Carne que empieza a espesarse

de madrugada

a espejearse

en durazno lleno, suculento

cuerpo parejo y prójimo

            ajeno a las ruinas o al confín

            de apoyarse en un muro a detenerse

            y esperar

                        la nada y sus naderías.

 

A la vera

estallará el mediodía

la voz que imprimirá un perfil

y una silueta donde fluir. Cuajarse.

 

Son niñas que aguardan nacer

en aleteos de ángel

hadas errantes por la penumbra del cuarto

                        que vuelan bajo

listas para mutar

                        en las charcas negras del porvenir.

 

 Arderán

en su belleza, la desazón

de interpelar lo que no se entiende

y se desguaza solo con pensarlo:

pecera de luces en la que abrevan

cuerpos sin mástil ni viento

en su ardor púber

                        intransitivo.


[de Arquitecturas fugaces, Eme-Ediciones La Palma, 2018].