre el carácter y el ánimo. No es casual que la primera de las tres partes que componen la novela Tarada, de la autora asturiana Carolina Sarmiento, haga tanto hincapié en el peso de la lluvia. La protagonista, una joven topógrafa, de frágil y dañado equilibrio, llega a sentir que “hasta las alcantarillas se ahogaban”. Escapar, conducir sin destino, marcharse literalmente con lo puesto (pijama y gabardina)… es el asunto central de este libro, que apunta sobre todo a un mundo invivible y a un sistema de vida claustrofóbico que nos devora y que apenas tenemos margen para cambiar. Quizá la lluvia o ese inquilino que se niega a pagar lo acordado por su húmeda y fría vivienda, sean sólo los detonantes últimos para la decisión o el impulso que toma la mujer de esta historia, esta topógrafa que, según vamos sabiendo, perdió de niña a sus padres en accidente, se crio en un internado religioso y después con su abuelo minero, publicó un libro, tuvo éxito… Uno/a rompe, se rompe, y trata además de romper con todo. Carolina Sarmiento dota al conjunto de un ritmo veloz, acelerado como la propia cabeza de la mujer en fuga. El tono coloquial, su riqueza descriptiva y su sentido del humor (guasa sobre lo cotidiano) puede hacernos pensar que va a ponerse en pie una comedia o una caricatura de nuestro mundo, pero poco a poco nos alcanza la seriedad, la gravedad, y la conciencia de nuestra condición de farsantes: vivimos o sobrevivimos en un sistema desquiciado e inhumano, entre oficinas, parejas tediosas con o sin hijos, ayudas psicológicas y farmacológicas y una vigilancia extrema de la administración, que impunemente vulnera y viola nuestra intimidad. Ella huye en el viejo y destartalado coche de su abuelo fallecido, consciente de llevar una existencia fracasada de la que intenta salir: “Huyo con lo que llevo puesto. Nada más. Simplemente huyo”. Arranca ese automóvil y la narradora lleva a cabo un gran despliegue de fuerza inventiva y peripecia, algo para lo que está especialmente dotada, también para el humor negro, el cinismo, para la “lógica ilógica”, absurda y onírica de las cosas que se encadenan, porque sí, después de todo, se nos está contando una pesadilla con camareras y perros y amenazas y besos y amantes que deslizan su mano bajo la blusa en un restaurante de playa… Quizá esta mujer libre, errática de lo que nos está hablando es de cómo se siente accidental, usable, intercambiable, como las ropas que los personajes van ganando y perdiendo sobre la marcha. Los seres humanos nos tomamos muy en serio, tratamos de afirmar nuestra identidad cuando tal vez habría que “dejarse llevar sin más como las olas van, como las algas bailan, como las dunas avanzan. Sin más. Joder, yo quería vivir sin más”. La novela es el despliegue de una aventura, de una suerte de viaje iniciático que quizá no consiga iniciar a nada o en nada, sino sólo ser y conformar un gran delirio en el que acabes por igual empaquetando uvas en un polígono o detenida por unos agentes de la autoridad que han percibido tu locura. Puede que termines ataviada con un sari naranja en casa de una hospitalaria mujer árabe, porque esta historia va de cómo desmentirse, de cómo despojarse, de cómo dejar de ser para alcanzar una identidad diferente y llegar a ser otra y otra y otra… mientras acompañen las fuerzas.  Y “¿Quién de todas aquellas personas era yo?”. Afloran los secretos familiares en la tercera parte del libro, al invocarlos en una suerte de “cuaderno mágico” y junto con las confidencias aparece también la denuncia de todos los males que se nos infligen desde críos, particularmente las humillaciones y acosos que sufren las mujeres. La protagonista/narradora aboga por la necesidad de levantar la voz y de rebelarse a tiempo. Hay toda una declaración de intenciones acerca de la propia escritura como indagación profunda a través de la invención de ficciones: “Da igual la forma: novela, cuento, teatro, ensayo, diario, carta. Da igual. Ahora sé que el remitente es el destinatario. Siempre”.