Está
descansando en la mar de su sueño; en su cabeza se registran los recuerdos, o
se alivia algo, o quizá se ordenan pensamientos futuros, tan normales o tan
prodigiosos como los de cualquiera. Me quedo callado ante el misterio de
nuestra mente. Pero veo su fragilidad y la sencillez de lo que hace y pienso,
involuntariamente, “sólo es una niña”.
Sólo
es una niña pequeña. Y esta idea me inspira compasión y ternura, y siento que
la coloca más allá de preocupaciones o violencias. Sólo un bebé; en su cunita,
durmiendo, fuera del mundo, ajena al mal todavía, todavía no su víctima. Sólo
una niña cuyo cuerpo está indefenso. Y, al mismo tiempo, cuyo cuerpo sólo
necesita silencio y oscuridad para ser.
Pido
disculpas por este texto, con sus obviedades. Pero sé que hay algo moral en lo
que digo, aunque no sepa explicarlo ni encontrarle una aplicación a mi vida, a
nuestras vidas.
Sólo es una niña, la
pobre.
(9 abril 2010)

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