¿Cómo asomarse a esta Luz de tomenta, de Ángel Zapata? Y me detengo ya, apenas entreabro la hoja de la ventana, no vayamos a mirar directamente a los ojos de esta tormenta luminosa y quedarnos obnubilados, sin palabras, mudos como ante la revelación de estos textos. Y digo intencionadamente “textos”, no quiero afirmar aún que sean cuentos, narraciones, poemas en prosa, ensayos breves, aforismos, miniaturas líricas…

Puede ser tan deslumbrante su luminiscencia, una irradiación que tan ineludiblemente apela a nuestra conciencia que tenemos que hacer un tanteo, un lento acercamiento, acaso un rodeo que intuye dónde se genera. La imaginería espacial de Zapata nos lo consiente, y así podremos atravesar pasillos, grietas, límites, umbrales, acaso pozos o cumbres. Una muestra encontramos en su «A los pies del desorden»: «Si hay una puerta doble para entrar a la campana del diluvio, él es la llave. Si despierta entre dos volcanes que parecen simétricos, él se convierte en sus laderas. Afirma que una vida puede cortarse en dos, como una fruta, y cada parte a su vez en dos, y así hasta la frontera de lo ínfimo, así hasta el umbral iluminado en donde todo lo que no es la vida vuelve a tener un rostro».

Pasillos, puertas, laderas, ¿por dónde?, ¿hacia qué?

La imagen que me surge al adentrarme en este libro es la de ser testigo de cómo un sujeto se debate e intenta hacer pie en el medio de la oscuridad que nos rodea, en las tinieblas de la hecatombe, ante el desastre.

Estamos inmóviles en universos petrificados, codificados, muertos. En tiempos congelados, a la intemperie. Para verbalizarlo, en estos textos se despliegan imágenes de catástrofes naturales (borrascas, derrumbes, crecidas, avalanchas), también de fenómenos atmosféricos intensos (lluvia, nieves, granizo, diluvio).

Ajeno a toda ilusión realista, aquí no hay referentes ni linealidad narrativa; la realidad se aguarda como otro artificio. ¿Por qué? Pareciera que el narrador de estas «iluminaciones» intentara pensar, detener una imagen, un momento, de un universo caótico y en constante y aparente transformación, un frenesí congelado del que vemos pequeñas esquirlas; quiere fijar un instante, lograr una interrupción en el tiempo donde hacer pie. Transcribo la apertura de «Tregua», que considero una declaración: «Ha entendido que el tiempo tiene salas de espera, salas sin mobiliario, sin salientes donde colgar nada, y en las que sin embargo los seres y las cosas permanecen indefinidamente en suspensión. Entenderlo le hiere, no le calma. Su conciencia es el lapso que equilibra dos vértigos, y el tiempo, en ella se asimila a la noche que está dentro de todo, es un derrumbe».

Ángel Zapata se aleja de las directrices del relato predecible, que nos muestra un mundo coherente, una concatenación lógica y artificial de hechos, que clausura el sentido, que nos apacigua y nos adormece. Nos encontramos aquí un profundo cuestionamiento de las formas canonizadas, una explosión de significantes para un género que considera caduco por su inanidad. La horma de la ficción no le sirve, porque no necesita una narración, ni sus personajes ni sus convenciones, sino lenguaje. Pero tampoco las de la poesía y su lirismo enmascarador. Un lenguaje distinto, una concatenación de palabras impredecible, acaso una lengua nueva para revelar un fogueo, el proceso, las derivas de su pensamiento. Así se afirma en «Entre hora y hora»: «Pregunta si hay espacios donde los años se acumulen (la pregunta de los negligentes, se dice); ha visto hangares, ¡pero en qué tierras se asentaban!, incluso como marismas habrían resultado inconcebibles. Bosques, arroyos, elevaciones, todo está abrumado bajo el peso del tiempo. Los hombres mismos, en el momento de ir a saludarse, ¿no se esfuerzan por sobreponerse?, ¿no se descubren interiormente hundidos? Echa de menos cofres de madera donde el tiempo pudiera reposar, fermentar, hacer su obra. Qué importa lo demás. Le hablarán de un paisaje enfrentado a lo tenue, de la decantación que evapora lo tenue, y de los bosques de fémures, ahora sí, perfectamente humanos».

Elegí este texto porque creo que condensa algo, una fracción, de lo que transmite Luz de tormenta. Para mí, Zapata intenta dar forma, generar una tregua, un espacio posible de reflexión, un intervalo de ensimismamiento, más allá de los límites de la narración y del poema.

Lo hace a través del lenguaje, usando las palabras como fragmentos de azulejos que, como en un mosaico, puestas en relación, en contigüidad o en oposición, iluminan el pensamiento, una reformulación de lo decible. Así, ensancha, amplía, airea el molde de la ficción, a través de recursos que son lingüísticos (como la contradicción, la paradoja, la negación, la analogía, etc.) y derriba muros para el pensamiento. Decir lo de siempre, con la organización o la trama habitual, no le hace nada a la lengua y, por ende, menos a la literatura y al pensamiento en toda su extensión. Creo que Ángel Zapata quiere afectar al pensamiento, motivar, derramarlo, y por eso quiebra el primer espejismo: el de las formas. Rompe la convención inicial de lectura de este libro: pero cómo, ¿no son cuentos? ¿Qué es entonces? ¿Greguerías, poemas en prosa? Nos desarma desde el principio, nos deja sin nuestras tranquilizadoras estrategias cotidianas e inertes.


