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·         Generación de cristal, ¿por lo frágil o por lo transparente?/ https://www.elsaltodiario.com/salud-mental/generacion-cristal-fragil-transparente

·  Generación cristal/ https://www.elnacional.cat/es/opinion/montserrat-nebrera-generacion-cristal_611636_102.html

Ensayo

Nací en la primavera de 1998. Un domingo de abril a la hora de la siesta, después de casi diez horas de parto, aparecí por primera vez en el mundo para engrosar la que acabaría llamándose ‘Generación de Cristal’, que engloba a aquellas personas nacidas entre 1995 y 2010. Antes de éste teníamos otro nombre, quizá menos preciso, pero desde luego igual de descriptivo: ‘Generación Z’. La última letra del abecedario, los últimos de la fila, la última novedad, los extraños. Esta cualidad, la de llegar a deshora a un lugar ¾como si tuviera que haber estado allí antes, mucho antes, desde el principio incluso¾ y sentirme desubicada en él ¾como si acabaran de contar un chiste que no termino de entender, pero que el resto encuentra desternillante¾ me ha acompañado todo este tiempo. Fue esa mezcla de súbita exigencia escondida tras las risas aspiradas de los adultos la que me forzó a crecer hasta convertirme en la ‘niña adulta’.

Cuando el flujo de conciencia entre el plano real, tangible, del día a día y el de la fantasía que puebla las mentes infantiles, aun no se me había infectado por el cinismo; los adultos a mi alrededor desechaban todo pensamiento que no encajara dentro de su estrecho raciocinio. No se me ocurrió culparlos. Tan solo intentaban que no me desviara demasiado del mundo real porque entonces el mundo real podría cernirse sobre mí y engullirme. Así que crecí antes de tiempo, absorbida por ese temor a la gran masa oscura y deforme que parecía acecharme en cualquier esquina. Me creí fiel portadora de mi madurez anticipada, como si la propia idea me sirviera de coraza, cuando en realidad tan solo esperaba ser vista. No ser transparente como el cristal, sino opaca como la tierra después de la lluvia. Ocupar un espacio propio no penetrable.

Ser una niña adulta significa, en la práctica, no ser nada. No tener raíces. Vivir perpetuamente podada. Los adultos no terminan de comprender la niña que eres y los niños no quieren acercarse demasiado a la adulta que intuyen en ti. Se trata, en esencia, de una falta de consenso lingüístico, de entendimiento. Después de eso, tan solo queda la tierra árida del limbo. Ahí vivimos nosotros: la Generación Z. La última letra del abecedario, los últimos de la fila, la última novedad, los extraños.Dicen todavía los adultos que somos unos consentidos de piel fina, que no tenemos referentes culturales más allá de los que podamos encontrar en Internet, que vivimos inmersos en la prisa y en la acumulación de información “(que no conocimiento, que menos aún sabiduría)”. No dicen, sin embargo, que el mundo existía mucho antes de nuestra llegada. Que ese mismo mundo inestable, frágil y maltrecho los asustó de tal forma que no supieron cómo sobreponerse. Que ahora somos nosotros los portadores del trauma, mientras que a ellos les invadela frustración por no haber podido engendrar al nuevo Mesías. La elogiada madurez era el primer requisito a cumplir. Cuanto antes llegara la solución, mejor.

Ansiedad. Depresión. Inestabilidad emocional. Éstos son mis hermanos y hermanas, los de todos nosotros. La consecuencia directa de no cumplir con las expectativas.

Mientras escribo estas líneas, me viene a la mente una idea tan básica como contundente: ante el miedo, surge la necesidad de control. Aun sin saberlo, he estado buscando toda mi vida eso mismo, la forma de mantener el control sobre todas las cosas, pues es lo único que no he tenido. Crecí con un padre que, como buen padre de clase media, me educó en la cultura del esfuerzo y que me enseñó que mientras tuviera trabajo el resto se solucionaría por sí solo. Por lo que me esforcé hasta abrasarme los nervios y soltarlos de sus anclajes. Pero el trabajo no llegó porque no lo había y el férreo control al que me encomendé, como una moribunda se encomienda a Dios, desapareció de golpe. Con el paso de los años, se fue haciendo más presente el hecho de que no íbamos a salvarlos, que apenas podíamos salvarnos a nosotros mismos. Tras el pánico inicial, llegó la rabia y cuando ésta también se diluyó, dejó un gran poso de resentimiento. Ahora éramos la Generación de Cristal. Y con ella desaparecimos de su vista. Recordé, entonces, mi mayor deseo infantil: no ser transparente como el cristal, sino opaca como la tierra después de la lluvia.

Encerrada en un cuerpo que hacía tiempo había cortado toda comunicación conmigo, me descubrí vieja y cansada. Descubrí también que los adultos seguían sin comprenderme, aunque esta vez no era una adulta dentro del cuerpo de una niña, sino más bien una niña dentro del cuerpo de una adulta. Una niña muy asustada. Jamás vivimos una guerra. Nunca supimos lo que es pasar hambre, ni tampoco sentimos el horror de ver erigirse a un dictador. No nos acostumbramos al silencio antes de las bombas o a la bala que atraviesa el esternón del compañero durante los fusilamientos al alba. No vivimos nada de eso y, sin embargo, hemos heredado la misma soledad e incertidumbre.

Al final resultó que sí me engulló el mundo real, un mundo del tamaño de un gran trozo de cristal antes de ser pulido, y que me entregaron aquellos que más me advirtieron sobre él.





Nací en Bilbao, Bizkaia, en 1998. Realicé mis estudios de periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y en la actualidad colaboro con el medio digital Pikara Magazine, en el que hacemos periodismo con perspectiva de género. Llevo escribiendo desde los quince años, pero esto no ha hecho nada más que empezar.