Zapata hace uso de un punzón y empieza a golpear denodadamente y salpica de desconchados y roturas
 los muros de la patria literaria, empieza a llenarlos de agujeros: de allí sale polvo, aire viciado, lodo, aguas residuales... Y deja pasar la luz. Violenta el sistema para pronunciarse, para revelar, para denunciar. Pero no hace un amplio alegato, apenas el gesto breve de una revelación concisa, punzante.

Su literatura es una forma de pensamiento, ajena a los objetos y las tramas, al género. [Si tuviera que pronunciarme --no escapamos a la dictadura de las catalogaciones--, diría que practica una nueva forma filosófica, el microensayo lírico, porque no hay verdad revelada ni sistema, encontramos aquí, balbuceo, tanteo, iluminación fugaz, aunque precisa. Pero dejaremos la categoría para otra ocasión.]

Cada uno de estos textos interpela profundamente a quien los aborda, lo deja desnudo ante su condición humana, endeble, ambigua, escurridiza.

Y de paso escapa por la tangente del mundo cultural que está vigente hoy, que todo lo domina y lo empobrece. No cede ante el mandato de lo visual, no hay visualización posible para estos textos, no son nada más que materia poética. Lo que afirman solo se puede contemplar a través del lenguaje. Así también escapa de la lógica capitalista que domina la cultura de hoy: no anonada, no entretiene ni adormece, no sale un guion de aquí, no hay sinopsis, exige el tiempo de la relectura. Las estrategias de la creación surrealista le permiten apartarse, boicotear la expectativa, el derrotero habitual; él condensa y resignifica, hace estallar el sentido, lo atomiza, en el choque de términos imprevisibles, desautomatiza la interpretación. Disgrega la momificación del lenguaje, y por ende, del pensamiento, de sus formas inanes y aletargadas; lo suelta, lo expande, le da campo abierto, lo atraviesa como un explorador, hiperconsciente, a través de los desiertos sin centro y sin límite, ningún espejismo.

Pensando en el trabajo realizado por Ángel Zapata aquí, se me viene a la cabeza la frase inicial de Habla, memoria, de Nabokov, cuando afirmaba que «nuestra existencia es un breve destello de luz entre dos eternidades de sombra». Parafraseándolo, podríamos afirmar que cada uno de estos textos son un relámpago, una esquirla de luz, entre dos eternidades de oscuridad caótica del discurrir mecánico del discurso, de los discursos que nos atenazan e hipnotizan. Una fracción de luz que nos devuelve una imagen palmaria, hiperestésica, lúcida, sin valor de cambio, sin atenuaciones: aquí se trata de la inquietud, la incertidumbre, la desesperación del ser y de la historia. Alejada de cualquier sentido cercado, inamovible, inorgánico como un fósil pretérito.

Por eso nos desvela, en todo el sentido de la palabra: nos enfrenta a textos lábiles, sin referente, que evitan las convenciones del campo literario, que generan tensión a través de la ruptura de la forma y de la lógica caduca, la inadecuación fatal de los discursos establecidos. Encuentro en «Fuentes alternas» toda una declaración de intenciones: «Avanza, no sabe si en círculos, por la llanura de las apariciones. A lo lejos, las cordilleras arden, una negrura líquida se extiende, él mismo tiene ahora los nudillos manchados de hollín. Pasan borrascas, pasan bandadas de cormoranes blancos; nada continúa unido si no es por medio de cadenas: la luz despótica, y su rehén, el sueño; el sueño y su hijo ilegítimo, el estiércol de la realidad.

»Y también la otra luz […] la luz que si la Tierra hubiera sido esférica habría roto como un cataclismo en la arena de la desesperación humana.

»¡Adónde ir!

»“Aquí” es una casa demolida. “Ahora” sube sin pausa los peldaños del aire. Él es un humo demasiado tenue, pero está llamando a la única puerta que ha dado entrada a todos los incendios.

A través de la ruptura, del hueco, de la grieta, revela, ilumina. Para mí, «Fuentes alternas» enhebra su poética. Que incluye la paradoja, la negación, las contradicciones, la imposibilidad, el desfallecimiento. Y sin embargo, estos textos responden a un estado de pensamiento incandescente, fructífero. Y en su voluntad de abstracción, de contemplación, de candente reflexión, se alejan más y más del universo narrativo.

Causan una enorme desazón estos textos; se subraya el vacío, la deriva, la insoportable y anodina realidad; ajenos a cualquier noción de firmeza, de estabilidad, todo se revela indeterminado y múltiple, inaprensible el sentido. Y no obstante, su discurrir ilumina, nos ilumina en lo más recóndito, hay una comunicación íntima entre la voz que habla en ellos y todos nosotros.

Ángel Zapata explora denodadamente las fronteras de la expresión. Y mucho más que eso: su capacidad de pensamiento. Y digo explora, como una acción que nos lleva a atravesar paisajes llenos y vacíos, noches y días que se solapan y disuelven sus diferencias, lenguajes mudos, identidades líquidas, escenarios sordos, ardientes y gélidos, como la historia y el tiempo que nos toca vivir. Explora a través de la brevedad, en sintonía con nuestra precariedad, como un escalpelo que da un corte profundo por donde mana la revelación. Aunque sea un fragmento, una astilla, acaso la intuición, la noticia de que hubo o habrá incandescencia. Solo permanece la desaparición y el ansia por un pensamiento subversivo que la asimile, que pueda con el escándalo de la experiencia.



[Texto que acompañó la presentación del libro de Ángel Zapata, en la librería Cervantes y compañía, Madrid, noviembre de 2018].